El juego de la loba y el zorro
Antes de alcanzar la perfección, que llegó con su trabajo -de los escasos que en cine se puede llamar sin rubor genial- en Eva al desnudo, un admirable filme de Joseph L. Mankiewicz, Bette Davis hizo muchas, magníficas, turbulentas, extraordinarias interpretaciones imperfectas. Una de ellas, fue la de Jezabel, filme que proporcionó a la Davis su segundo oscar.Realizada en 1838, Jezabel es el primero de los tres grandes melodramas que la tempestuosa actriz compuso bajo la dirección de William Wyler. El siguiente dramón, fue La carta, fechado en 1940. El tercero es el que resume e ilumina a los otros dos: La loba, con guión de Lillian Hellman, que fue el no va más del personaje.
Jezabel se emite hoy a las 21
40 por la primera cadena.
La loba dio sus primeros mordiscos en Jezabel. Bette Davis, antes de alcanzar la perfección, montaba sus grandes, fastuosos números dramáticos siempre contra alguien. Necesitaba, para, dar de sí plenamente, un otro, pues componía sus personajes sobre el principio de la agresividad, adaptado a sus peculiarísimas condiciones interpretalivas, que le permitían hacer mutaciones fulminantes, muy aparatosas, de la ternura a la máxima violencia, incluso a la ferocidad. Toda loba reclama un cordero. En su época de afirmación dramática, que es la de su colaboración con Wyler, tal vez a causa de una secreta inseguridad en su oficio, Bette Davis, la fuerte, la feroz Bette Davis, necesitaba componer sus agresivos personajes femeninos en el marco de una batalla psíquica sin cuartel contra un hombre.
La tierna y feroz Bette Davis tuvo que vérselas en Jezabel con un actor situado técnicamente y temperamentalmente casi en sus antípodas: Henry Fonda, un incapturable zorro. Medió en el dúo el fofo George Brent, que consiguió apagar con su tibieza connatural algunas de las chispas del match Davis-Fonda, pero no todas, por lo que el encuentro entre estos dos pesos pesados del melodrama es en algunos momentos memorable, pese a que al final uno se inclina, dada la envergadura de los contendientes, a conceder un reconfortante combate nulo.
No podía ser de otra manera. La incipiente loba no podía devorar fácilmente a uno de los actores que mejor supieron encajar, con un apasionante dominio expresivo de la impavidez, la agresión de las actrices extravertidas. Si Fonda supo parar los veloces pies de Bárbara Stanwyck, otra gran depredadora de actores, igualmente supo repeler las fulminadoras miradas hipnóticas de la Davis. Ver en la pantalla los disparos emocionales de Bette Davis estrellarse contra la esgrima de Henry Fonda, es todavía un capítulo insuperable de la iconografía cinematográfica de la lucha de sexos concebida como juego cinematográfico.
La película es buena. Wyler, que jamás -con la salvedad de El forastero- hizo una obra maestra, tampoco hizo nunca una mala película. El tono medio de sus melodramas es excelente, y Jezabel no escapa a esta norma. En esencia, esta bondad intrínseca de las, por otro lado artificiosas obras de Wyler se debía a que era un innegable buen director de actores, y los grandes melos de la época fundan su solidez en las jetas que los interpretan. Ni que decir tiene que Wyler sacó partido de los enloquecidos ojos de la actriz, atacando como láseres a la astuta tranquilidad de Fonda.
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