La mirada
La Academia convirtió el homenaje a Landa en un homenaje a la mirada en el cine. En ese leitmotiv, la mirada, se basó la elección de las imágenes del actor de El rey del río y Los santos inocentes. Hasta que el actor subió al escenario y se sometió a la tortura de cambiar mirada por palabras. Actuó ahí como un ser humano que convierte en arte, es decir, en vidas, lo que toca, y recurrió al concurso de la familia para hacer que ese momento de mal trago fuera al menos un instante soportable. Le arroparon actores de siempre, Rellán, Sacristán. El ritmo que impone la tele a estos actos -la ceremonia fue retransmitida por TVE 1- minuta hasta la emoción, y aquellos titubeos del Goya de Honor de este año tuvieron que quedarse en una mirada interrupta. Pero valieron esos minutos, como aquella mirada interior que él exhibe como si llenara la pantalla en El rey del río, mientras se enjabona para afeitarse. Por eso le dieron el Goya, así que para qué hablar.
La coronación de Landa fue precedida por uno de los mejores gags de Corbacho, un viaje de ida y vuelta para hacer que José Luis Garci acudiera a la ceremonia; el Garci real no fue, y el ficticio dijo que no iba porque estaba fumando. Queda en el aire -y en el humo- la razón que separó al genial actor de su director más frecuente. Hubo otro buen gag, el que reunió en una sala (llena de humo, precisamente) a directores ex noveles, como Sánchez Arévalo, Segura y Amenábar, jugando al póker. Son los que garantizan, vino a decir la presidenta de la Academia, el porvenir del espectáculo. Por cierto, la transmutación de Corbacho en Ángeles G. Sinde fue tan buena que me dio la impresión de que Ángeles se la tomaba en serio... hasta que le reprochó a Corbacho que no se hubiera depilado. Y la emoción llegó cuando José Luis Alcaine recitó los nombres de las 13 chicas asesinadas por el fascismo que son el núcleo de Las 13 rosas. Los nombres propios son siempre el lugar del drama.
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