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Columna
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Tachán

David Trueba

Juan Tamariz es uno de nuestros más enormes hombres espectáculo. En sus trucos hay siempre un grado importante de complicidad con el público. En los programas de tele, montaba un truco para el voluntario, cuyo secreto, basado en la destreza y el engaño, al mago no le importaba compartir con el público. Pero la resolución final siempre implicaba un giro que sorprendía incluso a los que nos creíamos cómplices.

La campaña electoral tiene algo parecido. Intenta que no mires nunca hacia el lugar donde se lleva a cabo el engaño. Los cargos, prohibidas las inauguraciones en campaña, corren en los días previos a colocar primeras piedras, cortar cinta en hospitales sin enfermos y aeropuertos sin aviones. Pero Esperanza Aguirre ha vuelto a demostrar su capacidad para las maniobras de distracción del elector, al anunciar que va a crear una sede para alumnos que sobrepasen el ocho de media.

La polémica ha tenido más que ver con factores ideológicos y morales. Posiciones enfrentadas casi en terrenos de la sociología. Pocos han caído en la cuenta de que se trata tan solo de un truco para obligar a mirar hacia otro lado. La presidenta busca hacerse la foto con la excelencia, la vieja reclamación de la meritocracia, los alumnos sobresalientes. De este modo, elude posar frente a las bolsas de marginación, la precariedad educativa, el abandono en guetos de inmigrantes y clases desfavorecidas ya desde su escolarización.

Como en su día para sacudirse la catalanofobia, ofrece el mismo centro escolar para poner en pie su experimento purificador. De nuevo en una ciudad de 8.000 kilómetros cuadrados ofrece un solo lugar para el invento, como si la cercanía al hogar no fuera una prioridad y más importante buenos centros en toda la comunidad que contribuir al espejismo del acceso a la élite. Como si fuera sanitario preservar el ADN de los alumnos excelentes del contacto con la mugre.

Al agitar el capote, el ingeniero electoral se lleva el debate adonde más le conviene. Como el mago que te obliga a mirar la mano donde no está pasando nada, mientras la otra pergeña el truco. Y al escuchar a los medios, hipnotizados por el tachán, no queda más remedio que felicitar al prestidigitador.

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