Rivalidad
Los publicitarios saben que la rivalidad entre dos productos mejora sus ventas. El deporte enseña que las grandes rivalidades fortalecen. En el fútbol americano, los Green Bay Packers se odian con los Chicago Bears desde 1921. En el béisbol la rivalidad entre los New York Yankees y los Red Sox de Boston deja las relaciones entre Barça y Madrid en una carantoña amistosa. Mis adorados Corinthians, que fueron gloriosos en los tiempos de ese cerebro con botas de fútbol llamado Sócrates, alimentan su odio hacia el Palmeiras desde 1914.
Pero la rivalidad en los medios muchas veces no estriba en hacerlo mejor, sino peor. Alimentar la información con la pasión sin matices de un Boca-River desnuda al ejercicio periodístico de toda su complejidad. Lo llaman periodismo de trinchera, pero es más bien periodismo de barra brava, aunque el hooligan lleve corbata y tenga carrera. El fan da más satisfacciones que el espectador exigente. En esas batallas, pierden el periodista y la sociedad; uno se descalifica como árbitro; el otro se queda sin campo de juego.
La Academia de la Televisión ha homenajeado al periodista Luis Mariñas, fallecido en diciembre. Como símbolo de su labor recordó el debate que moderó entre Felipe González y Aznar en mayo de 1993. En aquella Telecinco, Mariñas armó un rincón para poner a las rivalidades en el lugar donde más rinden, en la exigencia, el debate, la seducción. Quizá por culpa del resultado de aquel cara a cara, estuvimos castigados sin debate entre candidatos, hasta que Zapatero aceptó sentarse frente a Rajoy tras sus primeros cuatro años de Gobierno. Saquen la cuenta de los años transcurridos y del pánico al debate.
En recuerdo a Mariñas, los organizadores convocaron a González y Aznar, pero ni la agenda ni las ganas les permitieron volverse a reunir. Les ampara el derecho a una jubilación tranquila. Si las rivalidades no encuentran el terreno donde enfrentarse con limpieza, terminan por monologar para fieles y convencidos: la hinchada. La gente prefiere el fútbol, porque cada dos semanas, hasta la estrella más mimada está forzada a jugar en campo rival.
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