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Columna
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Cadenas

David Trueba

Hace años, un director con el que había escrito una película que funcionó muy bien comercialmente me dijo algo que no he olvidado: "Lo hermoso de un éxito en el cine es que haces ganar dinero a toda una cadena de gente". La cadena a la que se refería iba desde el vendedor de palomitas, al acomodador, al productor, el distribuidor, el dueño de la sala, el publicitario. Esa cadena se rompió hace bastante, cuando el cine cayó en manos de las empresas televisivas y las sociedades financieras internacionales y el amor por el cine sobrevive a la sombra de los balances contables. Me vuelve ese recuerdo al escuchar el tono matón con que las grandes distribuidoras norteamericanas se han dirigido a la Generalitat a raíz de la aprobación de su nueva ley de cine, que impone obligatoriedades de uso del catalán. Las majors les acusan de haber aprobado una ley política, como si el Parlamento no estuviera para hacer política, sino para arroparles en la cama.

Ahora que ya sabemos que el mercado no es capaz de regular ni el mercado, y nos está cayendo una tormenta tremenda por el juego codicioso de unos cuantos, suena bastante chusco que un lobby empresarial siga propagando que el mercado es la única fuente de autoridad, incluso en la industria cultural. Poco menos que los jerarcas de Hollywood vienen a decirle a Cataluña que el catalán será un idioma para hablar en la intimidad, pero no en el mercado del entretenimiento. Al contrario que recurrir a ayudas y subvenciones, deberíamos saber ya que para lograr un mercado justo y en igualdad de oportunidades lo exigible es rigor y reglamento. Exactamente igual que hace Estados Unidos con sus durísimas leyes antimonopolio y su mimo protector a la industria del cine, la segunda que más divisas le trae del extranjero. A Hollywood ejercer el monopolio en el exterior le resulta natural, como si los gigantes tuvieran derecho a pisotear Lilliput. Desafiar a que ningún Gobierno se atreverá a poner la ley en vigor suena a aquel: "Tengo una oferta que no podrá rechazar". No teman los catalanes, Hollywood no los despreciará, tomará el dinero de las subvenciones para el doblaje y correrá a eternizar que la pantalla sea suya.

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