Ramiro Fonte, poeta gallego
En Portugal se imprime su próximo libro, 'Reversos'
El poeta gallego Ramiro Fonte, actual director del Instituto Cervantes de Lisboa, ha fallecido la pasada madrugada en el hospital de Bellvitge de Barcelona a los 51 años, a causa de la enfermedad que padecía.
Desde hace un tiempo circulaba entre escritores "sabes que Ramiro está mal", eso que se dice bajando la voz hasta que la última palabra cae casi callada, como muerta. Su enfermedad mortal fue enhebrándonos en zigzag a los que lo conocimos en distintos momentos, se nos fue haciendo visible la red de vivos y muertos que es la vida. Los escritores son gente posesa y furiosa y les cuesta mantener uno detrás de otro esos hilos de la red que nos entreteje, sólo la muerte de uno de los suyos los detiene a reparar en ese agujero que se abre en la red. Su muerte hace más mortal a su generación y a todos; cargamos ya con Ramiro. Para mí es una estampa: es Lisboa en verano, su amigo de infancia Euloxio, cuatro personas jóvenes y casi pobres; él es un joven que se abre y se cierra, como un erizo, y ya sabe que va a ser escritor.
El poeta tiene que hacerse, tiene que ganarse y Ramiro luchaba por ser poeta como una fiera joven merodeando los círculos intelectuales de Santiago, Franco moría y parecía que el tiempo se expandía. Pocos toman tan en serio ser escritor como lo hacía él. Desmentía a quienes creen que se puede ser poeta por horas, vivía siempre hirviente y contra sí, contra las palabras, contra los libros ya escritos antes por otros, contra los que él estaba escribiendo, contra todo. Como escritor no se sentía solo, se sabía entre los poetas que admiraba, vivos o muertos, siempre se supo poeta porque no sabía querer otra cosa. Nadie le tenga pena, era orgulloso.
Su tema fue la vida; o sea, el tiempo. Hay poetas que son capaces de dejarse poseer por cosas no humanas, pero Ramiro escribía siempre desde dentro de sí, estaba lleno de él, su obra en poesía y prosa es el relato de su vida. En los últimos años, desde 2003, nos ofreció una trilogía con sus memorias de infancia. Lo único para contar es la infancia, lo demás es redundancia, y Ramiro volvió a ver con ojos de niño el barrio y la villa de Pontedeume, su centro del mundo. El primer volumen, Os meus ollos, estuvo sobre la mesa del Premio Nacional; no tuvo esa suerte el relato de aquel niño de Pontedeume envuelto en la magia que desde el balcón de su casa oye las campanas, bebe de todas las fontes de su pueblo y descubre los secretos de los mayores. Ramiro fue leal a sí mismo, a su infancia y a su carácter y, obstinado, realizó algo así como un destino. Cuando acabó sus memorias, se le acabaron los meses.
Vivió echando la frente hacia delante y buscó un espacio propio, escritor en lengua gallega pero fuera del espacio central "tan marcado ideológicamente", y fuera de su tierra, primero en Londres y ahora en Lisboa. Era su modo de estar centrado en sí. En una imprenta portuguesa se imprime su próximo libro, Reversos, su editor no llegó a tiempo de enseñárselo. Faltó tiempo.
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