Morrie Yohai, inventor de los ganchitos de queso
Vendió la fábrica de los Cheez Doodles y se dedicó al estudio del judaísmo
Los amantes de los ganchitos anaranjados de queso, uno de los tentempiés por antonomasia comercializados desde finales del siglo XX, han perdido al inventor de ese prodigio del picoteo entre comidas. Se trata de Morrie Yohai, fallecido en Nueva York el pasado 27 de julio, a los 90 años, a causa de un cáncer. Yohai había vendido fábrica de snacks hacía décadas. Se dedicaba a dar clases y a estudiar el misticismo judío. En el mundo empresarial de la alimentación se le recuerda como una persona modesta y de ideas innovadoras.
A finales de los cincuenta se encontraba en la fábrica de comestibles fundada por su padre, en el Bronx, en Nueva York, cuando reparó en una máquina que procesaba harina de maíz y la amasaba en un rectángulo de consistencia compacta. Se le ocurrió cortarlo en piezas más pequeñas y espolvorearlo con sal y queso deshidratado para, a diferencia de otros tentempiés, meterlo en el horno y no freírlo. Así sería más sano. Había nacido el ganchito, bautizado oficialmente en EE UU como Cheez Doodle (cheez es una vulgarización de la palabra cheese, queso, y doodle es el nombre de los garabatos y dibujos infantiles en Norteamérica).
Nacido en Harlem en 1920, Yohai estudió Administración de Empresas en la Universidad de Pensilvania, prestó servicio en el Ejército durante la II Guerra Mundial y, al regresar a EE UU, asumió el control de la fábrica familiar, Old London Foods, que se había hecho famosa en el periodo de entreguerras por servir un snack salado y ligero, un pequeño bocadillo de queso entre dos finas galletas de pan.
Tras inventar los ganchitos y lograr el éxito nacional, Yohai vendió la empresa al grupo alimenticio Borden Inc., en los sesenta. Fue vicepresidente de la misma compañía, encargado, según dijo a la cadena de televisión ABC, de la trivial tarea de elegir los juguetes que se regalaban en las cajas de snacks. Finalmente, cuando Borden Inc. abandonó Nueva York y trasladó sus oficinas a Ohio, renunció a su cargo. Posteriormente se dedicó a enseñar en el programa de empresariales del Instituto de Tecnología de Nueva York y a profundizar en las enseñanzas del judaísmo.
Pocos conocían su nombre hasta que los medios se hicieran eco de su muerte, pero, como se recordó en la radio pública NPR, su invento tiene ya vida propia: cada año se producen en EE UU siete millones de kilos de Cheez Doodles.
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