Miguel Zanetti, el pianista de los grandes divos del canto
Trabajó con Victoria de los Ángeles, Kraus, Carreras, Caballé y Stich-Randall
En la noche del domingo fallecía en Madrid el pianista Miguel Zanetti, uno de los grandes acompañantes que en el mundo han sido durante cerca de cuatro décadas. Era, además, alguien que amaba su trabajo por encima de todas las cosas, un erudito de la historia del acompañamiento pianístico, que conocía cada lied de Schubert, de Schumann o de Hugo Wolf, y que seguía al día con ánimo admirable. Nos costará trabajo acostumbrarnos a no ver su figura inconfundible en uno de los palcos del teatro de la Zarzuela en cada nueva sesión del Ciclo de Lied, a donde acudía fiel con toda su sabiduría a cuestas, y no para juzgar sino para compartir, para mirar al mismo tiempo al pasado del que formaba parte y al futuro que sin él tampoco podría ser posible. Era inevitable que al terminar cada recital se nos fuera la vista a la localidad de Zanetti para ver la cara del maestro, la impresión que le había producido el o la cantante de turno y, sobre todo, ese acompañamiento pianístico en el que era maestro indiscutible. Su mirada, su gesto, su aplauso, eran toda una referencia
Miguel Zanetti había nacido en Madrid en 1935 y estudiado en el Conservatorio de la capital con José Cubiles, Gerardo Gombáu y Federico Sopeña, lo que, para empezar, no estaba nada mal, pues en la mezcla de los tres había esa fusión de técnica y cultura sin la que Zanetti sabía muy bien que no se puede ir haciendo música por el mundo. Luego ampliaría sus estudios con Erik Werba en Viena, y de ahí le vendría la consolidación de una vocación que entonces podía parecer extraña cuando se tenía su clase: la de ser acompañante.
Hoy, si se escucha a los más grandes, a los herederos del propio Werba o del gigantesco Gerald Moore -entre los que se encontraba el propio Zanetti- nadie puede dudar de que en ese trabajo se puede florecer como artista tanto como en otro cualquiera de los que forman el mundo de la interpretación musical. Los cantantes con los que colaboró Zanetti lo supieron desde el principio. Y la lista es de vértigo: Victoria de los Ángeles, Montserrat Caballé, Pilar Lorengar, Teresa Berganza, Theresa Stich-Randall, Elisabeth Schwarzkopf, Thomas Hamsley, Nicolai Gedda, José Carreras, Alicia Nafé, Alfredo Kraus, Simon Estes... Canción española, lied alemán, melodía italiana o francesa, todo el repertorio y unas cuantas rarezas se daban cita en estos encuentros, algunos preservados por el disco y ojalá pronto recuperados en su tan volátil mundo. Y no sólo trabajó Zanetti con cantantes; lo hizo también con violinistas, como el casi diabólico virtuoso Ruggiero Ricci, o violonchelistas, como el muy grave André Navarra. Y siempre de forma muy especial, tocando el piano a cuatro manos, con su discípulo y colaborador Fernando Turina.
Catedrático de la Escuela Superior de Canto de Madrid, Zanetti, que será incinerado hoy en el cementerio de la Almudena, ha formado a cantantes y pianistas, ha sido testigo de ese camino un poco errático que nos ha hecho pasar de las grandes figuras hijas de su fuerza de voluntad a la normalidad de lo que debe dar una formación sensata. Ahora lo que hay que hacer es no olvidarle, que su obra quede, que seamos conscientes de que, a la sombra de tan grandes nombres, él fue un primus inter pares. Le vamos a echar de menos.
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