Antonio Miró Valverde, arquitecto
Su trabajo, junto a Fernando Higueras, tuvo siempre vocación experimental
Cuando Antonio Miró, fallecido el pasado día 9 en Madrid, decide formar equipo con Fernando Higueras, este ya había colaborado de forma continua con otros arquitectos, José Serrano Súñer y Pedro Capote, cuyos nombres no pueden silenciarse. Pero es indudable que iba a ser Miró -y de hecho estos diez años así lo demuestran- el perfecto contrapunto de Higueras. Donde Antonio pone su lápiz siempre afilado, suave y preciso, aparecen el equilibrio y la armonía arquitectónicos. Grande, indolente, introvertido, es probable que Antonio Miró haya pensado alguna vez como Leonardo: "Aquellos que se adornan con los trabajos de los demás no quieren reconocer el fruto de mis propios esfuerzos".
Este comentario, escrito por Santiago Amón y publicado en la revista Nueva Forma en el año 1971, describe con oportuna precisión la personalidad del arquitecto Miró, recientemente fallecido. Amón señaló que el rigor, el temple y la sutileza fueron las características que mejor le definían y que le permitieron trabajar con una lucidez y una profundidad fuera de lo común.
Antonio Miró nació en Madrid y estudió arquitectura en Barcelona, titulándose en el año 1958. Para comprender la figura y la obra de Miró, resulta preciso señalar el universo referencial de su generación y la de su socio Fernando Higueras, que estuvo compuesto por las figuras de Frank Lloyd Wright, José Luis Sert, Lucio Costa, Marcel Brauer, Alfonso Eduardo Reidy, Eero Marineen, Kenzo Tange o Jorn Utzon, y sobre todo por Pier Luigi Nervi, así como por su gran amigo y colaborador Félix Candela. Todos ellos arquitectos con una decidida voluntad por conseguir la mayor expresividad del material -hormigón- y comprometidos en la búsqueda de nuevas formas asociadas al desarrollo de las técnicas. A su generación también pertenecieron los arquitectos Curro Inza, Juan Daniel Fullaondo -su principal difusor y editor- y el actual académico y catedrático Antonio Fernández Alba, todos ellos herederos de los maestros Sáenz de Oiza, Coderch, Sota, Fisac o Corrales y Molezún. Por tanto la figura de Miró, junto con Higueras, se inscribe por derecho propio en uno de los periodos de mayor intensidad creativa de la arquitectura española del siglo XX. Su trabajo siempre estuvo marcado por el riesgo y la voluntad experimental, pero su seriedad y su rigor le aportaron el necesario grado de verosimilitud y compromiso social. Una arquitectura con clara vocación organicista, ecléctica, y decididamente optimista, que perseguía formalizar la nueva expresión de un país en decidido proceso de transición y cambio. Las obras de Higueras y Miró fueron de los primeros trabajos españoles reconocidos y publicados con dimensión internacional.
Sus principales obras, realizadas junto a Higueras, se efectuaron durante los años sesenta y setenta, destacando la Unidad Vecinal de Absorción (UVA) de Hortaleza (1963), el Centro de Restauraciones Artísticas en la Ciudad Universitaria (1965) -la célebre Corona de espinas- y las viviendas para el Patronato de Casas Militares en la calle Alberto Aguilera (1967-1975), todos ellos en Madrid. En los años ochenta, se incorporó a la docencia de Proyectos en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, donde siempre se le consideró un maestro en la disciplina y un profesor ejemplar, muy querido por alumnos y compañeros.
Es seguro que todos los arquitectos que hemos tenido la suerte de conocer y colaborar con Antonio Miró, ya sea en la profesión o en la docencia, siempre recordaremos su bondad, su honestidad y su extraordinario talento, siempre expresado mediante "su lápiz afilado, suave y preciso".
Darío I. Gazapo de Aguilera es arquitecto.
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