El fin del espectáculo arquitectónico
La Barrié trae la idea de construcción cívica de Chipperfield a su sede de A Coruña
Mientras los alcaldes de medio mundo se peleaban por ver levantado en su ciudad el edificio más rompedor del momento, el arquitecto británico David Chipperfield dedicaba diez años de su vida a reconstruir lo irreconstruible: el único edificio institucional del antiguo Berlín Este que logró sobrevivir a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo? Renaciendo. ¿Qué hizo Chipperfield? Escucharlo.
En el Neues Museum, el corazón de la isla de los museos berlinesa, el arquitecto de la Ciudad de la Justicia de Barcelona, del edificio Veles i Vents de Valencia o de la remodelación del Paseo del Óvalo, en Teruel, firmó un trabajo lento y minucioso, que combinando dosis de arqueología, historia, diseño y psicología, logró hacer convivir pasado y futuro en uno de los pocos inmuebles con memoria histórica de la capital alemana.
Ha sido en Alemania donde este británico ha hallado la fuerza para convencer
Lo más sutil, como su propia casa en Corrubedo, puede ser lo más llamativo
El propio Chipperfield, cuya sobresaliente trayectoria puede visitarse hasta el 30 de mayo en la Fundación Barrié de A Coruña, tiene claro que hoy un proyecto como el berlinés sería imposible: "Los concursos no los ganan las ideas sino las formas". Y su reconstrucción del museo alemán ganó el concurso con una idea: la de dejar hablar a la historia. Ni momificó el pasado ni trató de maquillar el horror de los bombardeos o las sucesivas vidas del museo -donde hoy se encuentra el famoso busto de Nefertiti- pero que, durante décadas, funcionó como un arsenal.
Chipperfield es uno de los arquitectos más solicitados del mundo. Sólo en el último lustro ha concluido el Museo de Anchorage (en Alaska), el de Des Moines en Iowa, un poblado residencial en Hangzhou (China), el Centro de Estudiantes St. Philips, en Londres, o las oficinas para Novartis en Basilea, por citar unos pocos. Tiene además sobre las mesas de sus 180 empleados la restauración del Castillo Sforzesco de Milán, el eterno proyecto de ampliar el Cementerio de San Michele de Venecia, con una isla artificial, o la Ampliación del Museo de Arte de St. Louis, Missouri, por citar otros pocos.
Con todo, ha sido en Alemania donde este arquitecto británico ha encontrado la fuerza para convencer con su idea de una arquitectura cívica más volcada hacia la construcción de la ciudad que hacia el espectáculo de un momento. No en vano, el RIBA (Royal Institute of British Architects) reconoció con su medalla de oro el Museo de la Literatura Moderna que concluyó en Marbach am Neckar hace tres años.
Y a partir de ahí el arquitecto comenzó a crecer. Y a soltarse. Así, entre los últimos trabajos que pueden verse entre las maquetas y fotografías que componen el recorrido no cronológico de la Fundación Barrié de la Maza, hay cada vez más volúmenes escultóricos, topográficos incluso, a pesar de su composición geométrica.
Proveniente del Design Museum de Londres, la muestra analiza la trayectoria de este arquitecto tan poco británico y tan poco high tech. Moderno a la antigua usanza, Chipperfield se inició con esmerados interiores y logró construir mucho antes en Japón que en el Reino Unido. Luego ha ido creciendo en escala, primero en ambición y despliegue geográfico después, en empleados, a la vez, en imaginación, y, finalmente, en confianza.
Por eso sorprenden, y a la vez se entienden como parte de esa progresión, proyectos como The Hepworth Wakefield, un museo en West Yorkshire desgajado en diez cuerpos trapezoidales y, sin embargo, formando un único y escultural volumen. Ese museo, que contiene una curiosa colección que combina el legado de Barbara Hepworth con el retrato de los diversos alcaldes de la ciudad, se inauguró el martes pasado. Y, siendo su obra más reciente, es una de las piezas más sobresalientes de la exposición de un arquitecto que siempre ha confiado la construcción del futuro en el conocimiento del pasado.
¿Qué significa en arquitectura respetar el pasado? Chipperfield demuestra que el respeto consiste en dejar hablar. No en dar la razón. Responder con más de lo mismo, empleando su mismo idioma formal, a un edificio levantado hace dos siglos hubiera sido una broma incívica. Hubiera sido tratar a los ciudadanos como los espectadores de un circo. Por eso la apuesta expositiva de la Fundación Barrié, comisariada por Rik Nys y Gemma Curtin, es oportuna y significativa. En un momento en que se empiezan a cuestionar muchos de los iconos espectaculares de la última década, juzgándolos como burbujas arquitectónicas separadas de la realidad urbana, Chipperfield arraiga la arquitectura. Y demuestra que, a veces, lo más sutil, como la hermosa vivienda que él mismo se construyó en Corrubedo, puede convertirse en lo más llamativo.
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