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Columna
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Áreas metropolitanas

El debate europeo sobre la organización territorial se centra entre aquellas personas e instituciones que defienden escenarios basados en la competitividad y aquellos otros que apuestan por escenarios fundamentados en la cohesión. No es baladí este enfrentamiento. En Europa la convergencia regional se ha estancado y el denominado Pentágono Económico, es decir el área que comprende el espacio entre Londres, Paris, Milán, Munich y Hamburgo, concentra alrededor del 45% de la riqueza económica y alberga al 80% de las sedes de las multinacionales europeas. O sea, asistimos a una fuerte tendencia polarizadora y centrípeta.

En Galicia podemos constatar que estamos delante de un sistema organizativo polinucleado, o lo que es lo mismo, nos caracterizamos por la inexistencia de un centro polarizador que aglutine y marque el ritmo. Dentro de nuestro territorio existen ciertas áreas que acumulan y aumentan sus niveles de concentración tanto demográficos como de actividades económicas. La existencia de los distintos polos de competitividad y atracción en Galicia son resultado del desarrollo de la economía local unido a una mejor accesibilidad y posicionamiento externo, elementos que han permitido e incentivado su articulación e inserción con otras economías. Su éxito estuvo y está basado en aprovechar sus oportunidades y haber apostado por la conformación de corredores territoriales, haciendo hincapié en la mejora de la organización interna de las empresas y los desarrollos logísticos asociadas a éstas últimas.

Hay que combinar la búsqueda de la cohesión territorial con la mejora de la competitividad

Las futuras estrategias de Galicia han sido definidas por su presidente cuando afirma que hay que combinar la búsqueda de la cohesión territorial con la competitividad. Esta voluntad de conciliación de objetivos aparentemente contradictorios podría ser resuelta por la puesta en práctica de "áreas funcionales", o "zonas de integración territoriales" que busquen valorizar los potenciales endógenos y que permitan garantizar el equilibrio territorial. Al mismo tiempo, bajo dicha formulación se busca evitar el despilfarro, los solapamientos y las disfunciones derivadas de la puesta en funcionamiento de servicios y programas tanto superpuestos como antagónicos.

Para afrontar esos desafíos apostamos por el policentrismo, un modelo de organización espacial en diferentes escalas; y que se define por oposición al monocentrismo, en que este último se caracteriza por una fuerte concentración de individuos, actividades y funciones en un sitio único y ejerciendo con intensidad vínculos de orden centrípeto, cuyas consecuencias son aumentos de la brecha entre zonas. Asimismo, el policentrismo se opone al modelo difuso, ya que este último está definido por una simple desarticulación o ausencia de jerarquía espacial, lo que supone una pérdida de ventajas diferenciadoras en una competencia más global.

Llevar a la práctica una organización territorial fundamentada en los dos principios de cohesión (garantía de equilibrio y compromiso de oportunidades) y de competitividad (objetivo de posicionamiento y opciones de seducción) reclama delimitar las nuevas estructuras de los espacios geoeconómicos internos. Y aquí, la propuesta del presidente de la Diputación de A Coruña, Salvador Fernández Moreda, ha sido inteligente y exquisita.

La configuración de los consorcios territoriales, no sólo no suponen incrementos de gasto público, sino que generan nuevas escalas intermedias en el campo de la gestión, a la vez que no dificultan las identidades locales, sino que refuerzan los dos fines a alcanzar: en primer término, la mejora la cohesión entre espacios territoriales próximos, y en segundo lugar, lograr incrementar los criterios de la competitividad local.

Así las cosas, el policentrismo pasa por la promoción y defensa de redes equilibradoras de distintas actividades y escalas; evitando el ostracismo de zonas periféricas y de áreas marginalizadas. Responde, en suma, a los dos procesos: el institucional, o sea el compromiso político; y el estructural, atendiendo a los cada vez más intensos flujos de bienes, servicios, transferencias de tecnología, informacionales, etcétera.

Al definir las "áreas funcionales" estamos contextualizando espacios coherentes en términos de dimensión, conectividad, atractividad, industrialización, conocimiento, grados de decisión, etcétera. La suma de dichas áreas funcionales nos permitirá conformar un nuevo armazón urbano. De esta forma, se contribuiría a reforzar una nueva distribución y conectividad entre las distintas zonas territoriales, evitando trayectorias divergentes y generadoras de una mayor acentuación de los desequilibrios.

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