La seguridad de Cofrentes
A raíz de la reciente invasión del perímetro de la central de Cofrentes por parte de voluntarios de Greenpeace, resulta obligado retomar el tan traído y llevado tema de la seguridad en las instalaciones nucleares. Que al menos 16 activistas penetraran en el recinto sin ser localizados en su aproximación a la central, y que tres de ellos consiguieran incluso descolgarse por una de las torres de refrigeración y pintar una frase de grandes dimensiones, necesariamente da que pensar. Tras todo ello, seguir afirmando, como ha hecho el ministro Sebastián en sus declaraciones, que las nucleares españolas son absolutamente seguras no deja de resultar sorprendente y contradictorio, al igual que el informe del CSN que avala un permiso de explotación por diez años más, considerando que "mantiene el nivel adecuado de seguridad".
El argumento de la proporcionalidad de las medidas adoptadas frente a los activistas, al que se ha referido la delegada del Gobierno a modo de excusa, es comprensible pero no tranquiliza especialmente: en un ataque terrorista la proporcionalidad también sería distinta por la otra parte, no se avisaría por teléfono antes justo de iniciar la acción como ha sido el caso, y es de suponer que el comando en cuestión no adoptaría precisamente una estrategia de visibilidad consciente. Recordemos que la seguridad de las nucleares ante potenciales ataques externos -en una época con importantes grupos terroristas que actúan a escala mundial- es un factor esencial, y así lo señalaba también el CNI en un informe del año 2006. De hecho, uno de los principales objetivos del ecologismo antinuclear ha sido precisamente denunciar la escasa seguridad de las centrales en lo que se refiere a invasiones externas. Recordemos que hace cuatro años un parapente sobrevoló la central de Almaraz y el activista de Greenpeace ni siquiera pudo ser detenido, y en 2002 varios activistas lograron encaramarse a la mismísima cúpula del reactor de Zorita para desplegar una pancarta. En los tres casos, incluyendo el de Cofrentes, los ecologistas han conseguido aproximarse a la zona de seguridad de la central sin ser identificados, traspasar las vallas de seguridad del perímetro o su espacio aéreo, y culminar su acción reivindicativa hasta el final. Ninguno de estos intentos ha sido abortado a tiempo por los guardas de seguridad.
Por lo tanto, la idea de "seguridad absoluta" de las nucleares españolas que se sigue defendiendo desde el gobierno acaba siendo más bien un espejismo tranquilizador de conciencias que un argumento basado en hechos contrastables. El riesgo de las centrales es una característica intrínseca a sus procesos, al igual que la accidentalidad es una variable siempre presente en la circulación de los automóviles, una variable no deseada que podrá disminuirse a través de medidas preventivas y técnicas, pero nunca evitarse del todo. Sin embargo, no todo riesgo debe ser socialmente admisible, sobre todo cuando hablamos de la posibilidad de un accidente potencialmente catastrófico. Y más cuando la historia nos ha demostrado que puede convertirse en realidad. No hace falta remontarnos a la catástrofe de Chernóbil, tenemos mucho más cerca en espacio y en la tecnología el accidente de Vandellós I, actualmente en proceso de desmantelamiento, que estuvo a punto de sufrir un escape de gas radiactivo que habría sido desastroso. El CSN pidió entonces una fuerte inversión en medidas de seguridad que fue finalmente desestimada por su coste, y la central tuvo que cerrar. Pero debemos destacar que antes de dicho accidente también se suponía que todas las centrales españolas eran seguras.
Recordemos que a pesar del intenso empeño de las compañías eléctricas, de demostrada capacidad de influencia política, más de la mitad de los españoles siguen siendo contrarios a la energía nuclear -en gran medida por sus evidentes riesgos inasumibles-, y por lo tanto el debate sobre su pertinencia sigue teniendo todo su sentido democrático. Y más teniendo en cuenta que el Estado español es excedentario en producción de energía eléctrica.
José Albelda es profesor en la Universidad Politécnica de Valencia.
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