Los dispendios de Eduardo Zaplana
Cuando Eduardo Zaplana tomó posesión de la presidencia de la Generalitat en 1995 se encontró con lo que podía describirse como un museo de la austeridad, pues tal era la cualidad más notable que venía caracterizando a los titulares de ese poder desde que fue restablecido. Pero con el nuevo inquilino del Palau se acabaron las estrecheces y pronto se constató un nuevo estilo a cuya luz pudo pensarse que todos sus predecesores en el cargo habían pecado de pobreza de espíritu, incluso de cicatería. Las novedades se percibieron pronto en todo los órdenes, desde el fondo de ropero del presidente a la ubicuidad que exhibió a lo largo y ancho del país, por no mencionar las aventuras míticas con que gravó por varios decenios más el erario, aunque ésta es otra historia.
Parece evidente que ya en esos años de poderío autonómico se maceró el gusto por el jet o el helicóptero privado a cargo de los dineros públicos, que era el único modo de comparecer en distintos y lejanos escenarios a lo largo de una jornada. A la clientela y cohorte zaplanista siempre le deslumbró esta movilidad más propia de un ejecutivo multinacional que de un gestor político periférico en una comunidad que únicamente el discurso hiperbólico de la derecha reputa sobrada de recursos. No obstante, al ex presidente se le debe reconocer la habilidad que tuvo para proyectar una imagen dinámica y desahogada que parecía sacudir el apocamiento de sus antecesores.
Una imagen que acaba de capotar esta semana a raíz de las informaciones publicadas en estas páginas acerca de los viajes aéreos contratados mientras nuestro ex molt honorable dirigió el Ministerio de Trabajo. Los datos, esto es, los vuelos, coste y destinos, se conocen en sus pormenores y sólo habría que añadir aquí, por mor de la precisión, que ya en 2004 el diputado socialista valenciano José Camarasa pidió luz y taquígrafos para saber quién pagaba el desplazamiento efectuado a Valencia por el ministro para asistir a la presentación de las candidaturas del PP y que fue efectuado por una firma con la que la Generalitat tenía suscrito un contrato de 37,5 millones de euros. Ignoramos si hubo respuesta para este episodio, uno más de los muchos en que según la diputada de EU, Isaura Navarro, se confunde lo público con lo privado.
No habría de chocarnos, pues, que al hoy portavoz popular se le haya motejado de "Zaplanavión" debido al espectacular uso de este transporte, ni tampoco que prospere el alias de "Dispendioso" como ya se le describe a propósito de las mencionadas informaciones sobre la administración o despilfarro de la partida de gastos protocolarios. A este respecto parece oportuno anotar varias puntualizaciones. Mediante la primera hemos de anotar la exigente selección -no exenta de coentor en algunos casos- de primeras marcas y artículos por parte del ministro para obsequiar a terceros a cargo de nuestros dineros. La segunda, la mezquindad que revelan algunos recibos, como es el reintegro del óbolo donado a mesas petitorias. La tercera, que en un país con moral pública, el político meramente sospechoso de este despilfarro ya estaría, siquiera provisionalmente, en el ostracismo o camino de chirona. La cuarta, que resultaría aleccionador, aunque en modo alguno eximente, la divulgación de cómo demonios consume cada ministro sus respectivos fondos de libre disposición. Y, por último, que sería prodigioso a la par que deprimente ver levantar políticamente cabeza al hoy portavoz popular.
Sin embargo, no hemos de soslayar tal posibilidad, por más que sobre la cabeza del ex presidente graviten otros riesgos, como el interminable culebrón de los pagos a Julio Iglesias, o las cuitas de los empresarios de Benidorm, Antonio Moreno y Julio Herrero, que le involucran en la presunta percepción de comisiones. Eso, sin desestimar otros expedientes, pues parece obvio que no solo la oposición considera al portavoz el eslabón más débil de la tríada que gobierna el PP, sino que en ello coinciden sectores de su propio partido, el llamado fuego amigo. En todo caso, por mal que le anden las cosas, siempre le quedará Alicante, su leal e irreductible zaplanato bien dotado de aeropuerto para despegar de nuevo.
A LA GREÑA
La alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, y el ministro no menos valenciano Jordi Sevilla andan enzarzados por los méritos que cada uno representa en la organización de la Copa América. Cada cual se cuelga las medallas que prefiere e ignora las del otro. Hay algo o mucho de infantil en esta trifulca meramente partidaria y electoral que confunde a todos acerca de cuánto ha pagado y puesto realmente en el envite cada administración, que poco o nada hubiese conseguido por sí sola. Mientras, el vecindario tiene apenas idea del acontecimiento náutico que le prometen cual maná de prosperidad. Que no quede en otra visita papal.
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