Madres buscadoras de texanos desaparecidos en México se organizan: “Es una pesadilla infinita”
Sus hijos, nacidos en Texas de padres inmigrantes, cruzaron la frontera y no regresaron. Ante lo que consideran una respuesta insuficiente de las autoridades, las familias buscan justicia por cuenta propia

Lisa Torres despertó con un dolor inexplicable en el pecho el 29 de julio de 2017. Estaba en Guanajuato, visitando a su familia. Pensó que se iba a enfermar. Lo presintió, pero en ese momento no sabía que su hijo Roberto Franco Jr., de 22 años, acababa de desaparecer en el camino hacia donde ella estaba. Roberto había salido manejando desde Houston, Texas, alrededor de las cuatro de la mañana. Debía llegar a las diez. Pasaron horas sin que Lisa supiera de él. Lo llamó, pero nadie contestaba. Actualmente hay 1.756 estadounidenses desaparecidos en México, y Roberto es uno de ellos.
Ese día, Luz Francisca Rivera estaba en su rancho, recién operada de la vesícula, sin internet ni señal. Para hablar con su hijo Juan Francisco, siempre tenía que caminar hasta el pueblo más cercano. Juan Francisco Hernández, de 24 años, trabajaba limpiando tanques en una refinería del área de Houston. Nacido en Texas, le tocó regresar a México de pequeño con su madre, mientras ella arreglaba sus documentos. A los 18 años viajó solo hasta San Luis Potosí para sacar su pasaporte estadounidense, pues quería regresar a casa.
Cada vez que hablaban le decía a Luz Francisca: “No worries, ma”. Es lo más que ella recuerda. Juan Francisco iba en el carro con Roberto, y desaparecieron juntos. Su madre caminó hasta el pueblo para llamar a un teléfono que nunca contestó.
Un mes después, Jeanette Cerecer estaba organizando una fiesta para su hijo. Era el 30 de agosto, y Ernesto Garnica Jr. cumplía 29 años. Él trabajaba en un centro de acogida para niños migrantes, y vivía entre Texas y Matamoros. El día de su cumpleaños, salió del trabajo de noche y llamó: “Mami, ¿qué onda?”. Le dijo que había quedado con amigos para una carne asada, pero que comería con ella al día siguiente.
A las cinco de la madrugada alertaron a Jeanette de que Ernesto no aparecía. Tres días después encontraron su camioneta quemada en la carretera entre Matamoros y Reynosa, con dos cuerpos calcinados adentro. Jeanette pasó meses creyendo que su hijo había muerto, pero los resultados del ADN confirmaron que ninguno de los cuerpos que hallaron era el suyo. Sigue desaparecido.

Meses después, estas tres madres crearon la Asociación de Estadounidenses Desaparecidos en México (ACMMA, por sus siglas en inglés). Sus hijos, nacidos en Texas de padres inmigrantes, cruzaron la frontera y no regresaron. Son mujeres a las que les ha tocado convertirse en investigadoras de sus propios casos y que no pierden la fe en resolverlos.
Investigadoras por cuenta propia
Ante una situación así, lo primero es presentar un reporte en la policía, explica Melissa Rangel, coordinadora de casos en el Texas Center for the Missing, una organización local que apoya en la búsqueda de personas desaparecidas. Luego recomienda contactar a las organizaciones que, como la suya, ofrecen apoyo adicional.
En 2024 se reportaron 10.458 nuevos casos de desaparecidos en Harris County: 3.513 adultos y 6.945 niños. Con esas cifras, el condado más grande de Estados Unidos se convirtió también en el condado con más desapariciones de Texas, que a su vez es el Estado con más casos sin identificar en todo el país. En enero pasado, Houston, la capital de Harris County, era la ciudad norteamericana con más personas desaparecidas, con 442. De ellas, 196 eran latinas. Rangel asegura que las familias hispanas dudan cada vez más en reportar desapariciones ante la policía, o al menos así lo ha observado en los últimos meses. Están dejando de hacerlo, sobre todo, por miedo a acabar detenidos o deportados.
Sin embargo, cuando la desaparición ocurre en un país extranjero, el Departamento de Estado recomienda que las familias contacten a la embajada o consulado correspondiente. El personal puede trabajar con autoridades locales para localizar al ciudadano, verificar reportes de hospitalizaciones o arrestos, y mantener informada a la familia ante posibles actualizaciones. Pero no más que eso. Los consulados no investigan crímenes ni emprenden búsquedas. Tampoco pueden dar asesoría legal, aunque pueden proporcionar listas de investigadores privados o abogados. Las familias deben financiar sus propias investigaciones.
Según el Registro Nacional, hay más de 8.000 desaparecidos en México cuya nacionalidad se desconoce, así que la cifra de norteamericanos podría ser mayor. En marzo de 2023, cuatro estadounidenses fueron secuestrados en Matamoros, Tamaulipas, y las autoridades respondieron rápidamente, coordinando su rescate junto con EE UU. Sin embargo, muchas familias de personas desaparecidas en México han denunciado que no reciben la misma atención.
Para Lisa, Luz Francisca y Jeanette, los consulados resultaron ser no más que buzones de quejas y sugerencias. “Es como un asistente administrativo, un lleva y trae información”, dice Jeanette. Las autoridades texanas tomaron el reporte. Pusieron una alerta en el puente fronterizo. Sin demasiado apoyo institucional, las tres comenzaron a mover cielo y tierra por su cuenta.
Jeanette dejó su trabajo. Asegura que pasó siete meses sin dormir, recorriendo Tamaulipas, moviendo contactos, revisando cámaras de seguridad hasta que identificó a dos personas usando la tarjeta bancaria de Ernesto. Se dedicó a localizarlos. Consiguió videos y recibos de compras, e identificó a varias personas involucradas, incluyendo a un amigo de su hijo. Hasta la fecha, dice, nadie ha sido detenido.
Lisa revisó el iCloud de su hijo y descubrió que alguien se tomó una selfi con su teléfono días después de la desaparición. Lisa llevó la foto a la policía en México. Llamaba constantemente preguntando si habían identificado a la persona, pero nada. Empezó a revisar páginas de Facebook sobre crimen organizado y a mirar fotos de cuerpos no identificados en internet tratando de reconocer a su hijo.
Luz Francisca estaba enferma en México sin papeles para cruzar. Cuando llamaba a la fiscalía con el número de caso le respondían: “No tenemos nada”.
“Sed de justicia”
Jeanette describe una desaparición como una “pesadilla infinita”, como una granada en medio de la familia. “Explota y todos quedamos en pedacitos. Es tan inmensa la afectación que no podemos reconstruirnos ni ayudar a reconstruir al otro”. Ocho años más tarde, sigue en pedazos, pero nunca habla de Ernesto en pretérito. “Todo puede pasar, mi hijo puede estar vivo, reclutado por un cartel y haciendo cosas que no quiere hacer”, asegura.

Después de siete meses investigando, sintió miedo del crimen organizado y pidió asilo en el puente fronterizo. Un funcionario le recomendó que no se quedara en la zona, que se fuera a vivir lejos. “Yo soy una mujer fría. Yo mi duelo no lo he vivido porque si yo vivo mi duelo yo me muero”, señala Jeanette, quien considera que su hijo “es una víctima de la delincuencia y es una víctima de las autoridades”. “Tengo sed de justicia. Una justicia que se me ha negado”.
Lisa, mientras tanto, considera que “uno tiene que saber sobrevivir”. “El trauma toma mucho esfuerzo”, añade, mientras recuerda cómo se unió a un colectivo de búsqueda en la ciudad fronteriza Reynosa, México, para escarbar en fosas clandestinas. “Yo no iba con esperanza de encontrar a Roberto. Yo nomás sentía que tenía que hacer algo con mis manos”.
Luz Francisca es más directa: “Mi vida ya no tiene sentido”, dice. Su actualización sobre el caso: ninguna. “Lo único que tengo es fe en mi Padre Santo”.
En 2018, las tres madres se conocieron y fundaron la Asociación de Estadounidenses Desaparecidos en México. “Creo que Dios nos puso en el camino por algo”, dice Jeanette. “Hemos hecho una amistad de una tragedia”.
Había colectivos de búsqueda en México enfocados en mexicanos, y había organizaciones para desaparecidos en Texas y en el resto del país. Pero los ciudadanos estadounidenses desaparecidos en México eran casi invisibles para ambos lados. Además, las familias de estas personas, junto con el dolor de no saber, la ansiedad y la depresión, enfrentan dificultades económicas: el costo de viajar constantemente entre ambos países buscando respuestas y de financiar investigaciones privadas.
Ellas, que en ese entonces no sabían bien cómo funcionaba el sistema, se dedicaron a estudiarlo y a transmitir lo que han ido aprendiendo. “Hay muchas madres que no saben español, que no saben el idioma, están perdidas, no saben qué hacer”, explican.
Jo Ann Lowitzer, una activista cuya hija adolescente, Alexandria Lowitzer, desapareció en 2010, dice que las familias de desaparecidos se han convertido en su familia extendida a lo largo de los años. “Cuando una persona desaparecida toca tu vida, es como si un pedazo de ti desapareciera con ellos”, afirma. “Eso es realmente lo que anhelas: sentir que no estás sola”.
En Texas, donde el año pasado se reportaron cerca de 45.000 desapariciones, esa familia extendida sigue creciendo.
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