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Donald trump
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Papaya es un verbo (sobre la reacción de Trump)

La respuesta de Trump, posiblemente desproporcionada en la práctica, cumplió la función que Washington quería: advertir que está hablando en serio y que va a cumplir sus promesas de campaña

Donald Trump llega a la Casa Blanca, este lunes en Washington, D.C.
Donald Trump llega a la Casa Blanca, este lunes en Washington, D.C.WILL OLIVER / POOL (EFE)

Los colombianos tenemos una expresión muy coloquial que solo nosotros entendemos: Dar papaya. Como no es fácil definirla, Chat GPT lo hizo así: “En Colombia, la expresión ‘dar papaya’ significa ponerse en una situación vulnerable… Es una forma coloquial de señalar que alguien está exponiéndose innecesariamente”. Y eso es.

Eso fue lo primero que pensé cuando vi el debate de los colombianos deportados y no recibidos por su gobierno, desatando la ira de Washington y una tormenta que solo se resolvió cuando Bogotá cedió, con lo que se moderó el daño causado a Colombia. Por ahora.

No le falta razón a Gustavo Petro cuando dice que el gobierno debe velar por el bienestar y el trato digno a sus ciudadanos: si a sus compatriotas los estaban tratando en forma indigna, es su deber buscar que eso no suceda; pero también es su obligación permitirles la entrada a los ciudadanos colombianos a su país y buscar salidas sin “revictimizarlos”, como en este episodio de “ping-pong” diplomático que fue totalmente innecesario y dañino para su país. Estados Unidos, a su vez, tiene derecho a deportar a quienes estén ilegalmente en su territorio, tengan o no antecedentes penales. En eso Donald Trump tiene la razón y la ley de su lado.

El Secretario de Estado, Marco Rubio, dijo que el gobierno colombiano había autorizado la entrada de los aviones, lo que el presidente Petro había negado en un “tweet” nocturno de fin de semana, que —por el día y la hora— debió ser el resultado de un impulso. Por lo que se indicó en los medios, el procedimiento de deportación usado es el mismo que se venía usando desde el gobierno anterior en Washington, sin que Bogotá se hubiera quejado.

El Presidente Petro dijo que si esto fue aprobado por funcionarios de su cancillería, no fueron órdenes suyas. Sin embargo, la Constitución Nacional de Colombia es clara: él dirige las relaciones exteriores. Por eso, como él —ni ningún presidente— puede estar encima de cada movida administrativa, es muy importante tener una cancillería capaz y experimentada que entienda los retos y vericuetos de la política internacional y los maneje. Aunque la situación se resolvió, al menos parcialmente, el daño ha sido grande y la animosidad entre los dos gobiernos quedó al descubierto.

La reacción de Trump, desproporcionada en la práctica, cumplió una función muy útil para Washington: advertirle al mundo que está hablando en serio y que va a cumplir —”sí o sí”— sus prioridades —que además son promesas de campaña a sus ciudadanos. Y Colombia le dio el papayazo de ponerse de ejemplo global. Notificados todos.

Con las sanciones arancelarias, los productos colombianos hubieran seguido entrando, y el extra-costo de las rosas, el café o los dientes postizo que llegan de Antioquia los pagaría el consumidor norteamericano. Pero en el mediano plazo, habrían puesto en una situación muy difícil a todos los colombianos, arriesgando el crecimiento económico y miles de empleos, pues los clientes cambiarían a proveedores de otros orígenes. De hecho, después de este fin de semana, es muy probable que muchos importadores de productos colombianos estén buscando Plan B, para estar preparados por si hay un próximo episodio.

El comunicado de Washington es muy claro en que Colombia acepta todas las condiciones del gobierno Trump, incluida la entrada irrestricta de todos los deportados, así lleguen en aviones militares. A cambio, las sanciones comerciales y financieras quedan “en reserva” y solo se aplican si Bogotá incumple. En cuanto al retiro de visas a los funcionarios del gobierno colombiano, sus familias, su partido y simpatizantes y el escrutinio extraordinario en aduanas, se mantienen hasta que el primer avión de deportados sea recibido. “Los eventos de hoy le dejan claro al mundo que Estados Unidos es respetado otra vez”, dice el comunicado. La espada de Damocles quedó colgada sobre todos los colombianos porque —independientemente del lenguaje— todas las medidas son de libre decisión del Presidente Trump, y “en reserva” o no, las restablece cuando y como él quiera.

En cuanto a las sanciones financieras y bancarias bajo la Ley de Poderes Económicos de Emergencia (International Emergency Economic Powers Act, IEEPA), que se impondrían a organizaciones o a individuos, aun no es claro como se habrían aplicado —o aplicarán si se dan las condiciones— ni a quienes. Las organizaciones o individuos que crean que se verían afectados tienen razones para estar preocupados.

La cooperación internacional de Estados Unidos, de la que Colombia es un gran receptor, sigue en entredicho por la decisión general —previa a este episodio— de revisar esa área de trabajo con otros países. Proyectos de diverso tipo que se han desarrollado con Washington a lo largo de los años, especialmente desde la creación del Plan Colombia en el año 2000, pueden resultar gravemente afectados. Mucho del aparato de seguridad e inteligencia de Colombia es apoyado por Estados Unidos y las fuerzas armadas y de seguridad de los dos países suelen trabajar armónicamente en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico.

Como toda crisis trae su oportunidad, ahora que la Casa Blanca está revisando la cooperación internacional, Bogotá debería trabajar en la reconstrucción de la relación a través de la cooperación mutua que le ha sido útil a los dos países, no solo en seguridad. Entre los proyectos sociales y económicos de diversa índole, el papel de USAID por ejemplo en programas de titulación de tierras en el Cauca y el Catatumbo, en la Sierra nevada de Santa Marta, ha sido clave, contribuye a mantener a más personas dentro de la legalidad y ayudarían a voltear la página. La ofensiva diplomática del gobierno no solo debe ser para el comercio con el sector privado, que está dispuesto a ayudar y a poner recursos, sino también en las comunidades en donde haya terreno común con Washington.

Hace muchos años me hallé a una conversación con el expresidente Jimmy Carter, un general norteamericano y un fogoso líder canciller suramericano que increpó al general diciéndole que “el problema con ustedes los gringos es que no tienen principios”. El general, con gran pragmatismo, calma y sinceridad, le contestó que “nosotros nos regimos por un principio fundamental: el interés nacional de Estados Unidos. Y ese interés, que guía nuestras políticas y acciones, depende del momento histórico en que nos encontremos”.

Marco Rubio tiene a Colombia en la cabeza. En su saludo, con su familia a los empleados del Departamento de Estado, presentó a su esposa con orgullo como hija de colombianos y preguntó si había más compatriotas allí. A la vez, en su primer comunicado trazando las directrices de la política exterior de Washington dijo muy claramente: “Para avanzar nuestro interés nacional… debemos frenar la migración masiva y asegurar nuestras fronteras… Nuestras relaciones diplomáticas con otros países, particularmente en el Hemisferio Occidental, priorizarán asegurar las fronteras de Estados Unidos, detener la migración ilegal y desestabilizadora, y negociar la repatriación de inmigrantes ilegales”. Más claro no canta un gallo.

Tener una relación fluida con Estados Unidos es parte del interés nacional de Colombia. Marco Rubio conoce la política exterior y la región y puede ser un interlocutor positivo. No va a ceder en la política, pero seguramente no tendrá problemas en ser una voz en Washington por un trato digno a los compatriotas de su familia política y —ojalá— apoyar la cooperación binacional.

Bogotá —por su parte— no tenía más salida que bajar la cabeza y tratar de administrar el problema creado, que por ahora sigue latente. Debe mirar hacia adelante en las áreas positivas, sin volver a dar papaya. Por ahí dicen que la papaya, más que una fruta, es un verbo.

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