Trump juega al calamar: qué peligro tienen las segundas temporadas
Series que surgen de una idea rompedora, como ‘El juego del calamar’ o ‘Separación’, se enfrentan a un reto cuando hay que estirarlas. En la política de EE UU, la segunda parte es mucho más dramática que la primera
Algunas series causan bastante impacto porque parten de una idea rompedora, no vista antes. Uno pensaría que quedarían muy bien, en su originalidad, quedándose en una sola temporada, pero se entiende que la industria no va a desaprovechar un buen fenómeno televisivo. Así que sus creadores se enfrentan a un reto, porque la segunda vez ya no van a sorprender, y tampoco pueden volver a contar lo mismo.
Han vuelto ...
Algunas series causan bastante impacto porque parten de una idea rompedora, no vista antes. Uno pensaría que quedarían muy bien, en su originalidad, quedándose en una sola temporada, pero se entiende que la industria no va a desaprovechar un buen fenómeno televisivo. Así que sus creadores se enfrentan a un reto, porque la segunda vez ya no van a sorprender, y tampoco pueden volver a contar lo mismo.
Han vuelto El juego del calamar, en Netflix, y Separación, en Apple TV+. En ambos casos, se han hecho esperar tres largos años. Tienen en común que nos hablan de la explotación y de la alienación a través de sofocantes distopías. Los protagonistas son perdedores que aceptan participar en algo que sería inaceptable para quien no estuviera desesperado. La serie surcoreana vuelve a ese macabro concurso en el que cientos de personas se someten a juegos a vida o muerte hasta que queden pocos, o uno solo, y se lleven un premio millonario. En la estadounidense, un grupo de personas asume un trabajo de oficina para el cual se le borra la memoria al entrar y al salir: el empleado (dentri) no recordará quién es y se limitará a hacer su tarea; al volver a su vida normal (el fueri), no sabrá en qué y con quién ha estado trabajando.
Una y otra son series indignadas: reflejan, cada una a su manera y con una estética reconocible, la rabia social, la precariedad en la que viven tantos. Hay un potente mensaje contra el capitalismo despiadado, contra el culto a la competitividad, contra los abusos de los poderosos, contra las tecnologías que se presentan como progreso pero nos hacen menos libres.
La segunda temporada de El juego del calamar se toma su tiempo antes de volver a meternos en el concurso mortífero, y esa espera se hace interesante. La brutalidad del relato vuelve a ser perturbadora: un duelo a la ruleta rusa ya te deja alterado en el primer episodio. Queda una tercera entrega (en realidad es la segunda parte de la que acabamos de ver) que se anuncia como la final, y llegará este año. Es una sabia decisión la de no estirar la trama más allá. Separación había quedado más abierta en el final de la primera tanda, y ahora retoma el hilo dando algunos giros para volver al mismo sitio. También habrá tercera tanda, y no han dicho que sea la final. Por ahora mantiene el interés (van emitiendo un capítulo por semana, vamos por el cuarto), pero es dudoso que esta sátira del mundo laboral, representado en esos largos pasillos blancos y desangelados, dé para mucho más.
La segunda temporada de Donald Trump, el presidente, ha llegado cuatro años después de la primera, como dicta el calendario electoral. Es mucho más brutal, más desestabilizadora, más amenazante. Porque ya no queda nada de los frenos que tuvo, en su partido o en las instituciones; porque ya no disimula nada. Y porque en sus decisiones, como en sus discursos, no hay rastro de compasión o empatía, sino que deshumaniza a millones de seres humanos (migrantes, refugiados, transexuales, discapacitados). Es fuerte contra el débil, pero no hemos visto que se ponga firme con los oligarcas que le adulan. Hasta los funcionarios tienen más miedo ahora (de los hachazos de Elon Musk) que los desmemoriados currantes de Separación. Vivimos La era de la revancha, como ha titulado su libro Andrea Rizzi.
El primer capítulo de la segunda temporada en la Casa Blanca, el que cuente estas dos semanas, ya ha desatado más caos que toda la primera. Quién nos iba a decir que echaríamos de menos al Trump de 2016, el que era igual de bravucón pero se movía con más tiento. Hubo algo de comedia entonces; ahora manda el drama. Hay nuevos escenarios: Guantánamo, redadas en iglesias, los vuelos de la vergüenza, Groenlandia, Panamá, una Gaza “limpia” de palestinos que convertirá en Las Vegas, el fin de toda ayuda a África. La distopía está aquí: es la realidad la que tiende a parecerse a El juego del calamar. Algunos van con la máscara negra; los más, en chándal verde. Sálvese quien pueda.