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La resaca sin fin del coronavirus que afecta a millones: uno de cada ocho infectados tiene síntomas prolongados

La investigación más afinada sobre la prevalencia de la covid persistente cifra en cerca del 13% las personas que la sufren. Los expertos reclaman más unidades de atención para tratar “un problema de salud urgente”

Coronavirus
Vicky Béjar, afectada de covid persistente desde que se infectó por coronavirus en marzo de 2020.Albert Garcia
Jessica Mouzo

La pandemia de covid ha dejado tras de sí una alargada y misteriosa sombra que trae de cabeza a los científicos: la covid persistente. Una amalgama de síntomas duraderos en el tiempo —hay más de 200 diferentes identificados— que arrastran algunas personas tras pasar la infección por coronavirus. La comunidad científica no sabe con certeza por qué perduran ciertas secuelas, ni quién las va a sufrir, ni durante cuánto tiempo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya ha fijado una definición de la covid persistente —”condición poscovid”, la llama— para afinar el diagnóstico, y por los hospitales brotan consultas más o menos improvisadas para atender a los afectados. Pero pacientes y sanitarios siguen nadando en un mar de incertidumbre. Por no saber, no se sabe ni cuántas personas hay afectadas. El estudio más afinado hasta la fecha sobre la prevalencia, publicado el jueves en la revista The Lancet, sugiere que uno de cada ocho adultos infectados por coronavirus tiene síntomas persistentes, pero también tiene sus limitaciones. Los expertos reclaman más investigación y unidades de atención para “un problema de salud urgente”.

A Vicky Béjar, de 47 años, la covid la pilló al principio de la pandemia, en marzo de 2020. Empezó con síntomas digestivos, fiebre, cansancio, dolor de cabeza, fatiga... Pasaron los meses y todo ese cuadro clínico seguía, a días mejor y a días peor, pero nunca volvió a ser la misma. La covid persistente la acompaña desde entonces. “Sigo teniendo fiebre por encima de 38 grados, taquicardias, bradicardias, fatiga y deterioro cognitivo leve: soy contable, tengo una empresa familiar en la que llevaba los temas administrativos, y no puedo trabajar. Ahora estoy reaprendiendo la tabla de multiplicar. Me cuesta el tema numérico y organizativo, tengo una niebla mental que no me deja concentrarme”, relata.

Los expertos diferencian las secuelas propias de la enfermedad grave, como el fallo respiratorio tras haber pasado por cuidados intensivos con una neumonía grave —se ve el daño en las pruebas radiológicas—, de esos cuadros inespecíficos que, a menudo, persisten en personas que han superado la covid de forma leve. En estos últimos, no suele haber signos físicos ni órganos afectados, lo que complica el diagnóstico. En su caso, Béjar, vecina de Montcada i Reixac, en Barcelona, tiene “la suerte”, dice, de estar bajo la lupa de la unidad especializada del Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona, que le hace seguimiento, pero denuncia el “maltrato institucional” del sistema: “No nos escuchan”.

Lorenzo Armenteros, portavoz de la Sociedad Española de Médicos Generales, lamenta el recelo de algunos colegas que “aún no se creen que exista” este cuadro: “Es una necesidad social y un problema epidemiológico importante. Hay que tratarlo”, zanja. La definición de la OMS ya matiza que se trata de síntomas que “duran al menos dos meses y no se pueden explicar con un diagnóstico alternativo”. La definición consensuada por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) también va en la misma línea, aunque no marca tiempo de duración. “Lo que está claro es que algo ocurre”, apunta Antoni Serrano, psiquiatra del Parc Sanitari de Sant Joan de Déu e investigador del Centro de Investigaciones Biomédicas en Red de Salud Pública, que participó en el estudio del ISCIII.

Las dimensiones del fenómeno han bailado durante toda la pandemia en una amplia horquilla. El Observatorio Europeo de Sistemas y Políticas de Salud de la OMS apuntaba en 2021 que una cuarta parte de los infectados continuaba con síntomas hasta un mes después del diagnóstico y un 10% seguía afectado 12 semanas después. Un estudio reducía esta cifra al 2,3% y otra investigación elevaba la presencia de, al menos, un síntoma recurrente en el 73% de los infectados. Una encuesta de junio de los Centros para el Control de Enfermedades estadounidenses (CDC, por sus siglas en inglés) reportó que uno de cada cinco adultos que había sufrido la covid tenía síntomas persistentes.

No es tan fácil medir la prevalencia de una condición clínica con un cuadro tan variable y síntomas, en ocasiones, tan inespecíficos. El período de tiempo que se mida, la población en estudio o los síntomas usados para definir la condición de covid persistente influyen en esa variabilidad, apunta Aranka Ballering, autora del artículo de The Lancet e investigadora del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Groningen (Países Bajos): “Muchos estudios solo evaluaron si los síntomas de las personas estaban presentes en un momento determinado después de su diagnóstico de covid. Sin embargo, algunos síntomas relacionados con la poscovid son muy comunes (por ejemplo, dolor de cabeza, cansancio) y las personas los experimentan regularmente, incluso si no están enfermas. Además, algunos síntomas también pueden ser causados por cambios estacionales —por ejemplo, la secreción nasal o los estornudos pueden ser causados por la rinitis alérgica en lugar de la covid—. Esto implica que necesitamos poblaciones de control adecuadas si queremos estimar bien la prevalencia de la poscovid”.

En su investigación, siguieron a más de 76.000 personas entre marzo de 2020 y agosto de 2021 con cuestionarios rutinarios. De ellas, 4.231 participantes se infectaron de covid durante el estudio y los emparejaron con 8.462 personas de edad y sexo similares, a quienes nunca se les diagnosticó covid durante ese tiempo. “Incluimos un grupo de control de personas con covid negativo, lo que nos permitió tener en cuenta los efectos de las medidas de salud pública (como el confinamiento, la educación en el hogar…) sobre los síntomas somáticos, pero también nos permitió tener en cuenta los síntomas debido a los cambios estacionales. En segundo lugar, dado que nuestro estudio es un estudio de cohortes de población general, recopilamos información sobre la salud de las personas incluso antes de que se les diagnosticara covid. Esto nos permitió evaluar si las personas tenían un aumento en la gravedad de los síntomas después del diagnóstico de covid, en comparación con antes del diagnóstico”. Los participantes, explica la investigadora, funcionaban “como su propio control”. “Nos permitió ver si los síntomas de tres a cinco meses después de su diagnóstico de covid-19 eran peores en gravedad que antes o una continuación de los síntomas preexistentes”.

La investigación concluye que uno de cada ocho adultos que tuvieron la covid (12,7%) en la población general experimentan síntomas a largo plazo debido a la infección por coronavirus. Los síntomas principales referidos fueron, sobre todo, pérdida de olfato y/o gusto (anosmia y ageusia) y dolor muscular, aunque también fue frecuente el dolor en el pecho, la dificultad para respirar, el hormigueo y el cansancio.

Más preguntas que respuestas

Para Pere Domingo, coordinador covid del Hospital Sant Pau de Barcelona y que no ha participado en el estudio, la investigación es “muy sólida”: “Tiene un grupo control sin covid y eso es útil para ver la responsabilidad de la infección en esos síntomas”. Pero advierte: “Este estudio está hecho con cepas antiguas. No sabemos si es aplicable a la delta o la ómicron. Probablemente, haya diferencias porque con ómicron no se daba tanta anosmia”. La vacunación, que empezó con ese estudio ya en marcha, también podría haber influido para modular el impacto de la covid persistente, sopesa el médico del Sant Pau. Serrano coincide, de hecho, en que “la percepción es que la frecuencia de aparición de este cuadro era mucho más frecuente antes [en las primeras olas] que ahora”.

Gema Lledó, adjunta del servicio de enfermedades autoinmunes y sistémicas del Clínic responsable de la consulta poscovid, pone el foco también en las limitaciones de la investigación, que los propios autores mencionan: la prevalencia de covid puede estar subestimada porque hay casos asintomáticos que pueden pasar desapercibidos y, agrega Lledó, considerarse erróneamente como controles cuando se comparan ambos grupos. “El diagnóstico de covid no queda claro. Quedaba a criterio del médico y es una limitación razonable. Es verdad que esta situación está contemplada en la definición de la OMS, pero deberíamos hacer el esfuerzo por confirmar la infección si queremos saber la prevalencia real de la poscovid. Necesitaríamos estudios mejor diseñados. Si queremos saber la prevalencia, hagámoslo en la época en la que se está testando a todos los pacientes o usemos una técnica que nos permita confirmar si ha tenido covid”, expone la médica. Lledó considera fundamental confirmar la infección: “Lo más difícil es que te diagnostiquen bien porque convivimos con otras infecciones o enfermedades con síntomas parecidos, pero que tienen abordajes diferentes”.

Más allá del volumen de afectados, el fenómeno de la covid persistente sigue siendo una incógnita para los expertos. “Hay más preguntas que respuestas”, admite Domingo. Empezando por su origen. “Una hipótesis es que puede haber trozos de virus que persisten en el organismo y generan una respuesta patológica e inmunológica. Parece plausible”, sostiene el facultativo. Joan B. Soriano, epidemiólogo del Hospital La Princesa de Madrid y consultor de la OMS en el grupo de trabajo que definió la covid persistente, asegura que hay hasta siete mecanismos diferentes en estudio: “La inflamación persistente, la desregulación inmune, trastornos de la coagulación, persistencia viral, disfunción autonómica, mecanismos endocrinos o metabólicos y mala adaptación de la vía ACE2 [el receptor por el que el virus entra en las células]”. El experto apunta que, probablemente “muchos de estos mecanismos interactúan sinérgicamente en algunos pacientes” y lo que sí saben, añade, “es que la revacunación reduce la frecuencia y gravedad de la covid persistente”.

Domingo señala que los síntomas que más afectan son los trastornos neurocognitivos: “Esa especie de niebla cerebral, la dificultad para concentrarse, la disolución de la memoria retentiva…”. Y también los problemas respiratorios: “Nosotros vimos en un estudio con un grupo de pacientes que tienen un atrapamiento aéreo: las vías respiratorias más pequeñas siguen inflamadas y es como si los pacientes tuviesen asma”. Béjar asegura que lo más invalidante es el deterioro neurológico y la fatiga: “Hay días en los que el cuerpo no tira, no puedo salir de casa”.

Sin encontrar su origen, sin embargo, acertar con el tratamiento también se complica. Los especialistas apuestan por gimnasia: mental para sortear los problemas neurocognitivos, ejercicio físico para los daños motores y entrenar también el olfato, por ejemplo, para recuperar olores. Pero el impacto en la calidad de vida de los pacientes, coinciden los expertos consultados, es elevado. Tiene “muchas implicaciones sociales y personales”, explica Armenteros: “Algunos pacientes se recuperan, pero no al 100% y sienten angustia porque se les acaban las bajas laborales y no hay alternativas de adaptación al puesto de trabajo o incorporación paulatina”. Otros no han logrado aún recuperarse.

Tampoco hay certezas sobre los perfiles que predisponen a sufrir covid persistente. A pie de consulta y en los estudios revisados, como el de Ballering, se ve una mayor afectación en mujeres, pero la científica advierte: “Necesitamos investigación adicional para evaluar si el sexo femenino es un factor de riesgo”.

Los investigadores desconocen cuánto durará ese proceso. Es variable. El estudio holandés solo mira hasta los cinco meses tras la infección y Domingo apunta que la única forma de saberlo es “que pase el tiempo”: “Lo importante es el impacto en la calidad de vida de los sujetos, que parece que lo tiene, y si es un 13% de los millones de infectados, esto adquiere dimensiones estratosféricas”. Concuerda Soriano: si la afectación es del 13% de los contagiados —el epidemiólogo asegura que la investigación holandesa es “elegante y con una estadística sofisticada”—, se trata de “una frecuencia enorme” y, en España, avisa, dados los niveles de infección en la población, este problema de salud “puede saturar aún más los servicios de atención primaria”.

Impacto sanitario

El sistema sanitario, presionado ya por los ajustes de plantillas previos a la pandemia y la gestión de la crisis de la covid después, mira con preocupación el impacto de este fenómeno. Algunos hospitales se han avanzado a crear unidades multidisciplinares para responder a esta nueva demanda, pero los enfermos se quejan de la falta de circuitos y el peregrinaje que les toca hacer por distintas consultas en busca de respuestas. El colectivo Long Covid Act reclama “protocolos homogéneos para garantizar la equidad asistencial”.

Con los recursos que hay, asume Domingo, “se hace lo que se puede”: “Lo ideal serían unidades disciplinares para abordar los distintos problemas del paciente. Esto no se está haciendo en la medida deseable”. Armenteros asegura que los pacientes les transmiten “desesperación” después de vagar de médico en médico sin respuesta: “Ni la atención primaria ni los hospitales están preparados. El sistema ya está al límite y cualquier cosa lo satura. Y esto, sin un circuito adecuado, también. Vamos dando palos de ciego”. Urgen recursos en investigación y atención a los pacientes, advierte Domingo: “Lo que nos conviene es saber la historia natural de esta complicación: si es autolimitada, el impacto será llevadero; si persiste en el tiempo, requiere de otros niveles mayores de investigación y atención”.

Los expertos apuntan que, en la mayoría de los casos, los síntomas suelen ir remitiendo o, al menos, atenuándose. En el caso de la anosmia (pérdida del olfato) y la ageusia (disfunciones en el gusto), un estudio publicado en la revista JAMA Otolaryngology–Head & Neck Surgery arroja, tras estudiar a 168 personas con disfunción olfativa o del gusto tras la covid, que el 88% está completamente recuperado a los dos años. “En número importante se reducen síntomas con el tiempo, pero otros necesitan apoyo exterior. No se curan solos. Otros, se recuperan y vuelven a recaer”, lamenta Armenteros.

En lo que coinciden los expertos, con todo, es en su preocupación por la incertidumbre y el impacto que rodea a todo este fenómeno. Ballering avisa de que se trata de “un problema de salud urgente, con un número creciente de víctimas”. En un artículo publicado en la revista Jama, Rachel Levine, subsecretaria de Salud del Servicio Público de Salud del Gobierno de Estados Unidos, se hace eco del “enorme potencial del problema para los sistemas de atención médica y salud pública” que pueden suponer los síntomas persistentes: “Es importante dirigir la atención que tanto se necesita a la covid persistente. El cuidado de los pacientes afectados presenta desafíos dada la investigación incompleta, la falta de apoyo de diagnóstico y los problemas generalizados con el acceso a los servicios”.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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