Esther en Brasil, el país del millón de abortos y solo 2.000 legales
La ONG Milhas pela Vida das Mulheres ayuda a brasileñas a interrumpir el embarazo con respeto a la ley en su país, en Colombia, Argentina o México. Una mujer que acaba de regresar de Rosario relata su odisea
Antes de ir a la historia de Esther, dos datos imprescindibles para entender la magnitud de la catástrofe. Se estima que un millón de brasileñas abortan cada año, pero solo dos mil consiguen hacerlo por las vías legales. Cuando Esther, de 23 años y “de clase baja”, descubrió en abril que estaba embarazada del novio con el que había roto, acudió a Google. Tecleó desesperada el nombre comercial de un medicamento abortivo ilegal en Brasil, buscó donde encontrar los tés y ...
Antes de ir a la historia de Esther, dos datos imprescindibles para entender la magnitud de la catástrofe. Se estima que un millón de brasileñas abortan cada año, pero solo dos mil consiguen hacerlo por las vías legales. Cuando Esther, de 23 años y “de clase baja”, descubrió en abril que estaba embarazada del novio con el que había roto, acudió a Google. Tecleó desesperada el nombre comercial de un medicamento abortivo ilegal en Brasil, buscó donde encontrar los tés y las agujas que usan algunas mujeres para interrumpir sus embarazos, peregrinó por farmacias de su ciudad y otras… Probó todo el menú de opciones ilegales e inseguras al que tantas mujeres acuden. Otro dato: cada dos días muere una brasileña por complicaciones de un aborto clandestino.
“Yo siempre estuve a favor de poder escoger”, explica Esther en un parque de São Paulo. Su caso no encajaba en los supuestos vigentes para abortar legalmente en su país: violación, riesgo para la salud de la mujer y anencefalia. A la ansiedad por verse abocada a la ilegalidad, se unía su temor a ser víctima de un fraude en Internet. En aquellas horas googleando frenéticamente apareció en la pantalla Milhas pela vida das Mulheres, una ONG creada para “garantizar el acceso a un aborto seguro a las mujeres brasileñas” en su país o en el extranjero. Dudaba. Se atiborró a tés, probó las agujas. “Eran de metal, porque no encontré de plástico. Me dolió mucho, sangré y tuve miedo de hacerme daño”. Abandonó el intento. Presa del insomnio y la ansiedad, pasaban los días. Esther estaba tan superada que incluso presentó una falsa denuncia de violación, que retiró poco después.
La mañana de este jueves, cuando Esther compartió su experiencia con este diario, se cumplía exactamente una semana desde que, por mediación de Milhas, interrumpió en una clínica de Rosario (Argentina) un embarazo indeseado de ocho semanas. La ley argentina lo permite hasta la 14. “No sentí nada, solo como unos gases. Acabó en 10 minutos. Después, lloré mucho. Estaba aliviada, sorprendida y feliz”, cuenta esta paulista que ha elegido ese nombre ficticio para proteger su identidad y su secreto. Sólo se lo contó a una amiga y a la jefa que tenía que autorizarle los días libres para el viaje. “Sin él, mi vida habría tenido un rumbo diferente”, dice pensando en todas esas chicas que crían, a menudo solas, bebés que no deseaban.
Dice que la intermediación de la ONG fue ágil y eficaz. “Fueron pocas conversaciones y eso fue importantísimo”, apunta Esther. Intercala en su relato expresiones de gratitud infinita a esa red de voluntarias, profesionales y donantes que desde el minuto uno la acogió con cariño, sin juzgarla. La informaron, la asesoraron y la arroparon en uno de los momentos más difíciles y solitarios de su vida. Una angustia que ahora mismo, mientras usted lee, carcome a miles de latinoamericanas. Otro dato: una de cada cinco brasileñas menores de 40 años ha interrumpido una gestación. Son todos datos obtenidos por Milhas de fuentes oficiales. (La estimación del millón de abortos legales es del Ministerio de Salud; otra basada en una encuesta nacional calcula unos 500.000 anuales).
Las peticiones de ayuda a la ONG aumentan rápidamente. Rondan las 350 mensuales, “pero solo conseguimos ayudar a una parte de ellas”, explica al teléfono su fundadora, Juliana Reis, de 58 años. La red nació de la mano de una pregunta formulada en Facebook por esta directora de cine y activista tras leer un artículo de BBC Brasil sobre brasileñas que abortaban en Colombia. “¿Quién por aquí aceptaría donar millas (aéreas) para ayudar a mujeres que necesitan ir a Colombia para un aborto seguro y legal?”. Se viralizó. En nada, germinó allí un vibrante debate con cinco mil reacciones. Fue en 2019, “ya estábamos viviendo bajo Bolsonaro y Damares”, apunta Reis en referencia al presidente de la República y la pastora evangélica que era ministra de la Mujer. Confiesa que un primer intento de abrir el debate en 2017 con esa misma pregunta también en Facebook fracasó estrepitosamente. Tuvo cinco respuestas.
Algo había cambiado. En Brasil, el ultraconservador de extrema derecha Jair Bolsonaro acababa de llegar al poder. Pero, fuera de sus fronteras, una revolución feminista y una marea verde recorrían Latinoamérica. Y aún la recorre. Los derechos sexuales y reproductivos viven un momento paradójico en América. Mientras Colombia, Argentina y México han despenalizado recientemente la interrupción voluntaria del embarazo y Chile sopesa hacerlo, el Tribunal Supremo de EE UU se dispone a derogarlo. Pero en Brasil es todavía una cuestión tabú y políticamente tóxica.
La cineasta Reis, que lleva años trabajando en torno al aborto desde el ámbito audiovisual, creó Milhas para ofrecer soluciones prácticas a mujeres desesperadas que no pueden esperar a cambios legales. Es una versión actualizada y brasileña de los viajes de las españolas a Londres o de las francesas a Ámsterdam hace medio siglo o del barco Women on Waves, a bordo del que la médica Rebecca Gompers practica abortos en aguas internacionales.
“No hacemos nada ilegal, solo abortos legales con toda la burocracia”, insiste la fundadora de la ONG que apostó desde el principio por una web didáctica con lenguaje sencillo. “Porque a nosotras vienen manicuras, empleadas domésticas, contables, gerentes de banco…”, explica. Las privilegiadas suelen tener a quien acudir y cómo pagarlo. Ese fue el argumento de Luiz Inácio Lula da Silva cuando recientemente defendió que debería ser “una cuestión de salud pública” porque la ley actual perjudica a las pobres. Que el favorito en las encuestas electorales mencionara el aborto en campaña fue considerado un grave error político. Las voluntarias de Milhas están empeñadas en que el tema salga del armario.
Al principio, derivaban a las mujeres a clínicas de Colombia, después también a Argentina y México. Pero la pandemia y el consiguiente cierre de fronteras les obligó a cambiar el paso. Tenían nueve mujeres listas para viajar. “Entonces caímos en la cuenta de que las mujeres desconocían la ley, y empezamos a trabajar con el aborto legal en Brasil”, cuenta Reis. Para algunas era normal que el marido las obligara a tener relaciones sin su consentimiento, o habían sido violadas cuando estaban borrachas hasta caer inconscientes… Tenían derecho a interrumpir el embarazo en la sanidad pública. Milhas ya deriva casi el 10% de los procedimientos legales.
Con las que no cumplen los requisitos, como Esther, la red intermedia para que sean intervenidas en Colombia, Argentina o México. En función de sus posibilidades, ella paga todo, parte o nada. Las que pueden aportan, además, un fondo de justicia para costear el procedimiento a una mujer necesitada. Esther pagó todo de su bolsillo con un préstamo que había pedido para otra cosa.
Apunta la activista Reis que a menudo no basta tener dinero, logística, clínicas, ginecólogas y psicólogas. También en esto apoyar a las más vulnerables es más complejo. Por ejemplo, atender a esas madres solas con tres hijos que no pueden viajar a otra ciudad —no digamos al extranjero— porque ni siquiera tienen con quién dejar a la prole.
Katia, desempleada de 34 años, sí tenía quien cuidara a sus tres hijos cuando fue a México en plena pandemia, su marido. La cuarta gestación había llegado por sorpresa. “Yo sentía que no era parte de mí”, dice esta mujer que usa un nombre ficticio para protegerse. No quería hacer nada ilegal. Al regresar, empezó a colaborar como voluntaria con la ONG, sacó el tema del armario y revolucionó la vida familiar. Sus parientes eran gente “un poco conservadora” que nunca hablaba de educación sexual, de anticonceptivos, del ciclo menstrual… “La revolución fue traer los derechos sexuales y reproductivos y el aborto dentro de casa a la hora del café. Impactó a toda la familia. A mis padres, a mis primos…”, cuenta satisfecha. Ilustra el cambio con su padre: “Es bolsonarista, pero ya dice: ‘Necesitamos que la ley se aplique en los casos de violación”.
Tanto Katia como Esther aceptaron la sugerencia de aprovechar la intervención para colocarse un DIU (dispositivo intrauterino). Que el metro de São Paulo reparta preservativos puede llevar a creer que el acceso a los métodos anticonceptivos es sencillo, pero en la sanidad pública es un proceso laborioso que en ocasiones requería el permiso del marido.
Nada indica que Brasil se encamine a seguir los pasos de los países más poblados de la región. Un buen termómetro de la coyuntura es la recuente encuesta que hizo el diario O Globo a las parlamentarias. El 73% se declaró contraria a legalizar el aborto. Pero aún más expresivos son estos otros datos: las partidarias de prohibirlo incluso en los tres supuestos suman bastante más (24) que las defensoras de ampliar el derecho (15). Y la única precandidata presidencial, Simone Tebet, de centro derecha, prefirió no pronunciarse. Que Brasil fuera pionero en América al legislar sobre el aborto en 1940 poco significa ya.
Esther no ha podido tomarse un respiro para digerir la experiencia. Llegó de Rosario el domingo por la noche y al día siguiente estaba en el trabajo como cualquier otro lunes. Su madre y el resto de su familia creen que pasó esos cuatro días de fiesta, festejando un cumpleaños en una finca. “Mi madre viene de una enorme pobreza. Con su mentalidad, no entendería mi decisión”, cuenta con enorme tristeza, aunque está aliviada y feliz.
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