El coronavirus mantiene en tensión a los hospitales madrileños

La ocupación en planta lleva días bajando, pero los epidemiólogos no están seguros de si la caída es una tendencia estable. Las UCI superan su capacidad ordinaria

Trabajadores sanitarios, en el área de la UCI del hospital madrileño de La Paz el pasado 22 de septiembre.PIERRE-PHILIPPE MARCOU (AFP)

El virus llegó en marzo y arrasó en Madrid. Dejó sin aliento a los centros de salud, al Summa 112, a las Urgencias, a las plantas, a las UCI y a todos sus profesionales. Ahora, seis meses después y antes de lo que preveían, ...

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El virus llegó en marzo y arrasó en Madrid. Dejó sin aliento a los centros de salud, al Summa 112, a las Urgencias, a las plantas, a las UCI y a todos sus profesionales. Ahora, seis meses después y antes de lo que preveían, la segunda ola de covid no los ha arrollado, pero los mantiene bajo presión con un goteo constante que parece haber cambiado de tendencia en la última semana en las Urgencias —donde la afluencia de pacientes con coronavirus ha bajado un 40%— y en las unidades de agudos: desde que el número de ingresados alcanzó su pico en la segunda ola, el 24 de septiembre (3.968 camas ocupadas), ha bajado un 10%, según los datos del Ministerio de Sanidad. Pero esta mejoría no llega todavía a las unidades de críticos, que ya funcionan por encima de su capacidad normal: están al 110%, según el recuento de una red de médicos de la comunidad.

Esto quiere decir que los hospitales no atienden operaciones rutinarias para no colapsar más las UCI. La estadística oficial cuenta una ocupación del 42,6% porque tiene en cuenta todas las camas habilitadas de forma extraordinaria, que no permiten una atención de la misma calidad que las destinadas habitualmente a enfermos críticos e impiden que los centros hospitalarios funcionen con normalidad.

La incertidumbre y el recuerdo de la primavera provoca palabras que repiten urgenciólogos, internistas, infectólogos, anestesistas e intensivistas: “inquietud”, “cansancio”, “tristeza” y “miedo” por tener que volver a hacer frente a una situación que llevó a la medicina de guerra a muchos centros y, a todos, a una reestructuración mastodóntica que desde entonces los hace funcionar como un tetris: abriendo y cerrando camas, abriendo y cerrando pasillos, habilitando espacios y moviendo profesionales a voluntad del coronavirus.

En el Severo Ochoa de Leganés “las plantas van cambiando según los días”, cuenta Luis Díaz, médico de Urgencias de ese centro que ve cómo se llenan más las “zonas rojas”, las de covid, o “las verdes”, las no covid. “Se abren y se cierran pasillos a diario según la presión asistencial que tengamos. Al colapso anterior no hemos llegado, pero tenemos una sensación agridulce, ha bajado la afluencia a Urgencias pero no sabemos cuánto durará ni por qué, y ha cambiado aparentemente el perfil del paciente”, explica. Mientras que en verano hubo pacientes “jóvenes”, ahora han vuelto cada vez más “personas mayores”. Y esas, apunta Díaz, “tienen más tendencia al autoconfinamiento, a tener miedo a venir al hospital”. Si hace dos semanas tenían una media de 160 pacientes diarios, estos últimos días han bajado en unos 50.

Los epidemiólogos miran con cautela la bajada en los ingresos hospitalarios de Madrid, que también llevan 10 días cayendo: el 23 de septiembre ingresaron 504 personas y el pasado viernes lo hicieron 381, en una bajada continua con algún altibajo. Este descenso ha sido paralelo al de la incidencia, que también lleva una semana mostrando mejoría; lo normal es que la caída de ingresos hospitalarios llegue entre 7 y 10 días después, ya que es el tiempo promedio en que los síntomas se agravan. Pero la epidemiología no es una ciencia exacta: puede haber factores de distorsión, que lo que estemos viendo sean fluctuaciones, que el retraso de las notificaciones altere las estadísticas o que haya alguna otra circunstancia que se escape al análisis.

En el Severo Ochoa el plan de elasticidad, el protocolo que los hospitales redactaron durante la primera ola —como habilitar gimnasios para pacientes covid, suspender cirugías o derivar profesionales a tratar coronavirus cuando sus especialidades se paralizaron—, empezó a funcionar a mediados de julio, “y los mayores problemas para ingresar suceden cuando tienes camas cerradas por falta de personal, sobre todo enfermeras, no puedes abrir hueco si no tienes manos que lo cubran”, narra Luis Díaz. Eso ocurrió en verano en este hospital y sucede ahora en otros como el Infanta Sofía, de San Sebastián de los Reyes, donde existe una unidad de recuperación posanestésica con 12 camas pero solo pueden abrir 8 porque no hay personal.

Esa carencia la sufrieron en la primera ola en todos los centros madrileños y, cuando el coronavirus lo llenó todo, casi la totalidad de los profesionales pasaron a tratar a estos enfermos bajo la dirección de “equipos covid” formados a contra reloj y capitaneados, sobre todo, por internistas. “Ahora, con menos presión, casi todo lo que llega lo vemos nosotros y neumólogos. Los pacientes se ingresan antes, conocemos mejor el virus y los marcadores que hay que vigilar y los protocolos están más estructurados”, dice José Ángel Satué, doctor de Medicina Interna en el hospital de Fuenlabrada. Su centro, también con el plan de elasticidad operativo, tiene 73 pacientes en agudos y 22 en la UCI para una capacidad original de 12. “Es verdad que las camas ocupadas están estabilizadas por las altas, pero no olvidemos que entre un 5% y un 10% acaba en la UCI o fallece. Y eso que dicen de que está todo bien es una trampa”, afirma Satué.

José Ángel Satué, doctor de Medicina Interna en el hospital de Fuenlabrada.VICTOR SAINZ

Doble trampa: los pacientes no covid y la ocupación de las UCI

La trampa a la que se refiere este profesional es doble: “Cuantos más recursos destinamos al virus menos destinamos al resto de pacientes, y aún no nos hemos recuperado del cierre de la primera ola”. “Los recortes matan”, dicen, “pero la mala gestión también, y no se ha hecho lo más básico, reforzar Salud Pública y atención primaria para que no volviéramos a acercarnos a ese precipicio”.

De él hay profesionales que nunca han terminado de salir: los intensivistas. Quienes trabajan con los pacientes más graves, los que pasan semanas sin poder respirar por sí mismos en las unidades de cuidados intensivos. La otra cara de esa trampa es la contabilización de zonas como los quirófanos para ampliar la capacidad máxima: Madrid, en realidad, tiene 641 camas de críticos, 500 públicas y 141 privadas. Miguel Sánchez, jefe de Servicio de la UCI en el Clínico San Carlos, explica que además existe “un malentendido” con los números, porque también hay enfermos graves de otras patologías: “En esta segunda ola sí existen los pacientes no covid, hemos intentado conservarlos, no por no estar contagiados tienen menos derecho a ser tratados”.

En esta segunda ola sí existen los pacientes no covid, hemos intentado conservarlos, no por no estar contagiados tienen menos derecho a ser tratados
Miguel Sánchez, jefe de la UCI del hospital Clínico San Carlos

Mientras que en primavera toda actividad no urgente o emergente se paralizó, ahora se ha intentado que esto no ocurra, con mayor o menor éxito. Hospitales grandes, como el Gregorio Marañón o La Paz, tienen margen para mantener su actividad; otros, como el Infanta Leonor o el Infanta Sofía, han ido cancelando cirugías programadas y empezando a atender lo urgente y lo oncológico no aplazable. Aunque estas unidades nunca han terminado de vaciarse y la presión sobre ellas aumenta a diario, la situación es distinta. “El ritmo de ingresos ha sido menor y eso ha hecho que los enfermos puedan entrar antes en nuestras unidades. Si en marzo llegaban siete al día ahora llegan uno o dos. También ahora damos muchas más altas, debemos llevar casi 700 en total, y nuestro manejo es distinto, hemos ido aprendiendo”, explica Sánchez, también coordinador de todas las UCI de Madrid y de un equipo para derivar pacientes críticos entre hospitales según la presión asistencial de los centros en cada momento.

Los profesionales también han ido agotándose cada vez más. Eduardo Fernández, enfermero de UCI del Infanta Sofía, cuenta que estos especialistas llevan desde febrero doblando guardias: “Creo que han perdido la cuenta y eso no se puede sostener en el tiempo, la Comunidad tiene que entender que no podemos estar de manera sostenida viviendo en el hospital. Las cifras, la capacidad, no se pueden manejar como un chicle”.

Demetrio Carriedo es uno de esos profesionales. Ya tienen 21 pacientes para una capacidad original de 18 camas en Getafe: “Si tú trabajas sin descanso durante meses, expandiéndote otra vez por otras unidades como estamos haciendo; con el esfuerzo máximo… Eso tiene que ir acompañado de que se tomen medidas y de que la gente conozca cuál es la situación, y esta no es buena, aunque no sea la guerra de antes”.

No todo es el número de plazas, apunta Carriedo: “¿Si tuviésemos 8.000 camas de UCI ya no habría problema? Sí, lo habría, hablamos de la salud de las personas y cuando ya llegas a críticos significa que no lo hemos hecho bien, hay gente que muere y gente que queda con secuelas y que no recuperará su vida anterior jamás”. Por eso, dice, “la cuestión es dónde atacas, y tiene que ser en la prevención, que los enfermos no lleguen hasta nosotros”.

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