Los médicos del Reino Unido exigen a Johnson que planifique la respuesta ante una segunda ola del virus

Los científicos expresan sus reservas a la decisión de levantar el confinamiento

El primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, saluda este miércoles en la puerta de Downing StreetJOHN SIBLEY (Reuters)

Boris Johnson ha demostrado a lo largo de su vida personal y política que sale mejor parado de las segundas oportunidades, ya sea para cabalgar de nuevo la ola del Brexit hasta lograr ser primer ministro o para resucitar ante una enfermedad devastadora como la covid-19 cuando el p...

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Boris Johnson ha demostrado a lo largo de su vida personal y política que sale mejor parado de las segundas oportunidades, ya sea para cabalgar de nuevo la ola del Brexit hasta lograr ser primer ministro o para resucitar ante una enfermedad devastadora como la covid-19 cuando el país preparaba ya su obituario. Su problema ha sido siempre depender del instinto y la improvisación, como ha quedado claro en la cuestionada gestión de la pandemia. Médicos y científicos del Reino Unido le han exigido, en el momento en que se ha decidido a levantar el confinamiento, salir de la “larga hibernación nacional” y acelerar la vuelta a la normalidad, que, esta vez, planifique sus pasos. “La tarea actual no consiste únicamente en afrontar con urgencia el amplio impacto que ha tenido esta primera fase de la pandemia, sino en asegurar que el país se halla adecuadamente preparado para contener una segunda fase”, han escrito en la revista British Medical Journal los principales responsables de los diferentes colegios médicos del Reino Unido. Su carta va dirigida a todos los líderes políticos del país, pero la responsabilidad se exige principalmente a quien hoy reside en Downing Street.

Dos debates han cobrado fuerza recientemente en Gran Bretaña con distinta urgencia. A corto plazo, la decisión del Gobierno de inyectar más velocidad a la desescalada ha generado dudas y críticas de muchos científicos. A medio plazo, surgen voces que reclaman que la futura comisión independiente que deberá analizar lo sucedido en los últimos meses (un 53% de británicos la exige, según YouGov) se centre más en corregir errores que en atribuir culpas. “Sugerimos que sea una comisión de todas las formaciones políticas, con un enfoque constructivo, no partidista y que abarque a los cuatro territorios autónomos [Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte]. Queremos que ofrezca recomendaciones de actuación prácticas, basadas en todo lo que hemos aprendido, sin que se convierta en una distracción para todos aquellos que permanecen en primera línea en la acción gubernamental (...) De este modo la opinión pública entenderá cómo y por quién se llevarán a cabo estas medidas. Creemos que es esencial para que el Reino Unido lleve la delantera”, reclama el texto.

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El Gobierno de Johnson ha perdido gran parte de su credibilidad en la gestión de la crisis, en parte debido al excesivo voluntarismo y el manejo abusivo de la propaganda para contrarrestar la lentitud inicial con que se respondió a la irrupción del virus. El primer ministro intentó corregir su error inicial de abandonar la política de test masivos con la exagerada promesa de realizar 250.000 diarios en menos de un mes. El ministro de Sanidad, Matt Hancock, se vio obligado a rebajar las expectativas, pero también cayó en la trampa de comprometerse a una cifra sin calcular las posibilidades. A duras penas, en el último minuto, y con algunas trampas, logró alcanzar los 100.000 diarios. Johnson anunció también un sistema de contacto y rastreo del virus, para detectar rebrotes, que sería de “primera clase mundial”. La chapuza inicial de pretender desarrollar su propia app de detección y alerta tuvo que ser corregida sobre la marcha para acabar sumándose a la tecnología desarrollada por Google y Apple utilizada por el resto de países, con el consiguiente retraso. De ejemplo mundial ha pasado a ser un sistema “que día a día mejora”, como admitió implícitamente Johnson el pasado martes.

La urgencia en resucitar una economía que ha registrado caídas históricas de su PIB ha convencido al Gobierno británico de la necesidad de volver cuanto antes a una relativa normalidad, a pesar de que sus cifras de infección y fallecimientos siguen siendo bastante peores que las del resto de Europa. Eso, y la habitual falta de concreción de las medidas adoptadas (flexibilidad, para sus defensores; ambigüedad, para los críticos), han vuelto a poner nerviosa a la comunidad científica. Las decisiones nunca han sido tajantes, siempre se han edulcorado con el manto de “recomendaciones”. La apuesta de Johnson ha sido constantemente confiar en el “sentido común” y “el espíritu comunitario” de los británicos. Por eso la regla de oro de la siguiente fase ha sido pasar de la distancia social exigida de dos metros a la de un metro (one metre plus, según ha sido bautizada). Si ya resultaba casi una entelequia asegurar el cumplimiento de la norma cuando bares, restaurantes, museos y peluquerías permanecían cerrados, y las reuniones en espacios interiores se descartaban, respetar la nueva regla a la vez que se anima a los británicos a volver a pedir pintas va a resultar una tarea endiablada, vaticinan los expertos. “Todos estos cambios van a tener que ser controlados muy cuidadosamente por el sistema de detección y rastreo que gestiona el Servicio Nacional de Salud, y deberá funcionar correctamente si queremos proteger a la población”, ha advertido el epidemiólogo John Edmunds, que forma parte del comité que asesora al Gobierno.

El Gobierno y sus asesores emiten mensajes no necesariamente contradictorios pero conflictivos. “No puedo esperar para volver a los pubs...y eso que ni siquiera bebo”, escribía en Twitter el ministro de Economía, Rishi Sunak, una de las voces dentro del Ejecutivo que ha presionado con mayor firmeza para acelerar la vuelta a la normalidad. Johnson ha asegurado que no le temblará el pulso si se ve obligado a dar marcha atrás en algunas de las medidas liberalizadoras. Su popularidad ha descendido drásticamente en estos meses, y es consciente de que la opinión pública británica no le daría, ni siquiera a él, una tercera oportunidad.

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