Culpa, vergüenza y miedo a engordar: el desgaste emocional que surge tras comer compulsivamente
El atracón es un tipo de trastorno de la conducta alimentaria que surge, en muchas ocasiones, como una respuesta a la ansiedad que se desencadena tras periodos de dietas restrictivas
María Simón (Murcia, 36 años) comenzó tachando alimentos en una lista imaginaria. A los 15 años dejó la pasta y el aguacate porque a su cuerpo le aparecieron curvas y una “barriguita” que, según ella, “no tenía”. Y junto con las restricciones, también llegaron los atracones. Bollería, donuts de chocolate e interminables paquetes de galletas que podía comer en una tarde en completa soledad. “Me encontraba en un mal momento familiar, una tía se estaba muriendo de cáncer”, recuerda esta actriz.
En ese periodo se le juntó todo y eso se traducía en comer compulsivamente. Los atracones condicionaron cada arista de su vida: salir a la calle, vestirse e incluso beber un café (o no beberlo). “Yo no conté esto hasta los 20″, dice mientras revuelve con una cuchara el capuchino que acaba de pedir en una cafetería madrileña. No coge la taza inmediatamente. Ella espera hasta ingerir el primer sorbo.
Simón padece lo que se conoce como trastorno por atracón (TPA) o binge eating disorder en inglés, un tipo de trastorno de la conducta alimentaria (TCA) que está reconocido desde 2013 en el manual de los trastornos mentales de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría y que podría afectar entre un 2% y 3% de la población española, aunque no hay cifras claras. “Sigo teniendo una lucha desde diferentes niveles, pero voy por temporadas. En algunas me tengo más cariño que en otras. Ya no me maltrato como antes”, cuenta. En el mundo, se estima que la cifra alcanza el 1,5% mujeres y 0,3% de los hombres, sin embargo, la prevalencia de esta enfermedad puede variar significamente entre los países.
Patricia Ruiz, directora asistencial del Centro de Trastornos Alimentarios y de Salud Mental (CITEMA), explica que las personas con TPA son pacientes de larga evolución. Generalmente, logran identificar este problema en la etapa adulta, entre la veintena y la treintena. “Se aborda de manera multidisciplinar. Hay que trabajarlo con un nutricionista y en psicoterapia. También con un psiquiatra para un posible tratamiento farmacológico e incluso con un médico endocrino”, aclara la psicóloga. El 40% de los casos de obesidad responden a trastornos por atracón, según Ruiz.
La alimentación restrictiva por largos periodos ―como ayunos intermitentes o cierto tipo de dietas proteicas―, es un factor de riesgo clave para que este trastorno estalle y se desencadene en la cabeza de una persona. “Si tienen estas características es más fácil que puedan desarrollarlo”, agrega. Así llegaron los atracones a la vida de Olga Alejandre (Guadalajara, 29 años). Las dietas y el peso eran un tema recurrente en su casa mientras crecía e incluso reconoce que le afectaba ver los desfiles de las modelos de Victoria’s Secret. “En esa época todo el mundo decía que podíamos conseguir ese físico si entrenábamos”, cuenta por videollamada.
La expresión amable de su rostro contrasta con los recuerdos que vienen a su cabeza: “A los 17 me tocó testificar contra mi padre en un juicio porque estaban divorciados. Era una situación terrible. Mi madre cayó en depresión y yo estaba sola en casa porque mi hermana se había ido a estudiar a Madrid, entonces tuve que cuidarla. Fue un cúmulo de cosas”.
Las hamburguesas, pizza, dulces y postres que no comía Alejandre durante el día ―porque no se lo permitía―, llegaban a su boca por las tardes y noches, un hábito que mantuvo por cuatro años mientras estudiaba marketing y relaciones públicas en la universidad. No vomitaba para contrarrestar lo ingerido. María Simón tampoco, por lo menos, no al principio.
A diferencia de la bulimia nerviosa, en este tipo de TCA no suceden conductas compensatorias. Más bien, el perfil de estos pacientes está asociado a cuadros de descontrol alimentario. En su mayoría son mujeres y en menor medida hombres porque existe en ellos un estigma a la hora de comentar el problema.
Belén Silveira, endocrinóloga especializada en problemas de conducta alimentaria y obesidad, indica que las personas que padecen esta enfermedad no suelen realizar ejercicio compulsivo o expulsión de la comida después de comer. “Lo que sí que hay son otras cosas como una sensación intensa de culpabilidad, malestar y también miedo a engordar”, señala. Silveria y Ruiz coinciden en que son pacientes que tienden a gestionar sus emociones con la comida ante las dificultades del día a día. La ansiedad por comer es también una respuesta a nivel cerebral.
Un estudio publicado en Journal of Psychiatry & Neuroscience ya advertía en 2004 que las personas que comen en exceso (y quienes padecen bulimia) tienden a tener niveles de serotonina más bajos que el promedio. En general, los TCA son las enfermedades mentales con la mayor tasa de mortalidad, según la Sociedad Española de Patología Dual.
La restricción está arraigada en la cultura
Hacer dieta solo el fin de semana es una forma de restricción. Evitar cierto tipo de alimentos de lunes a viernes también lo es. Son conductas que están normalizadas en las rutinas y arraigadas en la sociedad. Muchas personas, asegura la endocrinóloga, pueden tener este problema y no identificarlo en absoluto. Si no existe la suficiente destreza de los especialistas para detectar los atracones, es muy fácil que pasen desapercibidos.
Esto también ocurre porque la publicidad, los medios de comunicación y las redes sociales promueven cánones de belleza poco realistas. Es común que a las actrices, por ejemplo, le exijan cierto estándar de cuerpo y peso. María Simón se sintió en un abismo en el inicio de su camino en el mundo de la interpretación. “No eres fea ni guapa y bueno, ¡eso en qué mierda me ayuda a mí!”, expresa. En 2006, dejó la carrera en la Escuela Superior de Arte Dramático y volvió a casa de sus padres para recibir tratamiento en la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria del Hospital General de Alicante.
En el mundo de los deportes también sucede. “La primera dieta que hice fue a los 17. Yo practicaba karate y empecé a hacerlo seguido y cada vez, de manera más profesional. Llegué a representar a mi universidad”, rememora por teléfono la periodista Constanza Rodríguez (Santiago, Chile, 30 años) sobre el inicio de este problema. Al igual que otras artes marciales, en el karate se compite por el peso corporal, lo mismo que en el boxeo. “Me empezaron a crecer mis pechos”, dice. “Yo tenía que cumplir con cierto número en la balanza y eso era lo que importaba. Se hablaba mucho del peso, era una cosa que estaba en boca de todos”.
En una ocasión, le exigieron bajar ocho kilos en tres semanas para competir. “No comí, salí a correr e iba a saunas para deshidratarme”, asegura. Rodríguez terminó perdiendo la competencia y sintió mucha culpa. Nadie de su equipo se acercó a ella ni le dio ánimos por el esfuerzo que había hecho.
Como efecto dominó, comenzaron los episodios de atracones: “empecé a comer chocolates y dulces a escondidas”. Se mantuvo alejada de los deportes por dos años y no habló de este problema durante una década. “Cuando dejas de ser niña y te enfrentas a una adolescencia en soledad es difícil aprender a alimentarte”, expresa.
Los TCA son conductas alteradas de los hábitos alimenticios. Viviana Loria Kohen, profesora del Departamento de Nutrición y Ciencia de los Alimentos, de la Universidad Complutense de Madrid, asegura que el papel del nutricionista en el trastorno es fundamental. “Reorganiza, desde una perspectiva externa, la alimentación. Además, sugiere cambios para ayudar al paciente”, indica.
Fármacos como Ozempic ―que era recetado originalmente como tratamiento para la diabetes― se ha popularizado por su eficacia para tratar la obesidad, pero los especialistas deben tener en cuenta el tipo de paciente. “Para las personas es muy satisfactorio que de repente se vaya el hambre, pero cuando se suspenden los tratamientos o se acaba el programa que sea y se pasa a la fase de mantenimiento, el cerebro responde a esa de privación. Puede haber consecuencias graves”, enfatiza Patricia Ruiz.
Silveira y Ruiz subrayan que se deben evitar las restricciones dietéticas y también indagar en otros aspectos por si existen enfermedades de base. “Pueden ser análisis de sangre y pruebas médicas. Es frecuente que haya una historia de adicciones en la familia”, complementa la endocrinóloga.
Los atracones pueden desencadenar un incremento de la resistencia a la insulina y un aumento del riesgo cardiovascular. Al mismo tiempo, es importante descartar afecciones asociadas como la apnea del sueño. Una persona puede tener a la vez (y que no esté ligado) un hipotiroidismo que no se haya detectado y que esté contribuyendo también a otros problemas.
El camino hacia la recuperación es abierto
“Me preguntaron si quería ser externa o interna. Yo les dije que si me internan, me matan”, reconoce María Simón. Nunca le dieron el alta del Hospital de Alicante porque ella misma decidió que se encontraba bien. “Tengo que apostar por mí y trabajar la comida desde otro lado”, fue lo que se dijo a sí misma en ese periodo para darse aliento.
De ese punto de inflexión, han transcurrido 14 años en los que volvió a estudiar, conoció a su actual novio y estrenó la obra Putos 30, en la que habla abiertamente de este tema. “Nació porque no me cogía ningún representante. Me decían que era demasiado graciosa para ser mujer”, ironiza. Para Simón, Olga Alejandre y Constanza Rodríguez, la ayuda psicológica fue importante, pero coinciden en la falta de expertos especializados en este problema.
Alejandre también dio un giro a su vida y volvió a estudiar. Ahora es dietista especializada en TCA y junto a un equipo de nutricionistas ayuda a pacientes que padecen este y otros tipos de trastornos de la conducta alimentaria. Rodríguez, por su parte volvió a reconciliarse con los deportes y regresó a la actividad física.
La última recaída que tuvo Simón fue en 2023, tras una hernia discal. “Ahora son mucho más pequeños [los atracones], hay días que me apetece pegarme una merienda y puedo conseguir disfrutarla”, señala. Ella se despide y camina hacia la puerta de la cafetería. Deja el capuchino, que bebía desde el comienzo de la entrevista, a la mitad.