Los agricultores sudafricanos a los que una multinacional del tabaco dejó en la estacada
Pequeños productores denuncian que fueron utilizados por la multinacional British American Tobacco, que les apoyó financieramente para cambiar sus cultivos hace una década, pero les abandonó de repente, hundiéndolos en la pobreza
Rabelani Mamagwa, de 37 años, inspecciona las coles en medio de la tierra que heredó de su abuela en Mianzwi, a las afueras de la ciudad de Thohoyandou, en el norte de Sudáfrica. Estos cultivos son su única y frágil fuente de ingresos y todavía faltan cerca de dos meses para la época de cosecha. Otros cuatro agricultores intentan ayudarla a averiguar por qué las hojas están salpicadas de pequeños agujeros. “Son las larvas de la polilla de la col”, asegura uno de ellos. “Necesitas químicos, si no estas coles no van a durar”, agrega otro. Mamagwa entorna los ojos hacia un sol implacable. Antes, la vida era mucho más fácil: el tabaco que crecía en sus tierras le aportaba unos ingresos mayores y más seguros que los que generan ahora sus coles.
Hablar de esa bonanza del pasado llena de rabia y tristeza a los habitantes de la zona. En 2011, la multinacional British American Tobacco South Africa (BATSA, por sus siglas en inglés) ofreció a Mamagwa y a los agricultores de la región una oportunidad con la que prometía mejorar sus vidas. “Un hombre nos dijo que BATSA estaba buscando agricultores negros a través de la Iniciativa para Nuevos Agricultores (EFI, por sus siglas en inglés) sudafricana, así que acudí a la reunión que se celebraba en un pueblo cercano. Dijeron que nos ayudarían a cultivar tabaco y que nos lo comprarían. Los únicos requisitos eran tener tierras de cultivo y acceso al agua”, explica la mujer.
Mamagwa firmó un contrato, pero no entendía todas las condiciones. “No lo leí y nunca nos dieron una copia”, se lamenta. “No volví a pensar en ello porque BATSA nos lo dio todo: equipos, fertilizantes, productos químicos, graneros para secar el tabaco y formación sobre gestión agrícola”, agrega. La mujer tenía hasta un mentor a su disposición.
Pero, en 2021, todo se esfumó de repente. “En enero de aquel año nos dijeron que recogerían parte de nuestra cosecha por última vez, pero que después tendríamos que dejar de cultivar tabaco por completo”, relata la mujer.
Las grandes tabacaleras han culpado al mercado ilícito de la disminución de sus ventas y de los despidos de trabajadores. Según Johnny Moloto, el portavoz de la filial sudafricana de BATSA, la Iniciativa para Nuevos Agricultores “se creó para formar y apoyar a personas desfavorecidas que querían cultivar tabaco y otras hortalizas”.
Dijeron que nos ayudarían a cultivar tabaco y que nos lo comprarían. Los únicos requisitos eran tener tierras de cultivo y acceso al aguaRabelani Mamagwa, ex cultivadora de tabaco
Corne van Walbeek, director de la Unidad de Investigación sobre la Economía de los Productos Sujetos a Impuestos Especiales de la Universidad de Ciudad del Cabo, afirma que la utilización de los agricultores negros es una herramienta poderosa: “‘Transformación’ es una palabra de moda, y cuando a eso se le añaden los cultivadores negros de tabaco, puede hacer que la opinión pública simpatice con el sector tabacalero”.
“Agricultores incultos”
Moloto explica que, con el tiempo, BATSA decidió “que todos los agricultores se dedicaran exclusivamente a cultivos no tabacaleros” y asegura que en 2022, su programa apoyó a 79 agricultores, que plantaron 98 hectáreas de hortalizas mixtas.
“Este proyecto estaba destinado a mejorar la situación de los agricultores, pero BATSA no fue transparente con nosotros. Nos necesitaban y se aprovecharon de los agricultores incultos”, responde el exagricultor Lucky Ramabulana. Según él, la ayuda no fue suficiente para que muchos de los pequeños productores hicieran la transición, planificaran y ahorraran para pasar a otros cultivos. “Algunos nos endeudamos para poder seguir cultivando”, remacha.
Shadrack Sibisi, presidente de la Asociación de Cultivadores Negros de Tabaco (BTFA, por sus siglas en inglés), coincide con Moloto en que la grave situación de los agricultores se debe al crecimiento del mercado ilícito de tabaco. Los estudios muestran que, cuando el Gobierno sudafricano impuso una prohibición temporal del tabaco en 2020, algunos fabricantes locales llegaron a duplicar su cuota de mercado vendiendo cigarrillos ilegales.
Simplemente nos olvidaron. Tengo la sensación de haber sido utilizadaRabelani Mamagwa, agricultora
Investigadores independientes estiman también que el mercado clandestino ha aumentado notablemente desde 2009 y ha experimentado un fuerte repunte en los últimos cuatro años debido, en parte, a la ineficacia del control fiscal. Una legislación más estricta sobre el tabaco, como la que se prevé en Sudáfrica, donde está sobre la mesa un proyecto de ley sobre Productos del Tabaco y Sistemas Electrónicos de Liberación de Nicotina, también será perjudicial para las empresas. El 7,5% de las muertes en Sudáfrica están vinculadas con el consumo de tabaco.
Francois van der Merwe, director de la compañía Limpopo Tobacco Processors, asegura que, si se aprueba esta nueva normativa, “el comercio ilícito aumentará y la demanda de tabaco legal disminuirá, mientras que el consumo global aumentará, como ha sucedido en los últimos siete años”. Su empresa lanzó a principios de este año una campaña para parar el proyecto de ley porque de esta forma se podrá controlar más efectivamente el comercio clandestino.
Moloto, de BATSA, también culpa a las autoridades de la precariedad de estos trabajadores. “Creemos que es importante que las grandes empresas colaboren y apoyen, pero es una pena que los agricultores de nuestro sector no reciban más protección y apoyo del Gobierno”, asegura.
Mamagwa recuerda la situación desesperada en la que quedó cuando perdió el apoyo de BATSA. “Fue muy duro. Pensé que BATSA mejoraría las cosas, pero ha hecho que sean peores”, recuerda. La agricultora mantiene a sus seis hermanos y, cuando cultivaba tabaco, logró pagar estudios a tres de ellos. Después, el dinero dejó de entrar y ahora todos intentan ganarse la vida como pueden. Mientras Mamagwa se prepara para ir a comprar los productos químicos que necesita para fumigar su cosecha de coles, señala un diploma que está enmarcado en una pared de su casa. “En 2016, conseguí el tercer premio de jóvenes Aspirantes a Agricultores. Me sentí muy orgullosa”, recuerda. “Pero ahora simplemente nos han olvidado. Tengo la sensación de haber sido utilizada”.
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