Descolonizar el cine africano en tiempos de Netflix
La restitución audiovisual es una batalla por la memoria que pasa por recontextualizar el legado gráfico de las potencias coloniales y por acceder a las películas posteriores a la independencia, que acabaron fuera de África
Cuando el director de cine Alain Kassanda se propuso contar la historia de sus abuelos bajo el yugo colonizador en el Congo belga, quiso recopilar películas de la época. Las imágenes que encontró hablaban de cómo los belgas civilizaban a la población local, construían carreteras y escuelas, y del folclore negro. “Los congoleños aparecían siempre como fantasmas. Era propaganda racista en la que nunca se mostraba la perspectiva congoleña”, cuenta Kassanda. Para colmo, tuvo que pagar 25.000 euros para poder acceder a esos archivos gráficos repartidos por varias instituciones belgas. “Nos grabaron sin nuestro consentimiento y ahora tenemos que pagar por lo que nos robaron. Se llevaron las imágenes de la misma manera que robaron piezas de arte que ahora están en museos europeos. La restitución pasa en primer lugar por tener acceso a esos archivos”, defiende visiblemente enfadado en un bar de Tarifa, durante de la 20ª edición del Festival del Cine Africano (FCAT), que se celebra esta semana en la localidad andaluza.
Kassanda habla de la restitución física, la del acceso al material, pero junto a ella hay una batalla más inasible, pero no menos relevante. Es la que se libra por la memoria gráfica del continente africano. La película de sus abuelos, Colette et Justin, se estrenó el año pasado, y en ella se recontextualizan aquellas imágenes a través de lo que algunos cineastas africanos llaman la “reapropiación” de esa narrativa. Es el combate por la representación, por las imágenes de una África deformada y exotizada en la pantalla a manos de las potencias coloniales. Algo que, al calor del movimiento de restitución de objetos de arte que recorre el continente, cobra nueva fuerza.
El informe encargado por París en 2018 a Felwine Sarr y Bénédicte Savoy asegura que el 90% del legado cultural del África subsahariana sigue fuera del continente. “La restitución audiovisual es también la lucha por la memoria. Los colonizadores eran plenamente conscientes del poder de la memoria y dominaron a unos pueblos que no tenían conciencia colectiva de la importancia de la memoria, que era sobre todo oral”, argumenta el director marroquí Ali Essafi. Es famosa la acusación que le hizo el director senegalés Ousmane Sembène, considerado el padre del cine africano, a su colega francés Jean Rouch, al que le espetó: “Nos miras como si fuéramos insectos”.
“África ha sido el continente contado por otros, por los colonizadores”, añade Farah Clémentine Dramani-Issifou, experta en descolonización de las artes visuales, que también acudió a la cita en Tarifa. “El patrimonio cinematográfico fue arrancado de sus raíces y esa memoria es esencial para saber quiénes somos y hacia dónde vamos”, opina.
Dramani-Issifou ha sido la comisaria de la exposición que expuso en Benin las 26 obras restituidas por Francia en 2021, como parte de la nueva política africana inaugurada por Emmanuel Macron cuatro años antes con su famoso discurso de Uagadugú. “Se trata de recobrar el control de cómo y dónde se enseñan las imágenes”, subraya. Cita el ejemplo de una grabación del misionero y etnógrafo francés Francis Aupiais, en la que se ve una ceremonia de vudú y cuya exhibición considera que vulnera la privacidad de las personas que aparecen en ella.
Nos grabaron sin nuestro consentimiento y ahora tenemos que pagar por lo que nos robaron. Se llevaron las imágenes de la misma manera que robaron piezas de arte que ahora están en museos europeosAlain Kassanda, director de cine
El decreto Laval de 1934 impidió a los directores africanos filmar en el África francófona sin autorización de las autoridades para evitar la propagación de mensajes anticoloniales. Solo a partir de 1960, con la llegada de la independencia, emerge una primera generación de cineastas africanos. Ofrecen al mundo una mirada poscolonial y entre ellos destacan el propio Sembène, Djibril Diop Mambéty o Désiré Ecaré.
Estudiar en Francia
Pero el cordón umbilical nunca acabó de cortarse. Para empezar, porque en aquellos primeros años tras la independencia, muchos cineastas se marcharon a estudiar a Francia, a Rusia, al Reino Unido o a EEUU. “Volvieron a sus países para hacer películas, pero estaban muy influenciados por la estética y temáticas de nuevo ajenas a las raíces culturales del continente”, explica Léa Baron, de Cinémathèque Afrique, una institución dependiente del Instituto francés.
Gobiernos y productoras occidentales financiaron películas que ahora quedan fuera del alcance de muchos africanos
Pero también porque muchas obras realizadas después de los años sesenta acabaron en manos de instituciones públicas y distribuidores privados de fuera del continente. Un exhaustivo informe de la Unesco dedicado al cine africano destacaba que las mejores películas africanas “casi nunca se encuentran en África, sino en los archivos cinematográficos nacionales de Francia, el Reino Unido y otros países europeos, y en universidades occidentales con departamentos de cine africano”. “Esto significa que estas películas pioneras no están disponibles en las instituciones educativas de toda África”, según este estudio, que añadía: “Muy pocas personas, y especialmente el público africano, conocen el patrimonio cinematográfico del continente”. Gobiernos y productoras occidentales financiaron películas que ahora quedan fuera del alcance de muchos africanos. La posproducción se ha seguido haciendo a menudo fuera de África. Las diferencias son inmensas entre los 54 países africanos, pero todos comparten esa herencia colonial, así como carencias económicas y problemas acumulados para producir y distribuir sus propias cintas.
Hay infinidad de iniciativas para digitalizar y en muchos casos restituir los derechos, pero queda mucho camino por recorrer. Esas dificultades para acceder a ese legado las narra Baron Thierno Souleymane Diallo en su largometraje Au cimetière de la pellicule, en el que él mismo se embarca en la búsqueda de Mouramani, una película que se supone fue la primera filmada por un cineasta negro francófono. Viaja por Guinea-Conakry visitando antiguos cines y almacenes con cintas putrefactas, para toparse siempre con la misma respuesta: “Seguro que en Francia la tienen. En los archivos allí tienen todo”. Diallo cuenta que en la escuela de cine aprendió mucho de autores europeos, pero muy poco de lo que se había hecho en su país. “Es primordial que las nuevas generaciones conozcan su historia y se apropien de ella”, dice, a la vez que pone el foco en la responsabilidad de los Gobiernos e intelectuales africanos. “No pueden esperar a que Occidente haga también eso por ellos”.
Éxito fuera
A los desafíos del pasado se suman los retos del presente. “Los jóvenes africanos están obsesionados con tener éxito fuera y tienen poco tiempo para volver la mirada a sus clásicos. Están además muy expuestos a la telebasura”, interpreta el director mozambiqueño Pedro Pimenta, consultor de la Unesco en asuntos audiovisuales africanos. El resultado, se queja, es que muchos acaban haciendo películas pensando en festivales extranjeros en lugar de en el mercado africano.
Todo eso, en un contexto en el que los festivales y las productoras occidentales exhiben un creciente interés por los contenidos africanos, como muestran superproducciones como la saga Wakanda, entre otras. Nollywood, la potentísima industria de entretenimiento y películas comerciales nigeriana, cuenta también desde hace unos años con una fuerte presencia en plataformas como Netflix. “Nunca había habido tantas películas afrofuturistas. Las plataformas se han dado cuenta de que África es un gran mercado cuando ya han llegado a su límite en otros continentes”, asegura Pimenta. Eso supone una oportunidad para la región, pero los expertos advierten que no está exenta de peligros. Con la llegada de nuevas ofertas, crece la tentación de adaptar la producción al gusto occidental y a las exigencias de los que vienen de fuera. Eso influye también a la hora de decidir qué temas son relevantes y cómo tratarlos. “La aproximación de las plataformas sigue siendo neocolonial y condescendiente. Hay que redefinir cómo colaboramos. Puede que ellos tengan el dinero, pero nosotros tenemos el contenido. Hay que implantar una nueva ética en el intercambio”, defiende la experta Dramani-Issifou. El director Kassanda lo resume con claridad. “El cine es también una cuestión de poder: el poder de quién tiene los medios suficientes para representarse a sí mismo”.
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