Rupa Marya: “No mejoraremos la salud humana sin cuestionar las estructuras del capitalismo colonial”
Su ensayo ‘Inflamed’ ha convertido a la polifacética artista, activista y académica en icono de la medicina holística. La estadounidense sostiene que solo gozaremos de buen estado físico y mental cuando la ciencia occidental rebaje su soberbia
Médico, líder y vocalista de los inclasificables Rupa & the April Fishes, profesora universitaria en la Universidad de California. También escritora y activista por los derechos indígenas. La polifacética Rupa Marya —estadounidense con orígenes en el Punjab (India)— reparte sus energías en multitud de frentes. Esferas que gravitan alrededor de un astro común: la salud como entidad holística. Marya saltó a la fama en los círculos de la medicina alternativa y el agroecologismo tras publicar el pasado año, junto al economista Raj Patel, la obra Inflamed, aclamada por estrellas del altermundismo como Naomi Klein.
El libro teje una compleja red de causa-efecto en la que nada ni nadie enferma aisladamente. Sus autores tildan al capitalismo colonial —con su altar de codicia sin límites— como sistema esencialmente insano. Desandar un camino de destrucción patológica implica el abrazo a la deep medicine, la medicina profunda. Para ello, sostienen, debemos reducir la altivez occidental y escuchar otras cosmovisiones. Incluidas otras formas de entender la ciencia y el conocimiento.
La entrevista tuvo lugar durante la feria Terra Madre Salone del Gusto, organizada por Slow Food a finales de septiembre en Turín. Marya intervino en varias charlas, cosechó fervientes aplausos y se hizo selfis con algunos asistentes. Casi como si estuviera de gira con sus april fishes.
Pregunta: ¿El sistema perjudica seriamente la salud?
Respuesta: El bienestar del planeta, la sociedad y los seres humanos se han visto afectados por el capitalismo colonial, por las estructuras socioeconómicas que se implantaron hace 600 años. El colonialismo existe desde siempre, pero nunca hasta entonces había estado ligado a un proyecto económico tan dañino. Uno que exige, para funcionar, la degradación de los ecosistemas y las relaciones humanas. Una combinación sistémica de opresión y supremacismo ha dañado —con impactos similares— los cuerpos humano, social y planetario, provocando una respuesta inflamatoria.
P: Que en el caso de la salud humana se traduce en...
R: La inflamación es la forma en que nuestro sistema inmunitario responde al daño o la amenaza de daño. Cuando nos cortamos, el cuerpo mobiliza recursos para curar la herida, se inflama. Una vez curados, para la inflamación. Pero cuando los daños son continuos y a través de diversas fuentes, la inflamación nunca para. Se produce una respuesta inflamatoria crónica que provoca, por sí misma, daño colateral en nuestro cuerpo.
El bienestar del planeta, la sociedad y los seres humanos se han visto afectados por las estructuras socioeconómicas que se implantaron hace 600 años
P: ¿Produciendo enfermedades que no padeceríamos sin tanta agresión sistémica?
R: Lo que antes era una respuesta curativa se convierte en una dañina. Vemos que las enfermedades propias de las sociedades industriales actuales (patologías cardiovasculares, cáncer, diabetes, alzheimer...) suelen producirse en sistemas inmunitarios desequilibrados. Y que los estímulos a los que nos expone el capitalismo colonial son un predictor más fiable en el desarrollo de estas enfermedades que nuestra propia genética. Sin embargo, la medicina insiste en enfoques individuales, en lugar de empezar a poner el foco en las estructuras que nos rodean.
P: Esa respuesta inflamatoria crónica, ¿es más habitual entre aquellos colectivos que más han sufrido opresión?
R: Al apropiarse los países europeos de nuevos territorios en todo el mundo, desplazando a sus gentes y condenándolas a la precariedad, se creó una arquitectura de escasez que, desde entonces, alimenta la explotación. Esas comunidades —que tenían sistemas estables de alimentación, medicina, educación o economía— fueron víctimas de una desrregulación total. Cuando perdieron sus formas ancestrales de cuidarse a sí mismos, perdieron su bienestar. La inflamación crónica nos afecta a todos, pero especialmente a aquellos situados en el lado de los perdedores en el eje supremacista blanco o europeo.
P: Entre esos pueblos víctima de exterminio cultural, ¿los perjuicios para su salud son, digamos, acumulativos? ¿Se han ido transmitiendo de generación en generación?
R: Sin duda. Hemos observado cambios epigenéticos —que en realidad no modifican el código genético, pero sí pasan a las nuevas generaciones— como consecuencia del trauma al que fueron sometidas estas poblaciones.
P: Entiendo que no se refiere a trauma mental sino físico...
R: Esa dicotomía que acaba de mencionar es parte del problema porque refleja una mentalidad colonial. La mente no existe sin el cuerpo. Hablo de trauma como una experiencia total, también de la angustia mental que sufrieron estos pueblos y que se va heredando a través de los tiempos. Desde un punto de vista evolutivo, si estoy embarazada y experimento un gran trauma comunitario, mi hijo ya nacerá preparado para enfrentarse al estrés.
P: ¿Cómo una especie de ansiedad anticipatoria?
R: Diría más bien una preparación anticipatoria para el daño. Esos niños nacen con menor esperanza de vida y con menor probabilidad de gozar de buena salud. No podremos cambiar las consecuencias del trauma mientras mantengamos las mismas estructuras alrededor del cuerpo.
P: El prestar poca atención a los factores estructurales que rodean a la enfermedad, ¿es una aséptica decisión científica o esconde, como parte del mismo engranaje, un afán de dominación?
R: De nuevo, usted me habla de ciencia y se refiere a la ciencia occidental, que es altamente reduccionista. En la mayoría de comunidades indígenas, la ciencia es inherentemente holística y de largo recorrido. No hay mejor forma de preservar la biodiversidad de los ecosistemas que mediante la sabiduría ancestral indígena. Pero estas prácticas se etiquetan como no científicas por Occidente. O directamente como salvajes o inferiores, dentro de esa mentalidad de dominación. Decidir qué es o no conocimiento, qué es o no ciencia, es parte del proyecto colonial. Si a más biodiversidad, mejor resistencia al cambio climático, y los indígenas saben mejor que nadie cómo preservar esa biodiversidad, ¿a quién deberíamos escuchar? No serán la ciencia o la tecnología occidentales las que nos ayuden a cuidar de la naturaleza. Serán las comunidades que llevan haciéndolo desde hace miles de años.
No hay mejor forma de preservar la biodiversidad de los ecosistemas que mediante la sabiduría ancestral indígena
P: Volviendo a la salud específicamente humana, habrá quien concluya que usted niega que el resto del mundo se haya beneficiado de los progresos de la medicina occidental. ¿O es simplemente que, en la balanza, los beneficios no compensan el daño infligido?
R: La medicina occidental ha aportado avances increíbles que, de ninguna forma, debemos descartar. Más bien abogo por una expansión de lo que consideramos expertos. Por empezar a escuchar otras voces para formarmos una foto más holística. Si pregunto a mis pacientes de comunidades oprimidas, no creo que muchos digan que la medicina occidental ha tenido éxito al mejorar su salud. Ante todo, porque cada vez son más conscientes de que este enfoque médico forma parte del mismo sistema —el juego de poder colonial— que ha hecho que empeore su salud. Ya es hora de que empecemos a descolonizar la medicina, a fijarnos en formas más complejas de comprender lo que ocurre en el cuerpo humano, especialmente en su relación con el ecosistema en que se mueve.
P: Al ver qué funciona o no en medicina, ¿debemos ser empíricos, utilizar el método científico (ensayo-error etc)? ¿O son estos también constructos colonialistas de los que debemos desembarazarnos?
R: Claro que hay que seguir utilizando lo que usted llama empirismo: tenemos esto, lo probamos, funciona, no funciona... Las ciencias indígenas también son empíricas, pero con un enfoque que tiene en cuenta otras fuerzas que también tienen su impacto en nuestro cuerpo. Lo que digo es que tenemos que hacer ciencia —en concreto medicina— con más sutileza y pluralismo, con matices que hoy no son bienvenidos.
P: ¿Sobre todo aquellos que proceden de la sabiduría ancestral de los pueblos históricamente oprimidos?
R: Pero no solo. Le pongo un ejemplo. En mi universidad he propuesto alguna vez que traigamos a personas sin hogar para que hablen con los alumnos, les cuenten su experiencia, a qué se enfrentan... Y así poder atender mejor a la gente que vive en la calle. Siempre he obtenido la misma respuesta: “No tienen estudios publicados, no son expertos”. Otro ejemplo. En una consulta, el médico interrumpe al paciente cada 11 segundos de media. Son actitudes coloniales que dan a entender que alguien sabe más de tu cuerpo que tú mismo.
P: En cierto sentido, debería saber más, ¿no? Por algo es el experto. Aunque esto no implique que no pueda colaborar con el paciente para llegar a una solución.
R: Esa es la palabra clave: colaboración. Cultivar el arte de la escucha, reconocer que el paciente es experto en su propio cuerpo, ser humilde. Actitudes poco frecuentes en la medicina occidental.
P: Supongo que, para muchos médicos, no será fácil salirse del camino trillado y abrir la mente a nuevas perspectivas. Un enfoque holístico supone empezar a tener en cuenta dimensiones desconocidas.
R: Desde luego. Es mucho más fácil recetar insulina a un paciente con diabetes que replantearse nuestro sistema de alimentación para que todos gocemos de mejor salud. El capitalismo colonial nos automatiza como individuos, poniendo el énfasis en pequeñas decisiones, como si fueran a cambiar algo. Contra el cambio climático, ¡compra un coche eléctrico! Así evita que le gente se implique en un cuestionamiento estructural y aspire a echar abajo todo un sistema propenso a la autodestrucción.
P: ¿Se siente pionera, dentro de la profesión médica, de una forma nueva de entender la salud?
R: En realidad, Raj [Patel] y yo no hemos sino reinterpretado lo que otras personas saben y hacen desde hace milenios. Los humanos que viven bien, sin inflamación crónica —como algunas comunidades guaraníes en el Amazonas—, que no tienen presión arterial alta ni cáncer ni diabetes...
Es mucho más fácil recetar insulina a un paciente con diabetes que replantearse nuestro sistema de alimentación para que todos gocemos de mejor salud
P: ¿En absoluto?
R: En absoluto. Esos humanos tienen un estilo de vida diametralmente opuesto al de los humanos industrializados. Establecen relaciones de reciprocidad con toda la red de vida que los rodea, están integrados en ella, sin pensar que son superiores a nada o a nadie. Y gozan de buena salud. No hemos inventado nada, aunque quizá sí hayamos reformulado toda esa sabiduría acumulada para que, confiamos, llegue al mayor número de personas.
P: ¿Ha sido alguna vez acusada —quizá por el establishment de la medicina occidental o por los lobbies farmaceúticos— de promover tratamientos pseudocientíficos?
R: Nunca. Déjeme insistir en que no defiendo una ciencia anti-empírica en la que no haya ensayo-error. Solo animo a expandir lo que entendemos por científico para incluir enfoques que el capitalismo colonial ha estigmatizado, con inmensa arrogancia, como primitivo y bárbaro. La medicina tradicional, el uso de plantas con fines medicinales... Tratamientos con miles de años de evidencias y efectividad contrastada —muchas veces transmitidos oralmente— que el chovinismo occidental decidió un día que no servían para nada.
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