¿Podríamos haber evitado el 98% de las muertes por covid-19?
¿Qué haríamos distinto si nos situáramos en 2019 sabiendo la que se nos venía encima? La pandemia está dejando valiosas lecciones sobre lo rentables, desde el punto de vista humano, económico y social, que son los buenos sistemas de preparación y respuesta. Nada debería impedir ya que los pongamos en práctica, la próxima crisis es solo cuestión de tiempo
En septiembre de 2019, el primer informe de la Junta de Vigilancia Mundial de Preparación (GPMB, por sus siglas en inglés) describía en términos poco ambiguos la situación a la que hacíamos frente: “Si es cierto el dicho de que ‘el pasado es el prólogo del futuro’, nos enfrentamos a una amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera”. De acuerdo con sus expertos, entre 2011 y 2018 el mundo había experimentado 1.483 brotes epidémicos en 172 países. Que alguno de estos brotes acabase escalando era solo cuestión de tiempo.
El informe del GPMB –una iniciativa conjunta de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Banco Mundial– decía algo más: “El mundo necesita establecer de forma proactiva los sistemas y compromisos necesarios para detectar y controlar posibles brotes epidemiológicos. Tales actos de preparación constituyen un bien público mundial (...)”.
Dos años y cerca de 20 millones de muertos después, la comunidad internacional desearía haber prestado más atención a las advertencias de estos expertos. La pandemia desencadenada por el virus SARS-CoV-2 ha supuesto un recordatorio violento de la necesidad de contar con un sistema que nos permita prevenir, mitigar y responder a las crisis sistémicas de salud. Un “bien público mundial” para evitar males personales y económicos infinitamente más onerosos que el coste de la preparación.
El filántropo internacional Bill Gates ha hecho de este asunto una prioridad personal. Su nuevo libro Cómo prevenir la próxima pandemia –publicado esta semana en inglés–, parte de un principio simple: “Los brotes son inevitables, pero las pandemias son opcionales”. En su opinión, un buen sistema de vigilancia y reacción rápida, orientado a detener la expansión de un brote dentro de sus primeros cien días, hubiese ahorrado a la humanidad el 98% de los muertos provocados por la covid-19 y la extraordinaria disrupción económica y social que esta enfermedad ha generado.
El nuevo libro de Bill Gates, ‘Cómo prevenir la próxima pandemia’ –publicado esta semana en inglés–, parte de un principio simple: “Los brotes son inevitables, pero las pandemias son opcionales”.
Las enfermedades infecciosas constituyen uno de los principales riesgos a los que hacemos frente, pero no el único. Chernóbil y Fukushima enfrentaron al mundo a los riesgos de accidentes nucleares de gran envergadura, una posibilidad que la guerra en Ucrania ha reactivado trágicamente. Los llamados accidentes tecnológicos –derivados de catástrofes químicas, por ejemplo– provocaron 65.000 víctimas mortales entre 2009 y 2018. Y todos somos testigos de la proliferación alarmante de shocks naturales extremos, derivados en buena medida de la aceleración del calentamiento global. Una estimación conservadora de la Organización Meteorológica Mundial eleva a 11.000 el número de episodios de este tipo producidos entre 1970 y 2019, con un coste total de dos millones de vidas humanas y 3,42 billones de euros. El 60% de estos episodios ha tenido lugar en las dos últimas décadas.
La naturaleza, el alcance y la localización de estos riesgos sanitarios son muy diferentes, pero su solución no lo es tanto, afortunadamente. Los buenos sistemas de preparación y respuesta incorporan una serie de elementos comunes que permiten hacer frente a una diversidad de amenazas para la salud. Desde el Instituto de Salud Global de Barcelona hemos acuñado un acrónimo que incorpora las diferentes piezas de esta maquinaria. Se trata del Modelo PR3: Prevención, Respuesta, Recuperación y Resiliencia. Una lógica encadenada que comienza con la identificación y calibración de riesgos potenciales y deriva en el establecimiento y fortalecimiento de estrategias de vigilancia y control, la formación de capacidades y la construcción de las infraestructuras físicas y legales para responder y prevenir de acuerdo a la evidencia científica.
Los buenos sistemas de preparación y respuesta incorporan una serie de elementos comunes para hacer frente a una diversidad de amenazas para la salud... lo llamamos Modelo PR3: Prevención, Respuesta, Recuperación y Resiliencia.
¿Cuánto de este modelo teórico fue aplicado durante la pandemia? Por un lado, la comunidad internacional demostró una capacidad sin precedentes para colaborar en los ámbitos científico y tecnológico, generando en tiempo récord una batería de diagnósticos, tratamientos y vacunas que han resultado imprescindibles en la lucha contra la covid-19. La respuesta ha demostrado las posibilidades de una inteligencia epidemiológica puesta al servicio del interés común, con sofisticados sistemas de monitorización y predicción para anticipar los cambios. Sin embargo, también hemos constatado el largo camino pendiente a la hora integrar la información de calidad en los procesos de toma de decisiones.
En parte, el problema reside en los defectos de los sistemas de recogida y transmisión de los datos. En parte, en un debate público lastrado por las incertidumbres, la desinformación y la vulnerabilidad electoral de los tomadores de decisiones. Desde el primer momento, en el que los gobiernos fracasaron a la hora de calibrar el verdadero riesgo al que hacíamos frente, la denominada “infodemia” se ha convertido en una de las consecuencias más devastadoras de esta pandemia y en un desafío de primer orden para la prevención de nuevas crisis sistémicas.
La denominada “infodemia” se ha convertido en una de las consecuencias más devastadoras de esta pandemia y en un desafío de primer orden para la prevención de nuevas crisis sistémicas
Si las vidas humanas no son razón suficiente para establecer mejores sistemas de preparación, tal vez los argumentos económicos ayuden. La literatura científica ha justificado desde hace años la rentabilidad de esta inversión con respecto a los pavorosos costes directos e indirectos de las emergencias, pero la covid-19 ha roto todos los baremos. Incluso hoy, cuando buena parte del planeta vislumbra la luz al final del túnel vírico, el coste de la pandemia para la economía global será de 11,9 billones de euros hasta 2024, según el Fondo Monetario Internacional. Estas cantidades mareantes deben ser comparadas con el coste de algunas medidas eficaces de prevención, como el Grupo de Movilización y Respuesta ante Crisis Epidémicas propuesto por Bill Gates: unos 950 millones de euros anuales para financiar un equipo de 3.000 profesionales bajo el mando de la OMS.
Muchos de estos argumentos y lecciones están en la base del esfuerzo de preparación y respuesta para el futuro. Durante los últimos 18 meses han proliferado iniciativas públicas y privadas que buscan apuntalar las capacidades de los gobiernos y las regiones en este ámbito. La UE creó recientemente la Autoridad Europea de Preparación y Respuesta ante Emergencias Sanitarias (HERA), un organismo llamado a coordinar y multiplicar las capacidades de los Estados miembros. Estados Unidos cuenta con una agencia similar (BARDA). Y se han reforzado los recursos de vigilancia epidemiológica en África, a través del CDC africano, y en América Latina con la creación del nuevo Observatorio Epidemiológico Iberoamericano. Todos ellos contribuirán y se beneficiarán, a su vez, del nuevo hub de la OMS para la inteligencia sobre pandemias y epidemias, con sede en Berlín.
No solo los gobiernos han tomado la iniciativa. El Fondo Mundial contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria ha establecido como un objetivo prioritario el fortalecimiento de los sistemas de salud primaria, después de comprobar que, en regiones como África subsahariana, el mayor daño de la covid-19 vino por la distorsión de programas como el de la vacunación infantil básica frente a la enfermedades infecciosas o la prevención de la malaria. Por su parte, la Comisión estadounidense para el Comercio del Mercado de Futuros analiza la posibilidad de adaptar sus reglas para facilitar la predicción de los riesgos y adaptar los productos financieros en concordancia. Y es fácil imaginar el terremoto que esta crisis ha provocado en los mercados de seguros, que operarán tras la pandemia en un mundo con una percepción completamente diferente de los riesgos.
La realidad es que el sistema que precisa el modelo global de preparación y respuesta puede beneficiarse enormemente de la arquitectura institucional y legal desarrollada desde principios de este siglo. Sobre ella es posible construir, por ejemplo, sistemas sólidos y ágiles de vigilancia epidemiológica. Se pueden garantizar ensayos clínicos allí donde se necesitan, no solo donde se concentran los recursos científicos y económicos. O descentralizar la capacidad de producción farmacéutica para evitar la acumulación obscena de tratamientos y vacunas en unas pocas manos, como hemos visto durante estos meses. La reconsideración del inoperante modelo internacional de propiedad intelectual también es una forma de prevenir nuevas crisis.
La inversión “en tiempos de paz” es lo que garantiza que los sistemas de vigilancia y respuesta se encuentren perfectamente afinados cuando llegan los tiempos duros
Nada de todo esto será posible sin sostener la tensión política y financiera creada durante la covid-19. El riesgo es que la penúltima crisis –una guerra, la inflación– desplace a la anterior arrastrando voluntades y recursos. La inversión “en tiempos de paz” es lo que garantiza que los sistemas de vigilancia y respuesta se encuentren perfectamente afinados cuando llegan los tiempos duros. Y la velocidad con la que respondemos determina el calibre de las tragedias personales y económicas a las que hacemos frente. Esto implica establecer buenos mecanismos de coordinación en diferentes sectores y niveles de la Administración pública, capaces de ofrecer respuestas equitativas y claras a los efectos directos e indirectos de la crisis.
Una forma simple de considerar este asunto es situarnos a mediados de 2019 y pensar en lo que hubiésemos hecho de haber sabido la que se nos venía encima. Hoy tenemos esa información, así como la certeza de que la próxima crisis es solo cuestión de tiempo. La pregunta es qué haremos de forma diferente.
Resistencias antimicrobianas: la próxima emergencia ya está aquí
Rusia y Ucrania tienen hoy pocas cosas en común. Una de ellas, sin embargo, se ha convertido en motivo de preocupación para la comunidad científica internacional. Estos dos países concentran niveles alarmantemente altos de tuberculosis multirresistente a los tratamientos. Décadas de abandono sanitario, acceso irregular a fármacos y proliferación de enfermedades relacionadas como el VIH han disparado el riesgo de estas poblaciones para sí mismas y para aquellos lugares en los que se establezcan.
La tuberculosis multirresistente, que afecta a cerca de medio millón de personas en todo el planeta, es parte de la batalla que se libra contra la resistencia a los antibióticos. El abuso y el mal uso de estos fármacos ha reducido su eficacia frente a las infecciones, mientras que la ausencia de incentivos financieros ha lastrado la investigación farmacéutica en nuevos antibióticos. Solo en la UE, las resistencias suponen 25.000 muertes anuales y 1.500 millones de euros en costes asociados. La amenaza se extiende a patologías no bacterianas y a grandes enfermedades de la pobreza como la malaria y el VIH, cuyos tratamientos son cada vez más vulnerables a este riesgo.
La respuesta de los expertos a esta crisis creciente no es muy diferente de la que se ha planteado para otras amenazas similares: refuerzo de los sistemas de vigilancia, acceso equitativo e informado a medicamentos de calidad, fomento de la investigación en los ámbitos público y privado, y prevención y control de infecciones, como puede ser la vacunación. Esta emergencia, advierten, ya es una realidad.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.