La alerta de los kogi sobre el cambio climático
Los más de 20.000 indígenas que habitan en Sierra Nevada (Colombia) han presenciado la degradación medioambiental de las últimas tres décadas. Y fueron pioneros en denunciarlo. ‘Aluna’, el mítico documental que repasa sus preocupaciones por el daño a la naturaleza, cumple 10 años
“La tierra es un cuerpo vivo. Tiene venas y sangre. Dañar ciertos lugares es como cortar una extremidad; daña todo el cuerpo”, dicen. Desde el pico más alto de Sierra Nevada, en la región de Santa Marta, en Colombia, hasta Riohacha, una ciudad frente al mar Caribe, existe una conexión, invisible a los ojos del resto de mortales, que el pueblo kogi ha tejido a través de un hilo dorado. Con este cordón, de más de 400 kilómetros de largo, estos indígenas han querido unir las primeras nieves con el agua salada; con él, literalmente, han delimitado el territorio en el que viven desde hace siglos. Y a su paso, todo lo que les rodea, lo que ellos llaman “la Madre Tierra”, está interconectado de forma natural. Si una de las partes enferma, lo demás también necesitará cura.
Esta es una de las muchas enseñanzas que se pueden extraer del documental Aluna, una película dirigida por Jean-Paul Mertinez. El filme, rodado en 2009 y estrenado en 2012, es la secuela del documental de la BBC1 de Alan Ereira de 1990 titulado From the heart of the world: The elder brother’s warning (Desde el corazón del mundo: la advertencia del hermano mayor). Este trabajo atrajo por primera vez la atención mundial sobre este pueblo, aislado al exterior hasta ese día, cuando decidieron que era el momento oportuno para lanzar una advertencia ambiental para la humanidad. “Al escucharlos, nos ofrecen una gran cantidad de información y orientaciones valiosas sobre cómo restablecer una conexión con la naturaleza que falta en nuestra sociedad actual. Ellos creen que viven para cuidar el mundo y mantener su orden, pero desde hace algunos años que esta tarea se les está haciendo imposible debido a, entre otras cosas, la deforestación y la minería”, explica Mertinez por teléfono, desde su casa en Londres.
Los kogi dicen que escuchar es pensar, y el pensamiento es la base de la realidad. Necesitamos escuchar para sobrevivirAlan Ereira, historiador y cineasta británico
Aluna, que significa “conciencia”, es otra nueva petición de auxilio de los kogi al mundo exterior, y que ahora cumple 10 años desde su estreno. El mensaje de este pueblo indígena sigue vigente tras décadas en las que el ser humano ha construido carreteras, centrales eléctricas y puertos en sus territorios, y donde el calentamiento global ha hecho desaparecer los glaciares de sus montañas. “Tenemos que reevaluar fundamentalmente cómo funciona nuestra relación con la madre Tierra. La conexión de los kogi con la naturaleza es completamente diferente a la que podemos tener nosotros. Para ellos, no es un recurso a explotar, es parte de un sistema vivo con el que los seres humanos tienen la responsabilidad de interactuar de la manera correcta. Y en este momento, como sociedad, no lo cumplimos”, reflexiona Mertinez.
La conexión de los kogi con la naturaleza es completamente diferente a la que podemos tener nosotros. Para ellos, no es un recurso a explotarJean-Paul Mertinez, director de 'Aluna'
Ya en 1989, los kogi lanzaron una llamada de atención: sin su ayuda, sin su consejo, la madre Tierra enfermaría y moriría. Ellos aseguraban tener la llave de cómo hacer frente a esta destrucción, y aquella advertencia llegaría a más de ocho millones de espectadores. Además, su paso al frente sentaría las bases para la celebración de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en 1992, donde se iniciaría la que ahora se conoce como la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. “Hoy en día hay más conciencia, pero cuando grabamos el documental, mucha gente se preguntaba: ‘¿por qué querrías hacer una película como esta?’. Mientras que si realizáramos hoy Aluna, estoy seguro de que la gente diría: ‘Sí, ahora sabemos que este mensaje es importante y que necesitamos tener una mejor relación con la naturaleza’”, explica Mertinez.
Sin embargo, y a pesar de sus esfuerzos, no se han sentido escuchados a lo largo de este tiempo. “No es posible reparar el daño que los hermanos menores han hecho a los lugares sagrados. Ahora vemos los ríos que se secan, los deslizamientos de tierra, sequías, clima desconocido... Y todo esto lo provocan ellos”, lamentan durante el largometraje los llamados mamas, los jefes supremos de los 20.000 kogi, los descendientes de una civilización precolombina que sobrevivieron a la conquista española al aislarse en las montañas.
Este pueblo, del que muy pocos antropólogos conocen su idioma, no usa la escritura ni la rueda, y creen que el conocimiento, que lo trasladan de forma oral, se pierde con cada generación sucesiva. “Ellos dicen que escuchar es pensar, y el pensamiento es la base de la realidad. Necesitamos escuchar para sobrevivir”, reflexiona Alan Ereira. Por eso, para que los escucharan, y con motivo de la COP26 –la cumbre del clima celebrada el pasado noviembre en Glasgow–, Mertinez y su productora decidieron traducir el largometraje en 14 idiomas, desde el mandarín al ruso, entre otros. “Los kogi querían que los líderes mundiales también los escucharan. Principalmente, en una de sus mayores preocupaciones, que es la protección de los ríos y el agua”, asegura el director de la película, que en un principio se exhibió en Netflix, pero que ahora se puede ver en YouTube de manera gratuita.
Las dos películas, a lo largo de estos más de 30 años, no son los únicos pilares de apoyo que el pueblo kogi atesora para esparcir su voz. Después de rodar la primera, el historiador y cineasta británico Ereira creó The Tairona Heritage Trust, una fundación para ayudar a los indígenas en el proceso de descolonización de Sierra Nevada. Las donaciones que han llegado hasta ahora han permitido a los nativos comprar y restaurar algunas de estas tierras. Con su sabiduría, y tal y como cuenta un miembro kogi en Aluna, en el tiempo que recuperaron los terrenos que lindan con la cuenca del río Guachaca, consiguieron restablecer la biodiversidad alrededor del caudal. “Somos capaces de leer las burbujas del agua, la madre Tierra nos habla a través de ellas”, explica.
Consideran a la Sierra Nevada de Santa Marta el “corazón del mundo”, aseguran que a menos que cambiemos nuestros hábitos destructivos, la naturaleza nos obligará a hacerlo. “La Gran Madre enseñó y enseñó. La Gran Madre es lo que necesitábamos para vivir y su enseñanza no ha sido olvidada hasta el día de hoy. Todos todavía vivimos por eso”. Sin embargo, no sabemos por cuánto tiempo más si hacemos oídos sordos a su mensaje.
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