Los hombres violados en la guerra de Colombia rompen el silencio
La violencia sexual en el conflicto armado colombiano ha dejado huellas y afectaciones imborrables también en miles de varones. Un grupo de 81 de ellos ha decidido visibilizarse con la entrega este jueves de un informe a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) en el que relatan los horrores que sufrieron por esta práctica criminal que tanto daño se sabe hizo a las mujeres
Las mujeres en Colombia fueron en una magnitud inimaginable las principales víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado colombiano. El Registro Único de Víctimas (RUV) señala que de las 31.495 personas registradas, el 92,58% son mujeres. Pero en la guerra colombiana, en menor medida, los hombres también fueron objeto de violencia sexual. El 5,81% de los registrados por el RUV son varones, esto es 2.140.
Nelson Toscano es uno de ellos y durante años ocultó lo que le pasó. Fue violado dos veces. La primera por paramilitares cuando tenía nueve años. La segunda a los 17 por la guerrilla del Ejército Nacional de Liberación (ELN). Se había criado en las afueras de la ciudad de Cúcuta, en la frontera con Venezuela, donde el conflicto armado se vivió y se vive con mucha intensidad. “Los paramilitares habían asesinado a mi papá. Todos los días veía muertos, desaparecían a gente y está la frontera con presencia de todos los grupos armados ligados al narcotráfico”, explica.
Toscano vive ahora en Bogotá. No le gusta volver a su tierra porque le trae malos recuerdos pero ya habla abiertamente de su historia, de cómo la primera violación fue con la complicidad de un tío suyo cuando le pidió que le acompañara supuestamente a comprar unas pinturas. Su abuela le dio permiso. Ya en el coche, advirtió que llevaba unas armas para entregar. En la entrega, lo dejó esperando un buen rato junto a dos hombres. “Cuando mi tío regresó le conté llorando lo sucedido y él me amenazó diciendo que mejor me quedara callado y no se lo contara a nadie si no quería ver a mi abuela muerta”, recuerda. Ocho años después ocurrió nuevamente. Trabajaba con un amigo descargando materiales de construcción. En un viaje llevando carga les paró la guerrilla del ELN. Les retuvieron, pintaron grafitis al camión y les llevaron a una finca abandonada. “De ese día guardo una cicatriz en el brazo después de tratar de resistirme. Cuando me dejaron encontré a mi amigo llorando y me contó que también lo habían violado. No aguanté más y me vine a la capital. Él se suicidó meses después”.
El de Germán Mosquera (nombre cambiado) es otro caso. No aparenta tener 64 años. Nació en una vereda de la región del Chocó, en el Pacífico colombiano. Vivió toda su vida en medio de la zozobra pero criaba gallinas, tenía marranos, sembraba arroz, cortaba plátano y pescaba todos los días. Apenas entraron los grupos armados todo se acabó, dice. Un día del año 2004 guerrilleros de las FARC llegaron a su casa. Mataron a su hijo mayor delante de él, luego vio como violaban a su esposa y ella vio como lo violaban a él. “El que se resistía lo amarraban y hacían lo que querían. Era eso o la muerte. Después de violarme me marcaron cortándome un pedazo de oreja con una navaja”. No tenían posibilidad de marcharse y días después, otros hombres de las FARC volvieron a su hogar para repetir lo mismo. Dice que le acusaban de auxiliar a los paramilitares. “Y qué podía hacer si los paracos pasaban y te pedían un vaso de agua”, explica resignado.
A un hombre cuando lo violan lo primero que busca es proteger su masculinidad
Las secuelas físicas y psicológicas que la violencia sexual deja en los hombres son también muy fuertes. Toscano reconoce que no supo nunca cómo manejar la situación. La primera vez era niño y dice no tenía suficiente conocimiento de lo ocurrido. No lo veía normal pero nunca lo vivió como una violación. “Solo sé que me volví agresivo. Pensaba que nadie era capaz de comprender lo que estaba viviendo ni lo que sentía. La segunda vez si fui más consciente y lo primero que hice fue venirme para Bogotá por la vergüenza y por el temor a que volviera a suceder. Desde entonces sufro de hemorroides, he pasado por cuadros depresivos y algún intento de quitarme la vida. El tema emocional es complejo y el suicidio de mi amigo me afectó mucho”.
Para Toscano, cuando a un hombre lo violan lo primero que busca es proteger su masculinidad. “Mujeres víctimas me explicaban que una mujer lo primero que hace es separar su ser mujer del cuerpo. Hay una intención de salirse de ese cuerpo, de no reconocerlo, de no cuidarlo. Y eso repercute en su físico y en sus emociones. En cambio, el hombre quiere ante todo blindar esa parte de macho y trata que no se sepa para que no se ponga en entredicho su masculinidad”.
Mosquera, por su parte, trata de olvidar. “Con mi esposa nunca hablo de eso. A ella ya le habían violado antes y también a mis hijas de 12 y 16 años en aquel tiempo. Todo eso era secreto. Cuando me violaron por segunda vez, me escondí en el monte y en cuanto pudimos nos desplazamos a Bogotá”. Le duele ser desplazado. Lleva 16 años en la capital pero la ciudad le estresa. “La vida aquí es dura. Primero sentimos el racismo y nunca encontré trabajo. Quería ser barrendero pero por edad nunca me cogieron. Me refugié en la Iglesia. La palabra de Dios y la Biblia es lo que a uno le sostiene. En cuanto a mi salud nunca fui al médico, pero me duele cada vez que voy al baño”, asegura.
Romper el silencio no ha sido fácil para estos hombres y es fruto de un largo proceso en el que Ángela María Escobar ha sido una de lar artífices en conseguirlo tras ganar su confianza. Ella es coordinadora de la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales y miembro de la Junta del SEMA, la red global de víctimas y sobrevivientes de violencia sexual que impulso el ginecólogo congolés Denis Mukwege, Premio Nobel de la Paz en 2018. Esta reconocida defensora de los derechos de estas víctimas ha sufrido tres violaciones en su vida, una de ellas por paramilitares y que la obligó a desplazarse y a tener que vivir sin nada en la ciudad hasta el punto de verse obligada a prostituirse.
Escobar ha logrado entender las razones por las que estos hombres decidieron visibilizarse. “Ellos quieren demostrarle a este país y al mundo que a ellos también los violan, que la violación fue como una forma de castigo para que ellos sintieran que por mucho que lo fueran ya no tenían ese poder de hombre. Quieren romper ese estigma de tener que pasar la vergüenza que les digan que si les violaron se volvieron homosexuales”.
Y es que para los hombres hablar de violencia sexual ha sido difícil y han tratado de mantenerlo más oculto. Nelson Toscano dice que no lo hubiera hecho de no estar vinculado a los procesos de atención a víctimas de la Unidad de Investigación y Acusación (UIA) de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y de la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales. Allí conoció a otros que pasaron por situaciones similares. Hoy Toscano es un activista social que coordina un grupo focal regional de hombres heterosexuales víctimas de violencia sexual. “Este proceso ha sido transformador. Otras víctimas ven en mí un referente y eso me enorgullece. El proceso me ha ayudado a comprender el valor que tiene la mujer en la sociedad. Todos hemos sido víctimas de violencia sexual pero mayoritariamente ese peso lo han llevado ellas. Pues si nos violan pueden contagiarnos alguna enfermedad de transmisión sexual al igual que a ellas pero no vamos a tener un hijo producto de esa violación”.
Afectaciones diferenciadas
María Ángeles Escobar quiere dejar también claro que las mujeres sufren mayores afectaciones. “En los hombres se identifica mucho el problema de la hemorroides, pero muchas mujeres sufren embarazos, fístulas vaginales, mordiscos en los senos, y mutilaciones... Al hombre lo violan con un acceso carnal violento con el pene pero no hay ese ensañamiento que sufrimos muchas mujeres”.
La Red de Mujeres Víctimas y Profesionales en alianza con el equipo de enfoque de género de la UIA llevan tiempo trabajando con estas víctimas. Lo hicieron impulsando grupos focales de hombres, mujeres, hombres GBTI, mujeres trans, mujeres indígenas y jóvenes víctimas de reclutamiento forzado. Esta estrategia les ha permitido identificar que los impactos y las consecuencias de esta práctica en la guerra se vive de forma diferenciada a partir de las identidades diversas.
Por su parte, la JEP es un mecanismo de justicia transicional con enfoque restaurativo creado en el marco de los Acuerdos de Paz entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC para satisfacer los derechos de las víctimas a la justicia, ofrecerles verdad y contribuir a su reparación. Tiene capacidad de juzgar los posibles crímenes y actos delictivos que cometieron la Fuerza Pública y las FARC en el marco del conflicto.
A Pilar Rueda, asesora en género de la UIA en la JEP, también le reconocen el mérito de haber conseguido visibilizar la causa de los hombres. “Me parece interesante que aprovechen ese camino abierto por las mujeres para empezar a denunciar y entender lo que significan estas prácticas machistas en la guerra”, dice. A través de talleres y capacitaciones se ha ido así promoviendo el reconocimiento de las víctimas de violencia sexual y sus propuestas, y se ha puesto en evidencia los obstáculos que tienen las víctimas para acceder a la justicia y su importancia en la construcción de paz.
Los impactos y las consecuencias de la violencia sexual en la guerra lo viven de forma diferenciada las víctimas a partir de sus identidades diversas
Todo un proceso que tuvo un punto de inflexión este jueves 17 de marzo con la entrega oficial del informe a la JEP sobre violencia sexual contra hombres en el conflicto armado y en el que 81 hombres heterosexuales en su gran mayoría, pero también gays, bisexuales y trans explican lo que les sucedió a este mecanismo judicial creado en el marco de los Acuerdos de Paz de La Habana para que les reconozca y les repare como víctimas. Su gran anhelo es que la JEP, como ha hecho con el secuestro o el reclutamiento forzado, abra una macrocausa por violencia sexual, tal y como piden también las mujeres víctimas y organizaciones que defienden sus derechos.
Nelson Toscano confía que así sea. “Queremos buscar esa justicia que la violencia sexual nunca ha encontrado en este país. No perdemos la esperanza que pueda suceder algo que realmente sea reparador”, dice. Para Ángela María Escobar no abrir la macrocausa por violencia sexual supondría una indignación muy grande para todas las víctimas. “Fue una práctica sistemática en la guerra, todos los grupos armados violaron. A través de la justicia ordinaria no hemos conseguido nada. Se han presentado más de 1.680 denuncias y todas en la impunidad. Nuestra esperanza está en la JEP pero si hay que ir hasta la Corte Penal Internacional iremos”.
Pilar Rueda, desde la JEP, reconoce el esfuerzo de víctimas y organizaciones entorno a la necesidad de abrir macrocasos de violencia sexual. “De todo este proceso, me quedo con que las víctimas se han empoderado y organizado. La JEP está avanzando en incluir la violencia sexual en los macrocasos y creo que ahí puede desarrollarse metodología que permita entender cuál fue el rol de los diferentes actores en este tipo de abuso durante el conflicto y eso ya daría respuesta a las víctimas”.
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