Lecciones indígenas para una alimentación sostenible
Los sistemas agroalimentarios de estos pueblos sugieren soluciones para dar de comer a 811 millones de personas que padecen hambre, sin dañar la biodiversidad
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Este año, mientras se producía uno de los informes insignia de la FAO sobre seguridad alimentaria a nivel mundial, surgió una gran pregunta: ¿por qué hacer referencia a las buenas prácticas de los sistemas alimentarios de los pueblos indígenas cuando sus comunidades a menudo están reflejadas en los indicadores de hambre y pobreza en el mundo?
La respuesta, más compleja de lo que parece, puede comenzar explicando que, durante muchos años, economistas, estadistas y políticos han medido la pobreza y la seguridad alimentaria desde una perspectiva limitada que a menudo excluye la visión holística del bienestar de los indígenas.
Un informe reciente de la FAO, la Alianza de Bioversity International y el CIAT busca cambiar esta perspectiva. Con el título Sistemas alimentarios de los pueblos indígenas: perspectivas sobre la sostenibilidad y la resiliencia desde la primera línea del cambio climático, el estudio de los sistemas agroalimentarios de ocho pueblos de Asia, África, América Latina, el Pacífico y el Ártico comparte lecciones a seguir por los expertos que luchan por un sistema agroalimentario mundial más resistente y sostenible. De igual manera, el estudio también advierte que estos valiosos sistemas alimentarios ancestrales, que nutren a millones de personas, están en riesgo.
Los pueblos indígenas perciben sus sistemas agroalimentarios a través de un lente holístico y sistémico, que abarca la espiritualidad, la vida y la cultura
El informe revela que los pueblos indígenas perciben sus sistemas agroalimentarios a través de un lente holístico y sistémico, que abarca la espiritualidad, la vida y la cultura, los componentes bióticos y abióticos del ecosistema y las interconexiones entre ellos.
Estos sistemas variados y únicos combinan diferentes técnicas de generación de alimentos como la caza, la recolección, la pesca, el pastoreo y la agricultura para garantizar el acceso a alimentos y recursos durante todo el año. Asimismo, incluyen prácticas móviles, como el nomadismo o la agricultura migratoria, que resultan vitales para vincular de manera resiliente, las actividades de producción y generación de alimentos con los ciclos naturales.
Un aspecto muy significativo es que sus sistemas agroalimentarios pueden generar cientos de alimentos en los ecosistemas que hay en sus territorios sin agotar los recursos naturales. Debido a estos altos niveles de autosuficiencia, se observa que los que mantienen sus sistemas alimentarios ancestrales tienden a tener una baja dependencia de los mercados externos.
De igual manera, los resultados de esta investigación nos muestran que cuando las sociedades están muy poco monetizadas, su seguridad alimentaria y su bienestar no dependen por completo de los recursos económicos. En cambio, su supervivencia se basa en sistemas ancestrales de conocimiento y alimentación integrados por la tierra y los recursos naturales, los mecanismos de gobernanza y el respeto de sus derechos colectivos e individuales. Siempre que estos elementos se ven afectados, se debilita la generación de alimentos, medios de vida y bienestar.
Por otro lado, los economistas están trabajando más para llegar a un valor en dólares para cuantificar los efectos secundarios sobre el medio ambiente que están teniendo las cadenas de valor comerciales. ¿Por qué esto ha atraído tanto interés de investigación en los últimos años? Cada vez hay más evidencia que sugiere que investigaciones anteriores no habían tenido en cuenta el impacto total de los sistemas alimentarios comerciales en el medio ambiente, responsables de hasta un tercio de todas las emisiones de gases de efecto invernadero causadas por la actividad humana. Expertos han demostrado que el uso de la tierra agrícola emite aproximadamente el 20% de todas las emisiones de todos los sectores.
Sin embargo, hasta la fecha, los economistas y los responsables de la formulación de políticas no han encontrado formas efectivas de incorporar estas externalidades en los precios de los productos minoristas. Esto da como resultado una red de subsidios indirectos cruzados e interconectados cubiertos a través de impuestos ambientales, siendo los países en desarrollo quienes absorben la mayor parte de daño ambiental creado en otros lugares.
Para abordar estas vicisitudes, una respuesta podría encontrarse en el enfoque sistémico de la alimentación de los pueblos indígenas, cuyos sistemas alimentarios integran una diversidad de elementos como la cosmogonía, circularidad, solidaridad, reciprocidad, y su relación intrínseca con la naturaleza y el territorio. Esta perspectiva holística ha faltado en los análisis convencionales de seguridad alimentaria, pobreza y sistemas agroalimentarios.
En este contexto, la pandemia de covid-19 evidenció que los pueblos indígenas que dependen de sus sistemas agroalimentarios ancestrales han hecho frente a la pandemia de mejor manera que aquellas comunidades que dependen en gran medida del mercado para sus necesidades alimentarias.
De manera similar, el informe muestra que tienen más oportunidades de acceder a alimentos nutritivos y dietas tradicionales cuando sus derechos consuetudinarios de tenencia sobre la tierra están asegurados, lo que les permite depender de sus sistemas agroalimentarios y recursos naturales.
Los sistemas agroalimentarios sostenibles y resilientes de los pueblos indígenas están en riesgo.
En este punto, vale la pena enfatizar que los pueblos indígenas no son pobres, sino que a menudo son marginados, desplazados y sujetos a diferentes tipos de violencia, incluso a homicidios.
Hoy día, sus sistemas agroalimentarios sostenibles y resilientes están en riesgo. Durante cientos de años estos han sido una fuente de alimentos y medicinas; sin embargo, hoy se ven amenazados por el cambio climático, la invasión de sus territorios, las industrias extractivas, la expansión de la agricultura y la ganadería comerciales y la marginación. Esto ha aumentado la vulnerabilidad y niveles de pobreza estructural de los pueblos indígenas que impactan sus sistemas agroalimentarios, afectando su seguridad alimentaria y estado nutricional. Si bien se necesitan más datos e investigaciones, los testimonios en todo el mundo indican una tendencia global que ha ido en aumento en los últimos años.
En algunos casos, los indígenas afectados por la invasión de tierras, el desplazamiento o cambios sustanciales en los sistemas agroalimentarios dependen más de los mercados para obtener ingresos y alimentos. El mercado en sí no es el problema, dado que brinda nuevas oportunidades en la generación de ingresos, nuevos servicios, bienes y acceso a alimentos no disponibles dentro del entorno alimentario local. Pero la monetización puede ser contraproducente porque reemplaza la esencia de los pueblos indígenas y de sus sistemas agroalimentarios: la solidaridad y la reciprocidad, alejándose del trueque, el intercambio de alimentos, del enfoque colectivo y del trabajo colaborativo, lo cual debilita su sostenibilidad y cohesión social.
Los pueblos indígenas viven en más de 90 países en todo el mundo, representan el 6,2% de la población mundial (476 millones) y, según los indicadores tradicionales de pobreza, representan más del 19% de las personas en extrema necesidad en el mundo. Esta carencia económica contrasta fuertemente con la riqueza cultural y ecológica de sus sociedades: hablan 4.000 de las 6.700 lenguas que quedan en todo el mundo, sus tierras y territorios abarcan alrededor del 25% de la superficie terrestre, albergando y protegiendo el 80% de la biodiversidad que resta en el mundo.
En el período previo a la Cumbre del Sistema Alimentario de las Naciones Unidas de 2021, los expertos debaten cómo hacer que los sistemas agroalimentarios sean más resilientes y sostenibles, pero la evidencia transmite un mensaje claro: el mundo no puede alimentarse de manera sostenible sin escuchar a los indígenas.
La sostenibilidad y la resiliencia de los sistemas agroalimentarios de estos pueblos sugieren soluciones para alimentar a los 811 millones de personas que padecen hambre, sin dañar la biodiversidad. Necesitamos interacciones más eficaces y creativas entre el conocimiento indígena y el científico. Esta es la única forma de lograr la transformación agroalimentaria que el mundo necesita.
Máximo Torero es economista jefe de la FAO.
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