Trump, obsesionado con Groenlandia
La pretensión del presidente republicano de convertir la isla danesa en “parte de EE UU” es otro desprecio más al derecho internacional
Cuando Europa asiste en el este de su geografía al violento expansionismo militar de una superpotencia como Rusia parece fruto de la fantasía pensar que se le pueda abrir una crisis territorial por el Oeste. Y nada menos que a manos de Estados Unidos, el garante de su seguridad desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, por increíble que resulte, es lo que se está escenificando a cuenta de Groenlandia, territorio autónomo de soberanía danesa en el que Donald Trump ha puesto sus aspiraciones y para el que acaba de nombrar como enviado especial personal al gobernador de Luisiana, el republicano Jeff Landry. Un acto que ha provocado la lógica alarma tanto en Copenhague como en Bruselas.
Además de su carácter imprevisible, una de las características de la actual Administración estadounidense es su capacidad para convertir en posibilidades reales lo que en principio parecen ocurrencias. Cuando al comienzo de su segunda presidencia Trump amenazó con incorporar a EE UU a Groenlandia —como Canadá y el canal de Panamá—, pocos lo tomaron en serio. Él, no obstante, ha seguido insistiendo en esa dirección, algo que conviene no minusvalorar.
El nombramiento de Landry no es meramente simbólico, sino que va acompañado del encargo explícito —según ha anunciado el propio Trump— de convertir la isla —de más de dos millones de kilómetros cuadrados— “en parte de Estados Unidos”. Aunque, arbitrariamente, Trump lo considera parte de los intereses de seguridad de su país, se trata de un ataque —retórico pero frontal— a la soberanía de Dinamarca, un desprecio al derecho internacional y un quebrantamiento de la lealtad que se supone entre democracias aliadas en el seno de la OTAN.
Que tanto el Gobierno danés como las más altas instituciones de la UE hayan tenido que recordar lo obvio —que la soberanía y la integridad territorial son inviolables— muestra hasta qué punto el populismo está dispuesto a tensar la convivencia y, en este caso, las pacíficas relaciones entre aliados históricos. Que la inteligencia militar danesa haya pasado a considerar a EE UU como una amenaza potencial para su seguridad y no descarte un posible uso de la fuerza revela el preocupante cariz que está tomando la polémica.
El nombramiento decretado por Trump no tiene precedentes, pero ya forma parte de un patrón agresivo y desestabilizador. Este nuevo movimiento llega cuando todavía no se han apagado los ecos de la publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense, que defiende abiertamente la posibilidad de interferir en asuntos internos de terceros países y cuestiona la inviolabilidad de las fronteras. Todo en el nombre de una fantasmagórica amenaza, de origen conspirativo, que augura “la desaparición de la civilización europea”. La cuestión es si, como parece, Trump pretende ser un actor activo en ese movimiento.