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De cuerpo presente

Las reacciones de Netanyahu al atentado de Sídney y de Trump al asesinato de Rob Reiner y su esposa les retratan fielmente

La precipitación es la radiografía más clara de las intenciones que esconde una persona. La prisa, que es una de las peores consejeras, remite a las intuiciones incontroladas de cualquier individuo. En estos días hemos visto dos casos transparentes. Antes de que se hubieran contabilizado los muertos en ...

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La precipitación es la radiografía más clara de las intenciones que esconde una persona. La prisa, que es una de las peores consejeras, remite a las intuiciones incontroladas de cualquier individuo. En estos días hemos visto dos casos transparentes. Antes de que se hubieran contabilizado los muertos en el terrible atentado en una playa de Sídney contra la comunidad judía, que celebraba allí la festividad de Janucá, Benjamín Netanyahu corrió a afirmar que el primer ministro de Australia era cómplice de tan horrendo crimen por el hecho de haber reconocido el Estado palestino. Ahí es nada.

Poco después supimos que la intervención de un australiano de origen sirio y la valentía de otras personas lograron que la masacre causada por dos fanáticos con armas de fuego, padre e hijo, no fuera mayor. Pero por encima de todo comprendimos que para el primer ministro Netanyahu el dolor de las víctimas para lo único que sirve es para engrasar la palanca de su manipulación política. Es bien sabido que pasará la historia como una de las personas que más daño ha hecho a su país, Israel, embarcándolo en el desprestigio internacional mientras en el interior se aferra al poder y hasta reclama, con verbo doliente, que le sean perdonados sus delitos de corrupción.

El hecho de que corra a usar cualquier tragedia para tratar de eludir su propia culpa le lleva a la incoherencia. Porque cuando afrentó al primer ministro australiano no tuvo en cuenta los cuatro atentados de tintes antisemitas que se han producido en Estados Unidos en estos meses. Puestos a culpar a los presidentes por los actos terroristas que padecen sus países, sería interesante conocer las razones que llevan a Netanyahu a solo recurrir a este comodín cuando le interesa y contra quien le interesa.

La tarea de frenar el antisemitismo va a requerir mucha entrega e inteligencia, porque se apoya tanto en los indignados con la actuación del ejército de Israel en Gaza, como entre aquellos que se dejan seducir por el discurso de las fuerzas políticas de corte ultranacionalista que están creciendo electoralmente en Europa. El antisemitismo es uno de los cánceres de la sociedad, y olvidar el nazismo y sus variantes, uno de los grandes peligros que nos acecha.

La otra actuación precipitada llegó tras el brutal asesinato del director de cine Rob Reiner y su esposa. Antes de saberse que la sospecha recaería sobre uno de sus hijos, presa de las adicciones desde años atrás, el presidente Donald Trump corrió a verter su odio contra las víctimas, de cuerpo presente. Acusó al director de cine de padecer un supuesto síndrome que afecta a aquellas personas que detestan a Trump y que provoca una violencia criminal contra ellos.

Conocí a Reiner en el año 1992, cuando presentaba su película Algunos hombres buenos, basada en una obra teatral de Aaron Sorkin. Durante la sesión de entrevistas, comprobé que Reiner era un tipo divertido, ácido y sagaz. También poderoso y firme, como cuando paró los pies a un periodista que quería hacerse una foto con él y le recordó que aquello no era una reunión de fans. Reiner supo sacar lo mejor de sus colaboraciones con tres grandes escritores: Stephen King, William Goldman y Nora Ephron. Con su insulto fúnebre, el presidente de Estados Unidos intentó emponzoñar el respeto hacia un artista de su país tan solo para engordar su propio ego y su demencial vanidad. Estos dos ejemplos de reacción espontánea retratan a sus ejecutores como lo que son, dos ventajistas sin decoro.

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