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Europa y la trampa de lo inevitable

A pesar de las voces que pregonan su declive, la manera en que el continente decida su futuro depende solo de sí mismo

Que la Unión Europea atraviesa momentos difíciles es innegable. Pero lo que no es tan obvio es la principal razón de ello: la política de la inevitabilidad. Se nos dice que es inevitable que Ucrania pierda la guerra contra Rusia, a pesar de que tres años después del inicio de la invasión por parte de Putin, y con más de un millón de soldados fallecidos o grave...

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Que la Unión Europea atraviesa momentos difíciles es innegable. Pero lo que no es tan obvio es la principal razón de ello: la política de la inevitabilidad. Se nos dice que es inevitable que Ucrania pierda la guerra contra Rusia, a pesar de que tres años después del inicio de la invasión por parte de Putin, y con más de un millón de soldados fallecidos o gravemente heridos, Rusia aún no haya sido capaz de conquistar el Donbás. Escuchamos que es inevitable que Europa pierda la carrera de la inteligencia artificial y, con ella, el principal factor de competitividad del futuro. Que estamos abocados a perder nuestra capacidad industrial y, por ende, nuestra principal fuente de innovación y que el crecimiento estaría en caída libre. Y a pesar de todo ello la economía europea y la estadounidense son bastante similares en términos de productividad por hora o en crecimiento en paridad de poder de compra. También se dice que es inevitable que Europa se convierta en terreno de caza de China y EE UU en un nuevo mundo de depredadores en el que Europa sería incapaz de mantenerse unida. Y, sin embargo, el Eurobarómetro de otoño del Parlamento Europeo muestra que un 89% de los ciudadanos estiman que solo la unidad permitirá a Europa enfrentarse a retos como la seguridad del continente.

O más interesante aún, que la civilización occidental será enterrada en una Europa que habrá sucumbido a la censura, a la migración sin límites y a la pérdida de derechos y libertades. Nos lo dice la Administración de Trump en su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, que más que un documento de doctrina estratégica parece una alucinación de la inteligencia artificial. Expresa su desprecio por el modelo europeo de soberanía compartida y aboga explícitamente por debilitarlo en beneficio de una Europa de naciones fuertes y soberanas. No es China, ni Rusia, ni el cambio climático, ni el terrorismo. El mayor peligro para los Estados Unidos es el “colapso civilizacional” de Europa, y el culpable es el modelo de integración europeo.

El mismo mensaje llega desde Moscú. El politólogo cercano al Kremlin Sergéi Karagánov define a Europa como la expresión más alta del mal que acaece a la humanidad y, por lo tanto, el adversario que Rusia debe abatir. Nos lo dicen las redes sociales que son el ágora donde se forma y conforma la opinión pública, hoy en manos de tres tecnoligarcas estadounidenses cuyo modelo de negocios es monetizar la polarización sin frenos ni responsabilidades. Y, por supuesto, lo repiten con insistencia fuerzas políticas europeas cuyo programa pasa por desmantelar la Unión Europea y sus pesos y contrapesos para retornar a la arcadia feliz westfaliana de pequeños Estados nación.

Pero como ya escribió Isaiah Berlin en 1953, el determinismo es “una de las grandes coartadas esgrimidas por quienes no desean afrontar la realidad de la responsabilidad individual, la existencia de un ámbito limitado, pero real, de libertad humana”. No nos dejemos engañar. La historia, a diferencia de la física cuántica, no está predeterminada por leyes inevitables o fuerzas impersonales, que a menudo se quiere encarnar en nuevos césares, siempre hombres, nunca mujeres. No se trata de elegir entre el mundo como es o el mundo como nos gustaría que fuese. El futuro de Europa será lo que queramos los europeos.

Lo contrario es aceptar que no tenemos poder de proposición, de oposición, de decisión, de inversión o de cooperación. Es decir, que no tenemos alternativas. Con el 15% de la economía global, y otro tanto del comercio internacional, la segunda moneda de reserva global, la protección de derechos y libertades y una de las mayores esperanzas de vida en el mundo, Europa las tiene. Pero nada está garantizado. En un mundo que se embrutece, el mañana europeo dependerá de cómo juguemos nuestras cartas hoy. Avanzar requiere tomar decisiones, entendiendo, como bien recordaba Isaiah Berlin, que no hay soluciones perfectas, ni valores absolutos. Pero sí opciones que conviene debatir y asumir. Sabemos hacerlo. Lo hicimos en 2020, cuando por primera vez en la historia de la Unión Europea emitimos deuda conjunta para invertir juntos en nuestro futuro. Lo hicimos en 2022, cuando decidimos colocarnos del lado de Ucrania ante la agresión rusa. Y necesitamos hacerlo ahora para profundizar el mercado único o la unión de la energía, integrar los mercados de capitales, regular las plataformas digitales, reforzar la agenda social o mejorar la capacidad de disuasión defensiva europea. Ayer avanzar fue decisivo, hoy es existencial.

No actuar hoy es abdicar de nuestras responsabilidades. Es renunciar a ejercer nuestra libertad individual y colectiva. Es permitir que otros confisquen nuestro poder mientras miramos a otra parte.

Hoy más que nunca debemos dejar de quejarnos, ejercer nuestro poder y comenzar a escribir nuestro futuro, el futuro que queremos.

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