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La UE no se aclara con China

La Unión carece de una estrategia coherente para el desafío de la irrupción del gigante económico en la geopolítica de bloques

China está inmersa en una estrategia para transformar el peso de su economía en influencia política. Quiere tener un papel protagonista en el mundo de bloques que se está configurando, ahora que Estados Unidos ha sacudido de forma irreversible el tablero geopolítico al tratar de imponer sus normas y arremeter por igual contra rivales y aliados. Pekín ha pasado a la ofensiva y su presidente Xi Jinping está decidido a utilizar todas las bazas que tiene en su mano, de las materias primas a la tecnología, las inversiones o nuevas instituciones multilaterales, para hacer valer su poder. La duda es dónde se va a situar la Unión Europea en el nuevo escenario global y cómo va a hacer valer su modelo basado en reglas, que es la razón de ser misma del proyecto europeo.

La erosión del equilibrio internacional en el segundo mandato de Donald Trump permite a China presentarse como garante de estabilidad y cooperación ante un creciente número de países que se sienten maltratados por Washington o que directamente rechazan el modelo occidental. También emerge con fuerza un creciente bloque que no quiere alinearse y busca alianzas puntuales según sus intereses. A esos, China les tiende la mano mientras Trump les impone aranceles a capricho.

La última reunión entre Xi y Trump, a finales de octubre en Corea del Sur, constató la nueva relación global de fuerzas. Xi forzó que Trump se desplazara a Asia para celebrar el encuentro, logró doblegar la amenaza arancelaria del estadounidense con una oferta sobre el comercio de tierras raras, que tiene casi en monopolio, y le arrancó el compromiso de un futuro encuentro en Pekín en abril. Nada que ver con el trato dispensado por Trump a la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en su propio club de golf en Escocia a finales de julio.

La UE define a China al mismo tiempo como socio, competidor y rival sistémico, lo que más que una estrategia evidencia la falta de definición ante Pekín. Bruselas se debate entre la lógica del mercado y la de la seguridad, sin encontrar un equilibrio que dote de coherencia a sus políticas y cuyo resultado es una fragmentación incapaz de responder a los desafíos. Tan pronto la Unión declara la guerra al acero chino, con recortes en las cuotas de importación y otras barreras comerciales, como acaba multiplicando por tres las compras de productos derivados del acero en forma de piezas del automóvil, paneles fotovoltaicos o maquinaria diversa. Mientras la Comisión insiste en que hay que defender la industria automovilística de la competencia china, descarta la imposición de aranceles a esos mismos productores porque crearían tensiones comerciales y perjudicarían a la producción europea. Igualmente, limita la participación de proveedores chinos considerados de riesgo en sus redes de telecomunicaciones, pero libera la exportación de semiconductores por presiones de la industria automotriz europea.

La indefinición tiene un precio: las importaciones chinas ya copan más del 50% del mercado europeo de vehículos eléctricos y en 2024 el conjunto del déficit comercial de la UE con China superó los 300.000 millones de dólares. Como en otros ámbitos, la UE no asume que la competencia ya no es solo comercial sino existencial. Corre el riesgo de quedar atrapada entre el músculo industrial chino y el proteccionismo estadounidense. O se dota de una estrategia geoeconómica de forma urgente o quedará reducida a lo que temía su ideólogo, Jean Monnet: ser un simple objeto de la historia, no su autor.

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