Fascistas
Los 14 indicadores del “fascismo eterno” que detalló Umberto Eco resuenan en el tablero global y permean a diario la conversación en las redes
Umberto Eco pronunció hace 30 años en la Universidad de Columbia un discurso que intentaba definir las fronteras del fascismo. En una suerte de invitación a reconocer y aislar las premisas culturales del movimiento político, el semiólogo y escritor italiano retomaba, sin mencionarla abiertamente, la desarmante pregunta formulada por George Orwell medio siglo antes, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial: ¿Qué es el fascismo? Aparte de lo obvio, esto es, la aplicación criminal de un conjunto de consignas, Eco se centró en la observación del fenómeno que había conocido de primera mano durante su infancia. En su exposición identifica 14 indicadores de lo que llama Ur-fascismo, donde el prefijo alemán significa primordial o “eterno”, como él mismo lo traduce. Esas señales no solo resuenan en el tablero global, en las relaciones internacionales o en la degradación de los proyectos políticos, sino que permean a diario el clima de las redes sociales.
En el trasfondo de la conversación digital, el fascismo sigue funcionando hoy como sinécdoque, esa figura retórica que designa una parte por el todo a través de una sustitución de nombres. Así, apuntaba Eco, de alguna manera “el término se adapta a todo”. Regímenes fascistas fueron el de Mussolini o el de Franco, aunque este no tuviera el atributo del imperialismo, pero la definición puede aplicarse también a la deriva de gobiernos comunistas y a cualquier modelo autoritario. Algo parecido ocurre con el que, al menos en un plano estrictamente lingüístico, es su antónimo. Cualquier demócrata, o cualquiera que se perciba como tal, es antifascista por definición, más allá de su posición ideológica. Y hasta hace unos años casi todo el mundo lo exhibía con orgullo.
El caso es que, para Eco, basta con que uno de esos 14 rasgos aflore para “hacer coagular una nebulosa fascista”. El primero es el “culto a la tradición”, que no es lo mismo que aceptar las tradiciones o incluso defenderlas, sino más bien venerarlas; el segundo es “el rechazo de la modernidad” y del racionalismo; el tercero es la entrega absoluta a la acción y el desprecio del intelectual; el cuarto es la negación de la crítica: cualquier desacuerdo es traición; el quinto es el miedo a lo diferente; el sexto consiste en aprovechar la frustración social, especialmente la de las clases medias que se sienten desplazadas; el séptimo es convencer del supuesto privilegio de pertenencia a una nación o territorio a quienes carecen o han sido despojados de identidad social; el octavo es un permanente error de cálculo sobre los enemigos, que son “siempre demasiado fuertes y al mismo tiempo demasiados débiles”; el noveno es una concepción de la vida como guerra permanente; el décimo es una suerte de “elitismo popular” que lleva al desdén hacia cualquiera que sea percibido como subalterno.
Estas marcas de Ur-fascismo abarcan un abanico de comportamientos extremadamente amplio. Remiten por supuesto a la ultraderecha clásica, pero también a otros idearios dominantes como la subcultura trumpista, el agitprop de Vladímir Putin y sus adláteres disfrazados de izquierda, a gobernantes de distinto signo y a las narrativas de quienes los defienden en las plataformas y en los foros públicos. Todos los decálogos son incompletos y a menudo arbitrarios, pero el de Eco no ha quedado desfasado con el paso del tiempo.
El undécimo rasgo es el de pretendido heroísmo; el decimosegundo, el machismo; el decimotercero, el “populismo cualitativo de la televisión o internet, en el que la respuesta emotiva de un grupo seleccionado de ciudadanos puede presentarse y ser aceptada como voz del pueblo”. Lo vemos todos los días en X, por ejemplo, cuyo dueño, Elon Musk, es también el que más seguidores tiene. El decimocuarto indicador del Ur-fascismo, el último, está relacionado con el anterior y es precisamente el “uso de una neolengua”: el trampolín cotidiano de políticos populistas, predicadores y gurús de la autoayuda.