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Una historia

“De mi sangre” se dice, a menudo con voz ronca, para nombrar al hijo; “romper la sangre”, gritando en la puerta de un cementerio, para señalar la traición

Últimas noticias sobre el ADN: crean óvulos humanos fecundables a partir de células de la piel. Un estudio preliminar abre la puerta a que mujeres infértiles y ...

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Últimas noticias sobre el ADN: crean óvulos humanos fecundables a partir de células de la piel. Un estudio preliminar abre la puerta a que mujeres infértiles y parejas homosexuales tengan hijos con carga genética propia. Durante siglos, la sangre ha funcionado como metáfora de pertenencia. “De mi sangre” se dice, a menudo con voz ronca, para nombrar al hijo; “romper la sangre”, gritando en la puerta de un cementerio, para señalar la traición. El ADN heredó esa carga simbólica: la ciencia lo convirtió en garantía de identidad. La vida sobrepasa luego lo genético: el idioma aprendido, los gestos que imitamos de otros, la suerte. Gemelos idénticos acaban siendo universos distintos; extraños sin parentesco se reconocen ruidosamente como hermanos. Conocer la información genética de un niño puede anticipar riesgos médicos y permite diseñar mejores tratamientos.

En otro orden, más relacionado con la vanidad, para muchos padres saber que un hijo lleva su sangre le proporciona una curiosa emoción de pertenencia: reconocer un gesto, una mirada o un rasgo físico refuerza el vínculo (en otras ocasiones también lo espanta). Esa idea de herencia biológica sigue teniendo fuerza cultural, también en sociedades donde la adopción y las familias diversas están más presentes. Y el ADN, también, define derechos de herencia, custodias. En tribunales y registros civiles, la biología tiene un peso impresionante: el ADN no sólo habla de biología, sino también de estatuto jurídico.

Pero más allá de todo eso, no está de más recordar una verdad tonta: un hijo no se reduce a su genética. La educación, el entorno, los afectos y las oportunidades influyen tanto o más que el código heredado. La biotecnología estira ahora los límites: fabricar óvulos de la piel, editar embriones, manipular herencias. ¿Qué pesa más, compartir una secuencia de nucleótidos o compartir una historia de crianza? ¿Qué significa ser madre, padre, hijo, cuando la genética ya no es destino sino opción? La ciencia nos ofrece la materia prima; la cultura, el relato. La pregunta, al final, nos la hacemos nosotros mismos: ¿queremos seguir creyendo que somos “nuestra sangre” o aceptar que también somos —y sobre todo somos— nuestra historia?

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