Mi noveno ‘ochoeme’
La brecha salarial siguen siendo los hijos y la violencia de género continúa matando, pero no es menos cierto que algunas, con sus grescas, han servido jamón del bueno a los machistas
El miércoles 8 de marzo de 2017 por la tarde, a la salida del curro, cogí el coche con idea de echar un ojo a la manifestación feminista del 8-M y volver a casa a tiempo de pasar por el súper. Nunca había ido a esas movilizaciones, que, hasta entonces, solían reunir a cuatro, o 400, gatas, pero las jóvenes del periódico nos animaron a ir juntas, entre un runrún de que se estaba cociendo algo grande y no quería perdérmelo. Se quedaron cortísimas. Mucho antes de llegar al punto acordado, tuve q...
El miércoles 8 de marzo de 2017 por la tarde, a la salida del curro, cogí el coche con idea de echar un ojo a la manifestación feminista del 8-M y volver a casa a tiempo de pasar por el súper. Nunca había ido a esas movilizaciones, que, hasta entonces, solían reunir a cuatro, o 400, gatas, pero las jóvenes del periódico nos animaron a ir juntas, entre un runrún de que se estaba cociendo algo grande y no quería perdérmelo. Se quedaron cortísimas. Mucho antes de llegar al punto acordado, tuve que tirar el coche y unirme a una marea de niñas a ancianas que gritaban “nos queremos vivas” como una sola garganta. Se percibía en el aire la electricidad de los grandes acontecimientos. Una mezcla de rabia y euforia que resucitaba a una muerta, hasta el punto de que me oí berrear “aquí estamos las fe-mi-nis-tas”, pese a que jamás me había autodefinido de tal forma. Tenía entonces 50 años, los mismos que llevaba vadeando el patriarcado dentro y fuera de casa a base de hostias y amor propio, y creía, como tantas coetáneas, que con eso bastaba. Ese día, tomé conciencia de que no era suficiente y de que, juntas, éramos infinitamente más fuertes.
Mi siguiente 8-M, el de 2018, fue glorioso. Fue el año en que la sentencia de La Manada espoleó desde a las obreras de todo oficio hasta a las reinas de las mañanas de la tele a dejar sus tajos y sus programas y salir a la calle a gritar “si nos tocan a una, nos tocan a todas”, copando portadas de todo el mundo. El de 2020 nació, sin embargo, viciado por el coronavirus y los oportunistas que nos culparon de los contagios. Desde entonces, y, personalmente, desde que oí a una eminencia feminista soltar que Carla Antonelli, mujer en el DNI, “es un tío”, la historia se bifurcó, y siempre supe de qué lado estaba. Así que henos aquí de nuevo, hermanas, en nuestra semana grande. Esa en la que los medios, por poco igualitarios que sean, nos dejan hablar de nuestras cositas, y el morado se convierte en el color de moda. La brecha salarial siguen siendo los hijos y los padres a cargo y la violencia machista sigue matando, pero no es menos cierto que algunas, con sus grescas, han servido en bandeja jamón del bueno a los machistas: desde a los amigos cincuentones del presidente a los niñatos de gimnasio. Mientras ahí fuera llueven piedras y peligran derechos conquistados, cuando es más necesaria la furia y la euforia, demasiadas están desmotivadas y otras tantas demasiado ocupadas en dar y quitar carnés de buena feminista. Mi noveno ochoeme, este, es sábado, dan lluvia y es día de llenar la nevera. Ya veré si voy en carne mortal, aunque esté en espíritu. Y no toda la culpa es ajena.