Películas históricas que se comen la historia

El arte de filmes como ‘Marco’ o de ‘El 47′ nada tiene que ver con la fidelidad a los hechos, pero la pregunta es hasta dónde resulta legítimo modificarlos

Eduard Fernández, como Enric Marco, en una imagen de 'Marco' (Jon Garaño y Aitor Arregi, 2024).

No es una novedad que el cine luche contra el olvido y nos traiga al presente hechos sucedidos en un ayer más o menos lejano. La importancia de recuperar la historia para poder desarrollar un juicio crítico sobre los acontecimientos pasados no resulta discutible y es bienvenida. El cine español, con cierta frecuencia, ha venido a sumarse a ese rescate, en unos casos ficcionando sin más y en otros basándose en hechos reales.

La pregunta surge de inmediato: si pensamos en...

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No es una novedad que el cine luche contra el olvido y nos traiga al presente hechos sucedidos en un ayer más o menos lejano. La importancia de recuperar la historia para poder desarrollar un juicio crítico sobre los acontecimientos pasados no resulta discutible y es bienvenida. El cine español, con cierta frecuencia, ha venido a sumarse a ese rescate, en unos casos ficcionando sin más y en otros basándose en hechos reales.

La pregunta surge de inmediato: si pensamos en la ficción basada en hechos reales, no en los documentales, que deben ser intelectualmente honestos, ¿hace falta perder verosimilitud o fidelidad para rodar una película? La respuesta difícilmente puede resumirse en un sí o un no; existen muchos matices.

A veces, la historia se simplifica para volver la película más comprensible y otras directamente se distorsiona, con la idea de que el falseamiento ayudará a dar más agilidad a lo narrado con el fin de aumentar la taquilla —ay, el dinero—. Sea una u otra la elección, optar por una historia real frente a una inventada suele ser una decisión de la que casi podría decir que supone jugar con fuego, aunque siempre resulta más fácil que inventar una historia desde cero.

Sin embargo, cuando leemos en nuestras pantallas “basado en hechos reales” ya damos por supuesto que no siempre vamos a disfrutar de una representación verídica. Aunque los hechos sucedieron, quizás la interpretación es subjetiva, o se añade a este o a aquel personaje por necesidades de guion, y asumimos que los creadores están ajustando la historia con fines narrativos.

Un “basado en hechos reales” algo tramposo. ¿Cuántos hechos reales? ¿El 90% o el 5%? Ben-Hur, de 1959, está basada en hechos reales; nos explica el origen del cristianismo, con su líder, Jesús de Nazaret, y hasta con el gobernador de Judea. ¿La calificaríamos como basada en hechos reales? Hace 540 años, en 1476, fallecía en Bucarest Vlad, el Empalador, un sádico príncipe que sirvió de inspiración a Bram Stoker para crear al vampiro más famoso de todos los tiempos, el conde Drácula. ¿Estaría “basada en hechos reales”?

Sin duda, la coletilla ayuda a seducir al espectador. Productores, realizadores y guionistas saben que un hecho real —a poder ser truculento— se convierte en un reclamo. El debate es cuánta truculencia se le puede añadir al hecho histórico en aras de la dramatización (o de la taquilla). ¿Es necesario que Aurora Rodríguez, en La virgen roja, dispare a los genitales de su hija Hildegart, cuando en la realidad esta ya recibió de su madre tres balazos en la cara y uno en el pecho? ¿O hacer a madre e hija esbeltas y atractivas, según los cánones actuales, cuando la realidad desmiente ese hecho? ¿No se contribuye así a difundir ideas falsas?

Las películas históricas tienen que ver con lo que somos y la trascendencia del hecho. Está claro que fue un logro social y vecinal que el autobús 47 —la historia de El 47— llegara hasta el barrio barcelonés de Torre Baró. Pero no lo es menos que, en 1978 en Barcelona, aquellos que participaron en la hazaña, Manolo Vital a la cabeza, estaban directamente relacionados tanto con el PSUC como con CC OO y que, de no ser así, los hechos no hubieran ocurrido del mismo modo. Eso por no hablar de que si alguien de menos de 30 años ve hoy la película no entiende la historia en su contexto. La Transición española estuvo repleta de organizaciones sociales que nutrían y tejían cualquier lucha o reivindicación social. Ignorarlas es tan injusto como silenciar a los protagonistas.

Es obvio que una película nunca será 100% fiel a la realidad. Por eso se entiende que para completar el narcisismo del personaje de Enric Marco —el protagonista de Marco, la película que narra su historia como falso superviviente de un campo de concentración nazi—, los guionistas se inventen una secuencia en la que espera al historiador Benito Bermejo a la salida del instituto en el que trabaja. Y, tras regalarle una butifarra y explicarle que no le ha gustado la novela de Javier Cercas, le pide que escriba un libro sobre él.

Pero sigo con dudas, consciente de que lo artístico nada tiene que ver con la fidelidad histórica ni debe impedirnos disfrutar de la película. ¿Es legítimo adulterar la historia porque nos parezca adecuado para un guion? Si lo es, ¿vale todo para pintar (e inventar) como muy bueno a quien es el bueno desde nuestro punto de vista? Porque entonces puede suceder lo contrario: que un director de pensamiento ideológico opuesto al nuestro considere lícito poner como menos malo, o incluso como bueno, al que para nosotros era malo. Dicho de otro modo: imagínense a cualquier personaje histórico que a ustedes les repugne. Si el director o el guionista consideran que es una hermanita de la caridad y quiere mostrárnoslo como un ser bondadoso, ¿también nos valdría? ¿O no, porque no es de los nuestros?

Me temo que las infiltraciones de la ficción en las historias reales pueden, en aras de la necesidad de aportar ritmo, amenidad o ganar taquilla, acabar por engañarnos o por tergiversar la historia.


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