La gran desconexión entre los partidos y el futuro

El porvenir y los retos que plantea no pueden esperar a que las grandes formaciones se pongan de acuerdo en algo

Vista del hemiciclo del Congreso, durante el debate de investidura de Pedro Sánchez en noviembre de 2023.Mariscal (EFE)

Quienes tenemos un ojo puesto en la política internacional y otro en la nacional no paramos de bizquear; no hay manera de evitar el estrabismo derivado de su falta de acople. Por un lado, un inquietante mundo en plena disrupción en el que todas las certidumbres anteriores parecen desvanecerse a una velocidad alarmante; por otro, politics as usual, como si habitáramos una isla ajena al temporal. Aquí seguimos dejándonos llevar por las inercias de los años anteriores. Se supone que estamos entrando además en ...

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Quienes tenemos un ojo puesto en la política internacional y otro en la nacional no paramos de bizquear; no hay manera de evitar el estrabismo derivado de su falta de acople. Por un lado, un inquietante mundo en plena disrupción en el que todas las certidumbres anteriores parecen desvanecerse a una velocidad alarmante; por otro, politics as usual, como si habitáramos una isla ajena al temporal. Aquí seguimos dejándonos llevar por las inercias de los años anteriores. Se supone que estamos entrando además en una nueva era tecnológica que romperá de modo drástico con la organización del sistema productivo, exigirá algo próximo a una revolución de los sistemas de enseñanza, sanitario y de la misma gestión burocrática del Estado. Son cuestiones que se discuten en nuestro espacio público, claro está, pero como si fuera algo ajeno a nuestra política. Esta parece inmune ante estos desafíos, inmersa como está en el pugnaz choque entre bloques o partidos, en si Puigdemont es más trilero que Sánchez o viceversa, en si este o aquel juez sufre de alguna u otra distorsión hermenéutica o partidista, o en predicciones sobre la duración de la legislatura y los costes o beneficios de la (in)estabilidad del Gobierno. En fin, en nuestra política no hay más discusión que la que imponen las necesidades de poder de los partidos.

Las iniciativas del Gobierno tampoco se pueden discutir a fondo, porque su final es imprevisible; cuesta saber cómo van a quedar después de las negociaciones que Puigdemont gusta escenificar a cara de perro y a puerta cerrada. Se nos presenta el resultado, que luego se nos vende como necesariamente bueno por la cantidad de consensos que consigue sumar. El Gobierno transmite imagen de desconcierto, y la oposición también, aunque el problema de esta es que parece haber puesto todas las fichas en el mismo número, el de sentencias judiciales cuyo tempo, recursos y eventuales pronunciamientos del Tribunal Constitucional trasladan hacia un futuro indeterminado. Fuera de eso, carece de imaginación opositora, no tiene ni un solo gesto irónico o propositivo. Así pasamos los días, las semanas, los meses, volviendo una y otra vez sobre los mismos temas y en ambiente de encarnizada lucha electoral permanente.

Lo malo es que el futuro no puede esperar a que los grandes partidos se pongan de acuerdo en algo, o a que pase el año de celebración de la muerte de Franco u otra efeméride que siga anclándonos al retrovisor en vez de enfrentarnos al porvenir. ¿No tendrían curiosidad por ver en las Cortes lo que los partidos nos tienen que decir sobre la inteligencia artificial, por ejemplo? ¿O lo que opinan sobre lo que se le viene encima a Europa con el ciclón Trump? ¿Tienen un plan específico para cada uno de los desafíos de futuro o se limitarán a hacer seguidismo de sus correligionarios europeos? La verdad es que no lo sé. En nuestros medios podemos informarnos bien sobre el devenir de este apasionante y peligroso momento histórico que nos está tocando vivir. Pero cuando vamos a las páginas de Nacional, no aparece apenas huella alguna de lo que nos ha dejado tan acongojados, como si se tratara de dos subsistemas distintos, cada uno con su propia lógica.

Todos sabemos que la política es local, que se ocupa preferentemente de lo próximo, y que en ella es inevitable el partidismo y que imperen el conflicto y la división. Pero también que muestra su cara más noble cuando consigue adicionar fuerzas para resolver problemas acuciantes. Es inevitable no calificar este momento como necesitado de orientación, de discusión pública y acción política. En este último sentido mencionado, no en el mecánico raca-raca habitual.

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