Israel y Hamás simulan un acuerdo

Netanyahu sabe que sigue teniendo las manos libres para reemprender la campaña militar cuando lo desee

Varios cadáveres en una morgue tras un bombardeo israelí sobre Gaza, este jueves.Dawoud Abu Alkas (REUTERS)

No es un acuerdo de paz, algo que solo se puede alcanzar si primero se produce el final de una ocupación territorial que simplemente no está en la agenda. No es tampoco un acuerdo para el fin permanente de la violencia. Es, apenas,...

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No es un acuerdo de paz, algo que solo se puede alcanzar si primero se produce el final de una ocupación territorial que simplemente no está en la agenda. No es tampoco un acuerdo para el fin permanente de la violencia. Es, apenas, si finalmente Benjamín Netanyahu logra domeñar a sus ministros más extremistas, un cese provisional de los choques armados en Gaza (como si Cisjordania fuera un lugar de paz). Por supuesto, se entiende la espontánea explosión de alegría registrada en la Franja tras el anuncio, si se considera que, en el mejor de los casos, el pacto puede salvar algunas vidas. Pero si se dejan de lado las emociones, el contenido de lo acordado dibuja un panorama mucho menos optimista.

Por un lado, Hamás ha llegado a este punto como consecuencia de su extrema debilidad política y militar. De hecho, hace meses que sus líderes se habían mostrado dispuestos a aceptar lo que Joe Biden anunció ya en mayo del pasado año (que, en esencia, es lo que ahora se ha firmado), conscientes de que no estaban logrando ninguno de los objetivos que se habían planteado el 7 de octubre de 2023 —sobre todo, provocar una reacción internacional para resolver el conflicto con Israel— y de que los palestinos comenzaban a mostrarse muy críticos con sus acciones ante la masacre que Israel estaba desencadenando contra ellos. De ahí se deduce que lo que busca el Movimiento de Resistencia Islámica es ganar tiempo para recuperarse y revertir las críticas en su contra con la liberación de unos centenares de prisioneros en manos israelíes.

Pero de lo que no puede caber duda alguna es de que Hamás hará todo lo posible para volver a las andadas, recabando los apoyos externos que pueda (Irán) y alistando en sus filas, aunque solo sea por deseo de venganza, a muchos de los supervivientes de lo que el Tribunal Internacional de Justicia está investigando como potencial genocidio. Hay que dar por descontado, en consecuencia, que la resistencia armada continuará, mientras la Autoridad Palestina profundiza su camino hacia la irrelevancia.

Por su parte, solo cabe imaginar que Netanyahu —centrado sobre todo en mantener su poder para escapar de la acción de la justicia, lo que implica evitar la ruptura de la coalición gubernamental y la convocatoria de nuevas elecciones— ha aceptado finalmente el pacto por tres razones principales. La primera supone asumir que —como ya era bien sabido desde el principio— no es posible eliminar totalmente a Hamás por vía militar. En términos realistas, lo máximo que cabía lograr con el uso irrestricto de su maquinaria militar era reducir significativamente su capacidad operativa. Y ahora, ocho meses después de hacer caso omiso al plan de Biden y con decenas de miles de muertes inocentes más a sus espaldas, Netanyahu considera que ya ha logrado desactivar la amenaza de Hamás por unos cuantos años. Cuenta con que eso le permitirá concentrar el castigo en Cisjordania, Siria y más allá.

La segunda razón tiene nombre propio: Donald Trump. Las primeras reacciones tienden a presentar equivocadamente el acuerdo como el resultado de un ultimátum del próximo inquilino de la Casa Blanca, que ahora Netanyahu debe hacer tragar a Smotrich y a Ben Gvir. Por el contrario, cabe entender que el primer ministro israelí ha logrado el compromiso del mandatario estadounidense en asuntos que le puedan servir para vencer la resistencia que esos personajes puedan presentar para rechazar el acuerdo. El primero de ellos es la bendición de Washington a la anexión definitiva de Cisjordania, aspiración declarada reiteradamente por el Gobierno más extremista de la historia de Israel, poniendo así fin al sueño palestino de contar con un Estado propio. Y a eso se añade la confluencia de esfuerzos para eliminar la amenaza que Irán representa para la seguridad israelí, contando con que Trump tiene ese objetivo en su propia lista y que las acciones conjuntas que ya están realizando ambos países contra Yemen se parecen cada vez más a un ensayo general para lo que se avecina.

Por último, a la vista de la literalidad de lo acordado en Doha, Netanyahu sabe que sigue teniendo las manos libres para reemprender la campaña militar cuando lo desee. De momento, calcula que recobrará cierta popularidad por la liberación del centenar de prisioneros que Hamás todavía tiene en sus manos, a cambio de unos cuantos prisioneros, sin que eso le impida seguir deteniendo a todos los que quiera. Así, haciendo de paso un favor a Trump para que refuerce su imagen de mandatario ejecutivo, logra la eliminación de las (irrelevantes) sanciones que Biden ha aprobado contra algunos colonos. A partir de ahí, la retirada de los corredores Filadelfia y Netzarim, la entrada de ayuda humanitaria y el permiso para el regreso de los desplazados son cuestiones que quedan a merced de su voluntad, sin que nadie (ni Hamás, ni la ONU ni EE UU) esté en condiciones de responder ante sus previsibles incumplimientos. De la completa retirada militar de la Franja y de su reconstrucción, señalados como temas a negociar posteriormente, mejor ni hablamos.


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