Olvidos de la memoria democrática
La pura conveniencia política puede llevar a despreciar las complejidades del pasado
Una paradoja de las guerras de la memoria es la amnesia: por afán de justicia o por conveniencia política podemos desdeñar lo que ya se hizo y despreciar las complejidades del pasado.
En 2006, la comisión interministerial para el estudio de la situación de las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo, presidida por María Teresa Fernández de la Vega, emitió un informe donde proponía nuevas actuaciones, pero señalaba que “l...
Una paradoja de las guerras de la memoria es la amnesia: por afán de justicia o por conveniencia política podemos desdeñar lo que ya se hizo y despreciar las complejidades del pasado.
En 2006, la comisión interministerial para el estudio de la situación de las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo, presidida por María Teresa Fernández de la Vega, emitió un informe donde proponía nuevas actuaciones, pero señalaba que “la voluntad de las fuerzas políticas democráticas de adoptar medidas que, desde distintas perspectivas, pudiesen paliar y, en su caso, reparar los daños personales y materiales derivados de la Guerra Civil y de la dictadura, ha sido inequívoca y constante desde la Transición hasta nuestros días”. Describía las iniciativas legales y económicas emprendidas desde 1977. Añadía que “en las dos zonas en las que se dividió el país hubo atrocidades injustificables” durante la contienda y que “se han resuelto favorablemente cerca de 574.000 expedientes de pensiones o indemnizaciones”: hasta 2005, eran un total de “16.356 millones de euros destinados a resarcir en la medida de lo posible los efectos económicos más adversos de la Guerra Civil en el sector republicano”.
En su discurso de ingreso en la Real Academia de Historia, titulado Numancia errante y pronunciado el pasado 24 de noviembre, Juan Francisco Fuentes rastrea la idea de España en el exilio republicano. Busca en cartas y libros de Luis Araquistáin, de Manuel Azaña, de Francisco Largo Caballero, de Indalecio Prieto, de Joaquín Maurín (recién biografiado por Alberto Sabio), de María Zambrano, de Ramón J. Sender. Señala la nostalgia nacionalista de quienes habían perdido su patria y la importancia para la izquierda trasterrada de símbolos como el Cid, Numancia y en particular don Quijote: defensor derrotado de causas nobles, caballero de la triste figura. Documenta la autocrítica, variada y a menudo amarga. Azaña lamentó la falta de un “asenso común” y, además de apelar a “la musa del escarmiento”, advertía del peligro idealizar la República “solo porque sus enemigos son peores” y del riesgo de una “memoria putrefacta”. Fuentes describe el paso desde visiones fantasiosas hacia análisis más realistas de la posibilidad del cambio político, el reencuentro de amigos y enemigos, inverosímiles complicidades intelectuales y las iniciativas que apuntaban hacia una transición. A su juicio, “la idea, difundida por cierta historiografía actual, de que la democracia traicionó la memoria del exilio no puede estar más alejada de la realidad”.