El fastidio de gobernar
Mal puede ser Junts una alternativa de gobierno cuando todos sus esfuerzos hasta ahora se han dirigido a salvar la situación personal de Carles Puigdemont
A Carles Puigdemont le disgusta que Cataluña sea gobernada. Doce años de desgobierno no pasan en vano. No será fácil borrar su rastro ni abandonar los malos hábitos. Con mayor razón por parte de quienes han pretendido institucionalizar el fracaso con la invención de inútiles organismos para rescatar sus perdidas apuestas. Naturalmente, a costa de dilapidar el legado del partido que más tiempo ha gestionado la Generalitat, la mayoría ...
A Carles Puigdemont le disgusta que Cataluña sea gobernada. Doce años de desgobierno no pasan en vano. No será fácil borrar su rastro ni abandonar los malos hábitos. Con mayor razón por parte de quienes han pretendido institucionalizar el fracaso con la invención de inútiles organismos para rescatar sus perdidas apuestas. Naturalmente, a costa de dilapidar el legado del partido que más tiempo ha gestionado la Generalitat, la mayoría de sus municipios, consejos comarcales y diputaciones, sin olvidar los servicios prestados a la gestión de los gobiernos españoles de todos los colores.
Mal puede ser Junts una alternativa de gobierno, tal como se ha propuesto y anunciado, cuando todos sus esfuerzos hasta ahora se han dirigido a salvar la situación personal del presidente en el autoexilio. El esquema de dirección del partido y del grupo parlamentario, sumado al irresponsable desaprovechamiento de la figura del jefe de la oposición, hablan por sí solos.
Las mutaciones del famoso gen convergente hacen irreconocible el actual artefacto político en manos del ex presidente. Poco queda de la cultura de gobierno y del sentido de Estado del partido antecesor. Todo es vulgar tacticismo en el mejor de los casos y antipolítica de resabios trumpistas en el peor. Inflamaciones retóricas y astucias, en vez de ideas y estrategias. Mucha política táctica, nada de políticas concretas.
El pleno del Parlament ha sido ya un buen testigo del desinterés del nacionalismo conservador por las políticas que sirven para mejorar la vida de los ciudadanos. Es decir, por la gestión que Puigdemont desprecia y de la que Illa se enorgullece. La política opuesta a la gestión tal como la entiende el ex presidente ha sido muy agradecida, pero no es seguro que lo siga siendo. Es solo espectáculo. Puede dar votos o permitir astutas operaciones que terminan en un fiasco. La gestión en cambio, requiere trabajo, constancia, inteligencia y compromiso, y es evaluable, cosa que no sucede con la política gestual y todavía menos con la antipolítica.
Las bellas palabras sobre la Cataluña soberana, el legado del primero de octubre o la independencia irrenunciable son fuegos artificiales que se pierden en la oscuridad. Suscitan adhesión emocional en vez de racional y por eso siguen gustando a los nacionalistas, también a los de izquierdas. Son solo un espejismo y a la vez un paliativo de la falta de ideas políticas.
Lo mismo sucede con el tintineo de esos siete votos que Puigdemont lleva colgados de su llavero. Fueron el talismán para la investidura de Sánchez y abrieron la puerta a la amnistía de la que algún día él mismo se beneficiará, pero de momento no solo concentran toda la capacidad política de Junts, sino que inhiben al nacionalismo conservador de su vocación a la hora de pensar como un partido de gobierno. En el congreso de Junts se verá si eso es todo lo que hay. Si fuera el caso, Illa seguirá avanzando en el espacio político central tan frívolamente abandonado por la gente convergente.