Terminar con el anonimato en las redes

Los lectores escriben sobre la aparente impunidad de los usuarios de plataformas digitales, la gentrificación de ciudades como Sevilla, la importancia de enriquecerse con la experiencia laboral y los bulos racistas

Un móvil con varias aplicaciones de redes sociales instaladas.Unplash

Para poder enviar esta carta me he tenido que identificar y hacerme responsable de lo que en ella escribo. Sin embargo, en las redes sociales puedo, de manera anónima, opinar, generar bulos para que otros linchen a determinadas personas, realizar estafas de amor, hacerme pasar por un menor y cometer delitos de pederastia, etcétera. Las redes sociales están llenas de perfiles falsos que generan beneficios solo a los propietarios de esas plataformas, a los políticos y a los falsos periodistas que se nutren de mentiras. Terminar con el anonimato en las redes también serviría para que a los menores, al tenerse que identificar, les fuera más difícil acceder a contenidos inadecuados. En las redes nadie se hace responsable de nada, allí prima la ley de la jungla. Me parece una buena idea la propuesta del fiscal de delitos de odio, pero no solo debería afectar a este tipo de delitos, sino a todos los que se cometen amparándose en el anonimato.

Julián Donaire García. Rivas-Vaciamadrid (Madrid)

Si Sevilla tuviese playa

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Sevilla en agosto tiene cierto encanto. Turistas despistados se refugian en cadenas de restaurantes mientras el pequeño comercio echa sus persianas por vacaciones. Ojalá fuese solo por vacaciones. Durante la pandemia comenzó la carrera por los hoteles de lujo, llegaron las tostadas con pan de centeno y aguacate. Está bien comer sano, pero el aburguesamiento de los bares nos salpica ya lejos de la catedral. El presidente de la Junta saca pecho de todo esto: más turistas, más empleo. Pero no sé quién emprende en esta ciudad ni quién paga 6,50 euros por una torrija de pan brioche o 900 euros de alquiler. Estamos a merced de una generación jubilada que exprime al máximo la renta inflada de sus cuatro inmuebles. Casi como en Madrid, Barcelona o Málaga. Que no lo llamen crecimiento económico. Nos libramos en verano porque no tenemos playa.

Vanesa Rodríguez Schoos. Sevilla

Compartir la experiencia

A mis 32 años, me doy cuenta de lo necesario y beneficioso que es para mí trabajar con personas mayores de 50 años. Ese concepto “disruptivo” de ahora de crear un entorno laboral donde la edad media es de 30 años supone una trampa para el intelecto y responde a la cultura actual del entretenimiento. Las personas como yo, que aspiran a liderar y a ayudar a los demás, necesitamos de la sabiduría de los que llevan más tiempo trabajando. Personas que nos ayuden a suavizar nuestra soberbia milenial, a recuperar la humildad y a escuchar lo que no queremos escuchar.

Alba Rodríguez Illescas. Toledo

Memos y menas

La obsesión ultra con la inmigración no cesa, a la que intenta imputar cada suceso con la anuencia de un importante sector de la derecha y sus ramificaciones mediáticas. Ellos fueron los degradadores del acrónimo “mena”, lugar común ya para atacar a menores con sesgo racista y clasista. Por ello, propongo un nuevo acrónimo: “memo”, es decir, mayores españoles muy obtusos, para citarlos como fuente cada vez que surja un bulo que acuse a los inmigrantes.

Pablo De Vera Moreno. Madrid

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