Israel mata a quien quiere y cuando quiere
El asesinato de Haniya ha dejado tantas dudas como certezas, entre estas que frustra las posibilidades de un alto el fuego y un intercambio de prisioneros
El asesinato de Ismail Haniya, líder político del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás), deja muchas incógnitas, pero también algunas certezas. Entre las primeras destaca el modus operandi, dado que aún se desconoce si la operación fue efectuada desde el exterior, con un dron o algún proyectil lanzado desde centenares de kilómetros de distancia, o realizada por un comando activo en territorio iraní, empleando armas precisas de menor alcance...
El asesinato de Ismail Haniya, líder político del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás), deja muchas incógnitas, pero también algunas certezas. Entre las primeras destaca el modus operandi, dado que aún se desconoce si la operación fue efectuada desde el exterior, con un dron o algún proyectil lanzado desde centenares de kilómetros de distancia, o realizada por un comando activo en territorio iraní, empleando armas precisas de menor alcance.
En cualquier caso, y ahí comienzan las certezas, vuelve a quedar claro que Israel —aunque no haya confirmado su autoría— tiene la capacidad de inteligencia y la maestría operativa necesarias para matar a quien quiera cuando lo desee. Todo da a entender que conocía en detalle los movimientos de Haniya, temporalmente alojado en una casa de veteranos de guerra de los pasdarán en Teherán, tras haber asistido a la toma de posesión del nuevo presidente iraní, Masud Pezeshkian. Eso es lo que durante muchos años le ha permitido eliminar selectivamente a miles de sus enemigos árabes, con Saleh al Aruri (alto mando de Hamás, asesinado en Beirut en enero pasado), Mohamed Deif (jefe militar de Hamás en Gaza, cuyo asesinato el pasado 13 de julio ha confirmado Israel este jueves) y Fuad Shukr (alto dirigente de la milicia libanesa Hezbolá, también en Beirut, la pasada semana) como los más recientes.
Con esta acción, el Gobierno de Benjamín Netanyahu ha enviado simultáneamente un mensaje a Hamás y a Irán. Al primero le está indicando que sigue empeñado en eliminar política y militarmente al grupo, y que ni siquiera su principal figura estaba a salvo de la mirada israelí. Deja a Hamás momentáneamente descabezada —aunque Yahia Sinwar, desde dentro de la Franja, es quien dirige en realidad el día a día del movimiento— y obligada a responder de algún modo, lo que sin duda anuncia más violencia. Le transmite, en consecuencia, que no cabe entendimiento alguno para poner fin al conflicto, por mucho que su objetivo, tal como hasta los propios altos mandos militares israelíes señalan, sea imposible. Al segundo —identificado como el principal actor en la sombra, moviendo hasta donde puede los hilos de Hamás, Hezbolá, Ansar Allah (hutíes yemeníes) y diversas milicias en Siria e Irak— le muestra que sus sistemas de defensa y de contraespionaje no son una barrera suficiente ante la capacidad militar israelí, haciéndole sentir una vulnerabilidad que busca disuadir a Teherán de seguir adelante en su dinámica de oposición armada a la existencia de Israel.
Igualmente deja claro que, cuando el Gobierno israelí quiere matar selectivamente tiene medios suficientes para hacerlo, lo cual, por contraposición, confirma que las continuas masacres de civiles indefensos no son en modo alguno daños colaterales, indeseados, sino el resultado directo de una indisimulada voluntad que es difícil no calificar de genocida. Una voluntad violenta que aspira al dominio absoluto de la Palestina histórica, sin querer entender que su estrategia erradicadora no le garantiza el éxito. De hecho, esa acumulación de asesinatos —incluido el del fundador y líder de Hamás, el jeque Ahmed Yassin en 2004— ni evitó antes el estallido de la segunda Intifada (2000), ni que la organización tomara el control de Gaza (2007), ni lo ocurrido el pasado 7 de octubre.
Por supuesto, Hamás queda momentáneamente más debilitada. Lleva 10 meses sufriendo una notable pérdida de combatientes y apenas logra resistir la embestida israelí dentro de Gaza, con más de la mitad de sus efectivos fuera de combate. Pero, como ha demostrado desde su creación en 1987, sigue contando con un notable apoyo externo e interno, aunque solo sea por la decepción generada entre los palestinos por los Acuerdos de Oslo, el abuso israelí y el pésimo rendimiento de la Autoridad Palestina. De ahí que, incluso ahora, en mitad del brutal castigo israelí, cabe pensar que serán muchos los palestinos que sobrevivan al castigo que decidirán integrase en sus filas, buscando la venganza contra Israel, y no pocos los que lo sigan apoyando desde fuera.
De ahí deriva, de hecho, un problema añadido para Israel. En términos comparativos con otras figuras del movimiento, Haniya era identificado como un moderado, implicado en las negociaciones para lograr un cese de las hostilidades y con amplios contactos con gobiernos internacionales. Su desaparición supone un relevo que previsiblemente llevará a que Sinwar, de posiciones más radicales, termine por consolidar su liderazgo, alejando la posibilidad de lograr algún tipo de entendimiento con Israel.
En esa línea, otra de las certezas que se extrae de este asesinato es que a Netanyahu no le importan los prisioneros que Hamás tiene aún en sus manos. Es elemental entender que con la muerte del líder islamista se cierra por un tiempo indefinido la más mínima posibilidad de lograr un alto el fuego y un intercambio de prisioneros. Pero, en realidad, eso es algo que ya era sabido desde hace meses, por muchas que sean las protestas y las peticiones de sus familiares ante la residencia del primer ministro israelí.
Mirando hacia adelante, también quedan pocas dudas de que es el propio Netanyahu quien más se afana por provocar una escalada regional que, racionalmente, a nadie debería interesar. El propio Israel es consciente de sus limitaciones militares y económicas ante la perspectiva de tener que atender simultáneamente varios frentes de batalla sin haber terminado la operación de castigo en Gaza. Es sabido que ninguno de los enemigos a los que se enfrenta tiene, en solitario, la más remota posibilidad de derrotar a las Fuerzas de Defensa Israelíes, pero si todos a la vez se deciden a chocar frontalmente con ellas la situación sería extremadamente delicada para un país que, tal como se ha visto estos meses, sigue dependiendo de Washington para contar con las armas necesarias para sostener el empeño. Cuenta a su favor, en todo caso, con que toda esa panoplia de enemigos ha demostrado sobradamente que no está dispuesta a jugarse su propia supervivencia en defensa de Hamás. Hasta ahora, todos ellos, incluyendo Hezbolá, se han limitado a tensar la cuerda, con declaraciones incendiarias que, en la práctica, solo van acompañadas del recurrente lanzamiento de un limitado número de cohetes y misiles que en ningún caso suponen una amenaza existencial para Israel. Y eso vale también para Irán, como bien demostró el pasado abril con una respuesta mínima para salvar la cara ante el ataque directo recibido por parte de los israelíes. Todos ellos pueden echar mano de argumentos para atacar a Israel, pero ninguno parece dispuesto a ir más allá de lo imprescindible para no perder la cara ante “la entidad sionista”.
De poco sirve, en cualquier caso, la racionalidad en una región en la que tanto unos como otros vienen jugando con fuego desde hace tanto tiempo, sin garantía alguna de que sepan controlar todas las interacciones de intereses que ello provoca. Y menos aún si a eso se le añade el empeño personal de Benjamín Netanyahu, quien, en contra de los intereses de su propio país, ha dado sobradas muestras de que busca prolongar y enconar el conflicto con la vana esperanza de mantener su puesto como primer ministro, evitando unas elecciones anticipadas, para escapar de la justicia, confiando de paso en que Donald Trump vuelva a la Casa Blanca y le ayude a cumplir sus sueños.