Mejor la economía que la política

El récord de empleo y el crecimiento del PIB contrastan con el ruido político y la falta de explicaciones de Sánchez en algunos asuntos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa sobre el balance del curso político, este miércoles en La Moncloa.Claudio Álvarez

El largo ciclo electoral del último año ha dejado un escenario marcado por la fragmentación y la polarización, en un contexto internacional protagonizado por la marea del populismo ultra, las dos guerras en liza y las próximas elecciones en EE UU. España cierra el curso bien equipada por el flanco económico, pero también en busca de una estabilidad política que no termina de llegar. Pedro Sánchez hizo pivotar este miércoles sobre la economía su balance del primer curso de la legislatura. Tiene buenas razones para hacerlo: para empezar, el error de diagnóstico del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, que predijo “una profundísima crisis” que no ha llegado. El mercado de trabajo, tradicional talón de Aquiles de la economía, presenta la menor tasa de paro desde 2008 y un deslumbrante récord de empleo, con más de 22 millones de ocupados. Y el PIB crece casi el triple que la media europea: avanza a una velocidad de crucero cercana al 3%, frente a la atonía de Alemania, Francia e Italia.

Hay un buen puñado de factores que explican esta singularidad. Uno: la inversión se recupera, en parte gracias a los fondos europeos. Dos: un boom migratorio que habrá que digerir sociopolíticamente pero que deja réditos en las macrocifras. Tres: los espectaculares números del turismo, que cerrará el año cerca de los 100 millones de visitantes, aunque empieza a provocar tensiones en las zonas más masificadas. Cuatro: una contención salarial que ha funcionado como política de ajuste, pero que abre interrogantes a medio plazo con una recuperación del consumo que no termina de llegar. Y cinco: la orientación adecuada de las políticas económicas y las reformas en los últimos tiempos.

Sánchez dibujó con esos mimbres un horizonte económico luminoso, aunque le sobró autocomplacencia. La coyuntura le acompaña, pero ha prestado poca atención hasta ahora a lo estructural, a los desafíos de la vivienda, a las dificultades de los jóvenes, a los recurrentes problemas de productividad. El Gobierno de coalición progresista presenta mediocres resultados en términos de desigualdad y pobreza. Y los agoreros suelen subrayar la delicada situación fiscal de España: la UE va a empezar a apretar por ahí, pero en Bruselas no suele haber problemas si la situación es mejor que la de Francia. Y lo es.

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El presidente puede añadir a esa hoja de resultados el apaciguamiento del conflicto catalán, el pacto sobre el poder judicial, la valentía en la agenda internacional —en Ucrania y, sobre todo, en Gaza—, y una notable capacidad de lectura del tiempo político, marcado por la fragmentación en el Congreso, que hace aún más difícil dominar el arte de forjar coaliciones. Gobernar es pactar, y pactar es ceder. Pero también ahí el presidente presenta un desempeño manifiestamente mejorable en las tareas de pedagogía sobre los acuerdos y las cesiones: el concierto fiscal catalán se suma a una lista de medidas, entre las que sobresale la amnistía, con un déficit de explicación muy acusado.

La agresividad de la oposición y las dificultades con el poder judicial no pueden servirle siempre de pantalla para no debatir públicamente los asuntos de fondo, más aún después de haber cambiado de posición en algunas políticas. Faltan explicaciones. Y transparencia en asuntos medulares como el estado de las autonomías: es evidente que el PSOE tiene una propuesta federal (y que en España hay una suerte de federalismo que no osa llamarse por ese nombre), pero también lo es que al presidente se le ve incómodo a la hora de esbozar con claridad un plan maestro más allá de medidas determinantes, como la amnistía y el concierto catalán, que le han proporcionado investiduras en Madrid y veremos si en Barcelona. Finalmente, falta mano tendida hacia la oposición, a pesar del tono del PP. Con todo eso, la política podría proporcionar un impulso extra al círculo virtuoso que a día de hoy dibuja la economía.

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