Cristina García Rodero, la chica sin dueño
La fotógrafa goza y sufre con los demás al retratarlos. Por eso, sus imágenes te llaman por tu nombre y te levantan los vellos a escuadra
De cría odiaba las fiestas populares como solo odian los críos aquello que aman sus padres. Hablo de esa etapa de la vida en la que empiezas a echar de más a tus viejos por estar vivos, a la vez que a echarlos de menos porque sabes que van a morirse. Sí, lo confieso. A la niñata redicha y repipi que no he dejado de ser nunca le salían ronchas purulentas con los desfiles de moros y cristianos, las verbenas de chundachunda y pasodobles, las procesiones de santos patronos, las romerías de bebercio y comilona, y las subidas y bajadas de vírgenes a sus respectivas ermitas a las que me llevab...
De cría odiaba las fiestas populares como solo odian los críos aquello que aman sus padres. Hablo de esa etapa de la vida en la que empiezas a echar de más a tus viejos por estar vivos, a la vez que a echarlos de menos porque sabes que van a morirse. Sí, lo confieso. A la niñata redicha y repipi que no he dejado de ser nunca le salían ronchas purulentas con los desfiles de moros y cristianos, las verbenas de chundachunda y pasodobles, las procesiones de santos patronos, las romerías de bebercio y comilona, y las subidas y bajadas de vírgenes a sus respectivas ermitas a las que me llevaban a la fuerza. Qué mala es la soberbia. No sé explicarlo de otra forma. Una se sentía única, especial, distinta, y se moría de la vergüenza ajena ante tan vulgar exhibición de las pasiones del populacho. Quién iba a decirme entonces que, tantos años y tantas pérdidas más tarde, se me iban a caer las lágrimas de nostalgia de aquellos días felices viendo fotos ajenas. Fue en casa de Cristina García Rodero, mirando las imágenes de fiestas y ritos ancestrales de su libro La España oculta, una obra de arte publicada hace 35 años, que van a volver a exponerse por todo el país tras su presentación en el madrileño Círculo de Bellas Artes. Con todo, su gran obra de arte es ella misma.
Cristina, la Rodero para sus rendidos colegas, es una clásica viva a sus “taitantos” —74— años. La “chica sin dueño”, como la llamaban por ahí fuera porque iba sola, sin hombre que valga, por esos mundos de Dios y el diablo sin más equipaje que su cámara, su maletilla con dos mudas y sus “entre 40 y 100 palabras de inglés” en la recámara, es una ladrona buena. Nunca precisó de más balas para robarle el alma al prójimo. Donde iba mutaba en una más de la juerga, o del duelo, metiéndose en el barro, el agua bendita, o la mierda, hasta el cuello, gozando y sufriendo con los otros al retratarlos. Por eso sus fotos te llaman por tu nombre y te levantan los vellos a escuadra de pura emoción estética y de la otra, seas quien seas y de donde seas. Este año, más vale tarde, le han llovido todos esos prestigiosísimos premios que no hacen más que premiarse a sí mismos premiándola. Ella, coqueta, se deja querer mientras sigue soñando la foto perfecta y persiguiéndola. Ojalá la encuentre. Y nosotros que la veamos.