El chiste de Pedro Sánchez
Esta última pirueta literaria del presidente le obliga a comprometerse aún más con políticas democratizadoras y socialmente progresistas
Escuchando la “histórica” declaración de Pedro Sánchez, uno no podía dejar de pensar en Kant y en su conocida definición del chiste como “una afección que surge de una tensa espera que se resuelve súbitamente en nada”. ¿Cinco días de espera, de suspense, de expectación y de angustia para esto? ¿Cinco días de silencio jeroglífico, de conjeturas fantasiosas, de pasiones elementales, para nada? ¿Era solo un chiste?
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Escuchando la “histórica” declaración de Pedro Sánchez, uno no podía dejar de pensar en Kant y en su conocida definición del chiste como “una afección que surge de una tensa espera que se resuelve súbitamente en nada”. ¿Cinco días de espera, de suspense, de expectación y de angustia para esto? ¿Cinco días de silencio jeroglífico, de conjeturas fantasiosas, de pasiones elementales, para nada? ¿Era solo un chiste?
Digamos la verdad: cuando se genera una tensión literaria tan grande es difícil resolver la trama de manera satisfactoria. Paradójicamente, el único desenlace que hubiera colmado narrativamente nuestra espera hubiese sido justamente el que buena parte de los españoles, dentro y fuera del PSOE, no deseábamos: el de una dimisión solemne acompañada de una revelación trágica. Por eso, nuestro alivio de este lunes fue seguido, de manera inmediata, por una decepción. Podemos abordar esa decepción desde distintos puntos de vista. Uno, desde luego, atañe a la polémica sobre la sinceridad y el cálculo en la retirada eremítica de Sánchez. ¿Estaba todo así concebido desde el principio? Otra a su narcisismo y ambición de supervivencia personal. ¿Está solo “enamorado de sí mismo”, como dice un hilarante titular de El Mundo Today? Ahora bien, creo que es fundamental no desdeñar el peso de la estructura misma del relato e inscribir nuestra decepción en la estela de una inmanencia narrativa tan potente e inesperada que ningún colofón podía colmar nuestras esperanzas. Sincero o no, Sánchez había puesto en movimiento una trama dotada ya de vida propia. De ahí que nuestro alivio político se haya visto enseguida solapado, sí, por un simultáneo desencanto cinematográfico. Una vez asumida en público su continuidad en el cargo, Sánchez no podía añadir nada que estuviera a la altura de las expectativas generadas. Literariamente queríamos que el presidente del Gobierno dimitiera, políticamente queríamos que siguiera. O lo que es lo mismo: no podía hacernos políticamente felices sin hacernos literariamente infelices. Nuestra decepción narrativa es un efecto colateral inevitable de nuestro alivio político.
Sería, por tanto, un error sacar conclusiones políticas de ese desencanto. O Sánchez dimitía, a favor de nuestro deseo narrativo y contra nuestro deseo político, o se limitaba a contar un “chiste”, en el sentido kantiano. ¿Será todo un chiste? ¿Toda esta tensión se resolverá en nada? La verdad es que nuestra decepción hubiera sido menor si, más allá del “punto y aparte” enfatizado, Sánchez hubiese anunciado alguna medida concreta. Pero, ¿era ese el momento y el lugar para anunciar políticas de Estado que, en todo caso, necesita pactar con sus compañeros de coalición y con los partidos de la investidura? Después de anunciar su continuidad, para alivio de muchos, Sánchez no podía, me temo, añadir mucho más de lo que añadió, alimentando con ello el temor, en efecto, de que su excitante relato no haya sido nada más que un chiste.
Que lo sea o no se sabrá en los próximos días y semanas. A los que quieren llenar esta decepción estrictamente literaria de contenido político, hay que recordarles que, si Sánchez solo ha podido llegar hasta aquí dejando atrás al PSOE de Felipe González, esta última pirueta literaria, hermosa en sí misma y vivificadora, le obliga a comprometerse aún más, lejos del turnismo del 78, con políticas democratizadoras y socialmente progresistas. Por eso, si bien es cierto que, en vísperas de dos elecciones importantes, el protagonismo absoluto de Sánchez daña a Sumar, no lo es menos que ofrece también una oportunidad a los que, desde la izquierda del PSOE, queremos más libertad, más derechos civiles y más igualdad social. El papel de Sumar en el Gobierno, tras el discurso de Sánchez, tiene que ser más exigente, más radical, más incisivo. Puesto que Sánchez ocupa todo el espacio, el grupo borroso y cojitranco de Yolanda Díaz ve aún más mermada, es verdad, su visibilidad electoral; pero porque Sánchez ocupa todo el espacio este Gobierno es asimismo un poco menos del PSOE y un poco más de todos los que apoyaron su investidura. Hoy es, por primera vez, un Gobierno de coalición, y Sánchez, más que nunca, el presidente de esa “España difícil” que reclama el fin de la ley mordaza, la renovación del CGPJ, la liberación de los medios de su sectario secuestro oligárquico y el avance en políticas sociales de calado. Calculado o sincero, nos conviene políticamente creer en su sinceridad. Calculado o sincero, en realidad da lo mismo. El relato de Sánchez, que nos ha hecho conscientes de la zapa golpista en España y en el mundo, abre también la oportunidad de convertir la legislatura en un contramodelo global. Mucha gente dentro del PSOE (y no digamos en las derechas hoy furibundas) querrá que la declaración de Sánchez sea solo un chiste; Sumar, si quiere aún servir para algo, tendrá que tomarle la palabra y convertir el alivio político y la decepción literaria en nuevas leyes, nuevas movilizaciones y nuevos relatos.