La fuerza de la esperanza

El sesgo sexista de los mitos, que condena lo femenino y ensalza lo masculino, ha cavado la fosa común para las mujeres en la historia. Pero leer es interpretar. ¿Y si gracias a Pandora mejora la sombría trama de nuestra existencia?

'La caja de Pandora', del pintor victoriano Charles Edward Perugini (1839-1918).Cordon press (Ann Ronan Picture Library/Herita)

Primeros días del primer mes del año. Todo inicio es un nacimiento. En el Génesis, Dios modeló al hombre con arcilla y sopló en su rostro aliento de vida. En la cosmogonía griega es Prometeo quien modeló al hombre y Atenea, quien sopló aliento de vida sobre la imagen de barro. La creación de las mujeres es más controvertida, pero nadie discute que cuando ellas aparecen en...

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Primeros días del primer mes del año. Todo inicio es un nacimiento. En el Génesis, Dios modeló al hombre con arcilla y sopló en su rostro aliento de vida. En la cosmogonía griega es Prometeo quien modeló al hombre y Atenea, quien sopló aliento de vida sobre la imagen de barro. La creación de las mujeres es más controvertida, pero nadie discute que cuando ellas aparecen en escena el argumento se anima. La estructura es parecida: hay una prohibición, la mujer desobedece y, con su acto, provoca la desgracia del resto de la humanidad. Es un dramón. En ambas cosmogonías se dan errores de traducción relacionados con los males que asolarán a los seres humanos. El fruto prohibido del árbol del bien y del mal, que Eva comió y dio a comer a Adán, no era una manzana. En su traducción de la Biblia del hebreo al latín, Jerónimo de Estridón utilizó el término malum, que puede ser interpretado como “mal” y también como “manzana”.

Pandora, la primera mujer de la mitología griega, destapó una tinaja que le habían prohibido abrir, movida por la curiosidad. De aquella tinaja —pithos—, que una mala traducción de Erasmo de Rotterdam en 1508 convirtió en “caja” —pyxis—, escaparon los sufrimientos que apremiaban por salir al mundo para atormentar a los hombres. Voló raudo el cortejo de horrores que acompañan nuestra existencia: corazones destrozados, cuerpos destrozados, hogares destrozados, países destrozados, mares destrozados, bosques destrozados… En algunas versiones es la pareja de Pandora, Epimeteo, quien abre la tinaja, pero la tradición ha consagrado que la protagonista fuese una mujer de extrema belleza, pero con “espíritu de perra y corazón ladino”.

Alarmada, Pandora se apresuró a tapar la tinaja, pero en su interior ya solo quedaba la esperanza, que no había tenido tiempo de escapar. Antes de que la mujer fuese creada, se atribuye a Prometeo haber concedido a los hombres, no solo el don del fuego, sino también “ciegas esperanzas” para evitar que previeran su destino. Con el cambio de personaje, el infortunio muda en consuelo. Ese sesgo sexista, que condena lo femenino y ensalza lo masculino, es más viejo que la tos. Es la pala que ha cavado la fosa común para las mujeres a lo largo de la historia. Pero leer es interpretar, y una lectura distinta de los relatos cosmogónicos plantea otra conversación posible con el mundo. ¿Y si Eva representa la conciencia? ¿Y si gracias a Pandora mejora la sombría trama de nuestra existencia?

Los mitos son a veces historias muy pequeñas, pero poseen una inmensa fuerza. Han atravesado siglos y culturas. Han recorrido el patriarcado, el feminismo, el ecologismo…. Nada, ni la inteligencia artificial, ha alterado la oscuridad que arrastran, la luz que proyectan. ¿Qué significa que la esperanza fuese incluida entre los males en el mito de Pandora? En esa cámara de resonancia que es el tiempo se alzan voces a favor y en contra. Platón la condenó como “insensata consejera”. Para Nietzsche era el peor mal, pues prolonga el tormento de los seres humanos. Aristóteles, sin embargo, defendió su aliento utópico como “el sueño del hombre despierto”. Su ambivalencia la hace aún más enigmática.

Ten esperanza, nos decimos unos a otros en momentos de zozobra. Es lo último que se pierde, afirmamos mientras las risas se convierten en gritos y las escuelas en cementerios, cuando donde se alzaban hogares hay ruinas humeantes y donde verdeaban los árboles no quedan más que cenizas. La esperanza es una cerilla en medio de las tinieblas y, aun cuando su breve llama nos quema la yema de los dedos a punto de apagarse, decimos: no tengas miedo, hay luz. Y como el mago que pronuncia abracadabra antes de realizar su truco, confiamos en la verdad de la mentira.

¿De qué está hecha la esperanza? De ilusión, sin duda. Esa carne imaginaria la condena, pero, al mismo tiempo, le hace formar parte del Bien, con mayúscula, que es la ficción. Imaginar nos permite escapar de la realidad, trascenderla. No es una forma de huida; al contrario, es la única manera de emprender la única transformación que está en nuestra mano. Lo que cambiará no será el mundo, sino nosotros. El infierno no desaparecerá, pero tampoco es inevitable que nos devore. Para salir es preciso atravesarlo. La esperanza, decía Isidoro de Sevilla, viene a ser como el pie para caminar, porque allí donde faltan los pies no hay posibilidad alguna de andar.

Esa definición pedestre es parte orgánica de cualquier inicio. De un nuevo relato del inicio donde Pandora se convierte en guardiana de algo en apariencia tan sencillo y, sin embargo, tan difícil: dar un paso y luego otro y luego otro. Cuando el año avance y el caos intente apoderarse de la historia será bueno recordar que la esperanza está resguardada en la tinaja.

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