Contra la lengua común

Como las lenguas cooficiales lo son en algunos territorios pero no en todo el Estado, y nos parece bien que se utilicen en el Congreso, es obvio que aquellas que la Constitución no reconoce como oficiales también deberían hablarse en la Cámara

La presidenta del Congreso, Francina Armengol, el 17 de agosto, cuando asumió el cargo y se comprometió a facilitar el uso de las lenguas oficiales del Estado en el Congreso.Juan Carlos hidalgo (EFE)

La reforma exprés del Reglamento que ha presentado el PSOE, con firmas de Sumar, Esquerra Republicana de Catalunya, EH Bildu, PNV y Bloque Nacionalista Galego, para que se puedan usar las lenguas cooficiales en el Congreso es un paso en la buena dirección. Que unas personas que tienen una lengua común decidan emplear las lenguas que no comparten —y que no comparten con muchos de sus representados— pa...

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La reforma exprés del Reglamento que ha presentado el PSOE, con firmas de Sumar, Esquerra Republicana de Catalunya, EH Bildu, PNV y Bloque Nacionalista Galego, para que se puedan usar las lenguas cooficiales en el Congreso es un paso en la buena dirección. Que unas personas que tienen una lengua común decidan emplear las lenguas que no comparten —y que no comparten con muchos de sus representados— para conversar entre ellas es una muestra inequívoca de progreso. Pero es insuficiente. El diputado de Sumar Jorge Pueyo dijo que se debía hablar también en aragonés. Otros han pedido que se emplee el asturiano. De ser así, en los parlamentos autonómicos no se utilizarían esas lenguas, pero en el nacional sí. Cosas más raras se han visto: un teórico del pluralismo reprochó a Salvador Illa que empleara en el Parlament la lengua cooficial y mayoritaria de la población de Cataluña; Alberto Núñez Feijóo habla una lengua cooficial, a diferencia del presidente Sánchez, adalid de la diversidad.

Como las lenguas cooficiales lo son en algunos territorios, pero no en todo el Estado, y como nos parece bien que se utilicen en el Congreso, es obvio que las lenguas que la Constitución no reconoce como oficiales también deberían hablarse en la Cámara. Uno podría preguntarse por qué otros idiomas que se emplean en España, como el árabe o el rumano, carecen de ese espacio. Pero tampoco deberíamos detenernos ahí. El aragonés, el catalán o el castellano tienen variedades, como todas las lenguas. ¿Por qué privilegiar una y desdeñar otra? Si estamos contra la koiné debemos estar contra la koiné hasta las últimas consecuencias. Una política verdaderamente ambiciosa no se detendría en las lenguas ni en los dialectos, que son elementos superficiales de la diversidad: nuestro objetivo debe ser el idiolecto. El guirigay será la alegoría de nuestra maravillosa individualidad intransferible, de nuestra irreductible soledad metafísica. Supondrá reconocer que cada ser humano habla una lengua distinta y que, como todo el mundo sabe, la comunicación es imposible. Los referentes cambian, la experiencia es incomparable, las imágenes mentales difieren y nadie sabe lo que el otro quiere decir: nadie sabe, en puridad, lo que uno mismo quiere decir. Un intérprete especializado y quizá ideal nos ayudará a entender lo que pensamos: desde ese gozoso estado de confusión, regresaremos lenta y laboriosamente hacia las lenguas compartidas.

@gascondaniel

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