Sumar contra la frustración en la izquierda

Si la cohesión ha sido la primera meta de la nueva coalición, su siguiente paso debería ser superar la pasada década encontrando un perfil propio, sin sentimentalismos del 15-M ni a la búsqueda del asalto a los cielos

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, interviene durante el Encuentro de Ministras Iberoamericanas de Trabajo, en la Casa de América, en Madrid el lunes.Andrea Comas

Que Sumar haya conseguido echar a andar es un hecho de relevancia para el resultado del 23-J. También porque esta unidad, aun siendo más electoral que programática, es extraordinaria al menos desde la génesis de Izquierda Unida en 1986. Si entonces el motivo fue dar una expresión organizada a las movilizaciones contra la OTAN, hoy existía la necesidad de...

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Que Sumar haya conseguido echar a andar es un hecho de relevancia para el resultado del 23-J. También porque esta unidad, aun siendo más electoral que programática, es extraordinaria al menos desde la génesis de Izquierda Unida en 1986. Si entonces el motivo fue dar una expresión organizada a las movilizaciones contra la OTAN, hoy existía la necesidad de revitalizar un espacio que, aunque logró llegar a La Moncloa, quedó exhausto y gravemente fragmentado: conseguir algo inédito desde la Segunda República no iba a salir gratis. Si la cohesión ha sido la primera meta de Sumar, su siguiente paso debería ser superar la pasada década encontrando un perfil propio: no se puede aspirar al futuro desde el museo sentimental del 15-M o el asalto a los cielos de Podemos.

Esa nueva orientación de brújula debería desligarse de las tóxicas desavenencias de este último año y medio, pero también analizarlas con cautela: cuentan una historia valiosa. Su desenlace, negociación de urgencia tras el adelanto, estuvo marcado por la dificultad de repartir a los comensales cuando faltan platos. Fue el fin de una guerra de resistencia que se decantó bruscamente por el realismo tras el 28-M: Podemos descubrió de sopetón que había dejado de ser el primer partido a la izquierda de los socialistas. De ahí el psicodrama. Ni los puestos en las listas, ni la financiación, ni siquiera el veto a Irene Montero, que se hizo firme tras la entrada en campaña de las Salesas, han sido la raíz profunda de la discrepancia.

Es legítimo sentir que la exclusión de Montero es una cesión a la terrible campaña que las derechas lanzaron en su contra, tanto como intuir que es una figura electoralmente radioactiva. Hubiéramos salido de dudas si Montero se hubiera presentado como cabeza de lista por una provincia con posibilidades, algo que ninguno de los dos actores deseaba: unos por darle carpetazo, otros por el temor a que un mal resultado hiciera patente la inflación emocional. Todo lo demás, desde los graves comunicados de Ione Belarra hasta la firma del acuerdo, rubricada con lágrimas, no fueron más que escenografía con el objetivo de que sus simpatizantes no se comieran por los pies a la actual dirección. Podemos sabía que era imposible acudir solo a las generales, pero no ha podido admitirlo por temor a la audiencia de Canal Red.

Pablo Iglesias, que llegó al Gobierno pareciendo eurocomunista, reivindicando la Constitución en sus mítines, adoptó una radicalidad, más teatral que ideológica, como táctica para contrarrestar la popularidad de Yolanda Díaz. Este paso del momento Berlinguer al momento Negri se desató tras el fiasco en Andalucía. Como les contamos en estas páginas, Podemos pretendió transformar aquellas autonómicas en el baluarte para negociar su futuro desde una posición de fuerza. No solo no lo consiguió, sino que por el camino la marca UP quedó muy dañada, impidiendo que fuera el núcleo desde donde se articulara Sumar. Mediante el incendio declarativo, Iglesias consiguió cohesionar a sus cuadros para que estos no huyeran al nuevo espacio, pero cavó tan hondo la trinchera que ahora sus seguidores digitales muestran una profunda animadversión hacia la marca por la que se presentará su propio partido.

Esta apuesta al todo o nada por la impugnación, además, casaba difícilmente con la trayectoria ministerial de Díaz, más preocupada por la estabilidad en el empleo que por el navajeo mediático. Que la artífice de la reforma laboral se haya rodeado de profesionales y partidos poco dados a admitir la centralidad del trabajo como motor de la izquierda es paradójico. Pero, descontando sus deseos y afinidades, esta ha sido la consecuencia de que Podemos renunciara a la construcción en favor de su carácter más pendenciero: la naturaleza aborrece el vacío. Sea como fuere, aquel impulso laborista con el que Díaz se dió a conocer va a convivir con el progresismo verde. El equilibrio, para que los salarios no paguen la ecología, no será fácil. Las recientes tensiones en Die Linke, el partido de la izquierda alemana, se deberían estudiar con atención: la aspiración igualitarista en el reino inabarcable de la diferencia.

¿Qué debería aprender Sumar de la legislatura que acaba? Que no educar a tus votantes en la idea de que la política es una magnitud cuyo peso se mide a través de su capacidad de cambiar la vida real, se paga caro. Que algunos simpatizantes de Podemos se hayan echado al monte no es solo el producto de una táctica coyuntural. Otros tantos, de hecho, ya hablando de la izquierda en general, arrastran una frustración parecida. Nadie les explicó lo que significaba entrar en un Gobierno y les han pesado más las cesiones que los triunfos, nada desdeñables, conseguidos. La radicalidad no consiste en ofrecer declaraciones altisonantes, sino en tener una hoja de ruta para transformar los principios en resultados. Si Sumar debe encontrar un perfil propio ha de empezar por aquí, acabando con el infantilismo de creer que el mundo cambia antes con poesía que con presupuestos.

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