Colombia y el decálogo de la paz

Las reflexiones del historiador Gonzalo Sánchez Gómez plantean diez conclusiones y recomendaciones para algo tan fundamental como complejo: alcanzar la paz

Iván Mordisco, comandante general de la disidencia de las FARC, en San Vicente del Caguán (Colombia).Ernesto Guzmán Jr. (EPA/EFE)

La violencia y la guerra han sido en Colombia parte del paisaje que ha vivido la abrumadora mayoría de personas. La última fase -desde el estallido de 1948- no la han visto / sufrido directamente solamente las personas que hoy tienen más de 75 años de edad, pequeña minoría de los 50 millones de habitantes del país.

Asunto siempre latente, ahora que la tesis de “paz total” no parece alcanzar velocidad de crucero. ...

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La violencia y la guerra han sido en Colombia parte del paisaje que ha vivido la abrumadora mayoría de personas. La última fase -desde el estallido de 1948- no la han visto / sufrido directamente solamente las personas que hoy tienen más de 75 años de edad, pequeña minoría de los 50 millones de habitantes del país.

Asunto siempre latente, ahora que la tesis de “paz total” no parece alcanzar velocidad de crucero. El reciente crimen cometido por la disidencia de las FARC en el Putumayo contra cuatro menores indígenas reclutados, denunciado por la Organización Nacional de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana (OPIAC), es el más reciente y dramático escollo.

Una de las tantas producciones editoriales valiosas sobre esta difícil materia, tuvo su primera edición hace ya casi 40 años. Pero mucho de lo que allí se describe sigue tocando fibras sensibles que se prolongan en el tiempo. Las guerras de la paz, de la historiadora colombiana Olga Behar, presenta de manera rigurosa, cruda y viva, algunos momentos y situaciones críticas de esa evolución de la prolongada conflictividad armada por boca de sus protagonistas.

La reciente reedición -actualizada- del libro de Behar sigue teniendo mucha relevancia. Quiero destacar dentro de ese contexto, el texto El Decálogo de la Paz en la Guerra por Gonzalo Sánchez Gómez, autor del prólogo de esta edición. Historiador, abogado, filósofo y escritor colombiano, quien fuera, además, el primer director del Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia, compartió el Decálogo… en la presentación de esta reedición hace pocas semanas en Bogotá.

El texto se reedita en condiciones como las prevalecientes actualmente en Colombia y en varios otros países, en los que el conflicto no se reduce solo a Estado / insurgencia. Son hoy en Colombia varios actores armados, que no son precisamente “políticos”, sino que expresan más bien al crimen organizado. Esto se reproduce en otros países de la región. Por ejemplo en México, Perú y, recientemente, Ecuador, en donde crimen organizado del narcotráfico, la trata de personas o del oro ilegal son hoy parte sustancial de su convulsionado escenario.

Volviendo a lo planteado por Gonzalo Sánchez, el decálogo plantea diez conclusiones / recomendaciones, a partir del libro de Behar, para algo tan fundamental como complejo: alcanzar la paz. Destaco cinco piezas de ese decálogo que resultan particularmente medulares y que, además, tienen validez más allá del caso colombiano.

Primero, el negacionismo. Tiene que ver no solamente con la visión de algunos de que “aquí no hay guerra”, sino con la más extendida percepción de llegar a desconocer que pueden existir condiciones objetivas que explican o generan la guerra (lo que no es sinónimo de su justificación, por cierto). La mano de lo “extranjero” como causal o explicación reduccionista de todo es una de las formas recurrentes en las que se sintetiza una visión simplificadora que termina siendo perjudicial.

Segundo, el sectarismo. El dogmatismo y el sectarismo recurren transversalmente a expresiones violentas que arrasan contra todo lo que se mueve, y en ocasiones recae en que los grupos armados a veces guerrean más con otros grupos armados que contra los que en teoría son sus adversarios. Gonzalo Sánchez pone ejemplos desde lo que ocurría en el sur del Tolima en los 50 del siglo pasado entre grupos guerrilleros liberales hasta, más recientemente, lo que ocurre entre grupos armados contemporáneos como “en el Arauca entre el ELN y disidencias de las FARC”. El historiador canadiense Michael Ignatief, a propósito de las guerras en los Balcanes, comentaba cómo las guerras entre próximos suelen ser más bárbaras, como nos lo recuerda Sánchez.

Tercero, sociedades mentalmente conservadoras que le tienen resistencia a las reformas y a la sustitución del orden más allá de lo que se diga de la boca para afuera. Como lo señala Sánchez en el prólogo del libro: “las plataformas de los grupos alzados en armas son esencialmente pliegos sindicales armados”. Pone como precisos ejemplos dos objetivos esencialmente reformistas y democráticos: la reforma rural integral y la participación política.

Cuarto, la duración y transformación de la guerra. Su prolongación en el tiempo y los nuevos temas que se van sumando (narcotráfico, minería ilegal, tensiones de fronteras, etc.) va borrando los horizontes ideológicos. Aparece como lo central “controlar territorios, poblaciones y mercados” en una suerte de “privatización” de la guerra y hasta mimetización con el crimen organizado que hace más difícil -y hasta inasibles- procesos de negociación o acuerdos para terminar el conflicto.

Quinto, la dificultad / incapacidad para “cerrar” bien la guerra a partir de elementos como los anteriores. Esto ha hecho más dura y prolongada la guerra y más difícil y compleja, también, la paz, ya que se han difuminado los elementos esenciales de una visión global de la sociedad. Territorialización y fragmentación hacen difusa una visión de conjunto y la puesta en blanco y negro de lo que pudiera ser un “interés general” que contribuya a un camino de paz.

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