Sumar o restar

Unidas Podemos se encuentra en una encrucijada con poco espacio para la retórica, que tanto gusta en aquella familia. Toca hacer política. Es decir, optimizar lo posible, no columpiarse en lo imposible

Yolanda Díaz saludaba a Íñigo Errejón durante el lanzamiento de Sumar, el día 2 en Madrid.Carlos Luján (Europa Press)

Sumar mueve el tablero político. De la importancia de la presentación de la candidatura de Yolanda Díaz da cuenta tanto el flagrante fuera de juego en que ha sido pillada Unidas Podemos como las dudas que están entrando en el propio PSOE por los votos que le pudiera restar. Y, sin...

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Sumar mueve el tablero político. De la importancia de la presentación de la candidatura de Yolanda Díaz da cuenta tanto el flagrante fuera de juego en que ha sido pillada Unidas Podemos como las dudas que están entrando en el propio PSOE por los votos que le pudiera restar. Y, sin embargo, es una operación que, no lo olvidemos, tuvo una previa en el Congreso de los Diputados, en la respuesta a la moción de censura de Ramón Tamames, con Pedro Sánchez y Yolanda Díaz compartiendo el protagonismo apuntando al horizonte electoral.

Con los años va quedando claro que la gran virtud política del presidente Sánchez es el sentido de la oportunidad. En 2016, captó la debilidad de la vieja guardia del PSOE que, con Felipe González marcando el paso, forzó su dimisión. Y, contra todo pronóstico, emprendió una gira por las organizaciones del partido y regresó nueve meses más tarde a la secretaria general, derrotando a la oficialista Susana Díaz. En 2018, intuyó el desfondamiento de Mariano Rajoy y promovió la primera moción de la censura ganadora de la historia del régimen del 77. Ahora, toca preparar la reelección. Las cartas están claras. No hay otra combinación alternativa al dúo PP-Vox que la actual mayoría plural. Y para que sea posible repetirla es imprescindible que no se pierdan votos en los trapicheos de la ley D’Hondt, este antidemocrático mecanismo hecho para premiar a los dos partidos grandes.

El PSOE no está en condiciones de aspirar a un traspaso masivo de votos procedente de los partidos a su izquierda, por tanto necesita que ellos los aporten a la mayoría. Y para que sea efectivo tiene que ser en bloque. Con las divisiones se pueden perder decenas de escaños por el camino. De ahí la inesperada puesta en escena parlamentaria de la pareja Pedro Sánchez-Yolanda Díaz, seguida de la promesa del presidente de repetir el modelo de mayoría en caso de reelección. Con la presentación de Sumar, el orden del día del ciclo electoral está escrito. Y la alternativa es obvia: o se juega esta carta o gana la derecha.

Con lo cual Unidas Podemos se encuentra en una encrucijada con poco espacio para la retórica, que tanto gusta en aquella familia. Toca hacer política. Es decir, optimizar lo posible, no columpiarse en lo imposible. Cosa que no siempre es fácil en un universo como el de Podemos, en que las retóricas ideológicas —convertidas en instrumento de identificación de los personalismos de los dirigentes— abundan y conducen a menudo al callejón sin salida de las disputas por la autenticidad y de la psicopatología de las pequeñas diferencias. Todo bastante parecido a lo que ocurre en cualquier partido, pero con algunas diferencias derivadas de este carácter religioso —que les hermana con los nacionalismos— que presenta la ideología como una promesa que nos trasciende y obliga. Un juego que favorece los enfrentamientos entre liderazgos, rivales en la interpretación de la ortodoxia.

La irrupción de Podemos en 2014 rompió los esquemas de la política española y contribuyó a abrir este tiempo en que la pluralidad ha crecido y el bipolio PP-PSOE ya no tiene el control absoluto del escenario. El espectacular resultado de las generales de 2016 coronó el asombro. Pero a partir de aquel momento, se abrieron las brechas, emergieron las debilidades y empezó una cadena desencuentros —que en algunos casos derivaron en indisimulables odios personales— que fueron multiplicando las divisiones, empequeñeciendo el proyecto. Y mientras Unidas Podemos iba perdiendo fuerza, crecían los Comunes en Cataluña, Más Madrid o Compromís en Valencia, que no por casualidad son los primeros que se han apuntado a la apuesta de Yolanda Díaz.

Y en este punto estamos. Todo lo que no sea el acuerdo entre Sumar y Unidas Podemos es garantía de un fracaso. Estas peleas generadoras de encarnizadas diferencias, vestidas con mucha palabrería, son una enfermedad infantil del izquierdismo muy extendida. Y en este caso se llevaría por delante una experiencia de gobierno que merecería la pena seguir y abriría de par en par las puertas a una derecha, con la extrema derecha pegada al cuerpo, y con un ideario sobre el que Alberto Núñez Feijóo deja cada vez menos dudas. Cuando dice que la reforma de las pensiones de Emmanuel Macron es mejor que la de Sánchez, las palabras del presidente francés eliminan cualquier ambigüedad: “He escogido tranquilizar a los mercados antes que aplacar la indignación popular”.

¿Qué prevalecerá en Podemos? ¿La dinámica autodestructiva que le ha ido empequeñeciendo o el interés que debería ser el suyo de evitar que la derecha vuelva al poder y se pierdan parte de las conquistas de estos años a los que ellos contribuyeron? ¿Estamos todavía en el viejo discurso del cuanto peor mejor a la espera del gran momento que nunca llega? ¿O sencillamente algunos prefieren seguir marcando perfil desde sus púlpitos en el rincón de la queja con independencia del interés general?


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